Al reunirse los líderes en la Amazonia brasileña para la COP30, lo hacen con un recordatorio sombrío de lo ocurrido en los últimos años, cuando olas de calor sin precedentes desencadenaron una multitud de desastres en toda la Amazonia y en el núcleo agrícola de Brasil.
Desde finales de 2023 hasta principios de 2024, las temperaturas se dispararon más de 5 °C por encima del promedio en gran parte del país. Los afluentes del río Amazonas se secaron. Las primeras en sentir el impacto fueron las comunidades amazónicas, cuyos cultivos y medios de vida literalmente se secaron o se convirtieron en humo. Los incendios forestales arrasaron bosques y tierras, y los agricultores trabajaron en condiciones peligrosas para la salud humana. El calor también redujo la producción de soja en un 10%, mientras que otros productos básicos, como el maíz y el café, se marchitaron en los campos. En el sur de Brasil, las olas de calor contribuyeron a inundaciones que causaron la muerte de 183 personas y el desplazamiento de otras 600.000 o más, arrasando cultivos y pastizales. La pesca también se vio afectada: los pescadores de pequeña escala perdieron embarcaciones, equipos e ingresos, mientras que la acuicultura sucumbió al estrés térmico.
La terrible experiencia de Brasil es una advertencia para el mundo: el calor extremo no solo eleva la temperatura, sino que multiplica los riesgos en cada eslabón de la cadena alimentaria. Y no se trata solo de Brasil. Crisis similares se están desarrollando en todo el mundo, y sin embargo el calor extremo sigue siendo un punto ciego en la política climática, que con demasiada frecuencia lo enmarca como un problema de las ciudades y no de los campos. Esto demuestra una peligrosa falta de visión. Para los 1.230 millones de personas cuyos medios de vida dependen de los sistemas agroalimentarios, el calor extremo amenaza a sus hogares, mercados y, en última instancia, los productos que terminan en nuestros platos.
La disminución de rendimientos por el calor y otras presiones crea un peligroso bucle: para compensar las pérdidas, los agricultores —al menos aquellos que pueden— suelen expanden sus cultivos, lo que aumenta las emisiones y degrada los ecosistemas. Incluso cuando los riesgos se intensifican, el apoyo a las soluciones disminuye. La agricultura emplea a una de cada siete personas en el mundo y genera 3,8 billones de dólares al año —el 10% de la economía mundial.
Una imagen aérea de la Amazonia. (Foto: Andina)Sin embargo, los sistemas más críticos para prevenir el hambre —la producción agrícola, la ganadería y la pesca— reciben tan solo el 1,6% de la financiación para el desarrollo relacionada con el clima que podría ayudarlos a adaptarse al aumento de las temperaturas. Esto no es solo un descuido político; es una oportunidad de inversión perdida en algunas de las soluciones climáticas más rentables y transformadoras que tenemos.
Los agricultores ya se están adaptando: prueban variedades de arroz que florecen más temprano en el día, ajustan las fechas de siembra y mejoran el mejoramiento de cultivares resistentes al calor. Las prácticas que conservan el suelo y el agua están dando resultados: investigadores brasileños descubrieron que la soja bajo manejo de siembra directa (labranza cero) resistió mejor durante las olas de calor que los cultivos convencionales. Una planificación, prevención y preparación contra incendios más sólidos pueden reducir el riesgo de incendios forestales.
La alerta temprana es clave. Dado que el calor extremo es más predecible que otros desastres, los sistemas de asesoramiento que combinan datos meteorológicos con planes de acción a nivel de explotación pueden ayudar a agricultores, pastores y pescadores a movilizar recursos antes de que se produzca un desastre. La iniciativa de la ONU “Alertas Tempranas para Todos” aspira a una cobertura mundial para 2027, cambiando el enfoque de una respuesta reactiva a una gestión proactiva del riesgo. Los agricultores no pueden quedar desprotegidos ante los fenómenos climáticos extremos: la alerta temprana es una de las inversiones más inteligentes y rentables que se pueden realizar.
Las herramientas para adaptarse ya están a nuestro alcance. Lo que falta es la escala y la inversión necesarias para que funcionen para todo los agricultores de todo el mundo. El nuevo objetivo mundial de financiación climática de 300.000 millones de dólares al año para los países en desarrollo podría ser transformador, si se priorizan los sistemas agroalimentarios y a los pequeños productores. Para los países más afectados pero con menos recursos, esta es la financiación que necesitan para desarrollar capacidades y reducir el riesgo de sus proyectos.
La ventana para una acción eficaz se está cerrando a medida que la agricultura se acerca a sus límites de adaptación. Los agricultores ya están pagando el precio: tienen 35 veces más probabilidades de morir por exposición al calor que los trabajadores de otros sectores. El Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático (IPCC) proyecta que hasta el 10% de las tierras agrícolas actuales podrían volverse no aptas para el cultivo en el año 2050, y hasta el 30% en el año 2100 bajo un escenario de altas emisiones. Mientras tanto, quienes trabajan al aire libre podrían enfrentarse hasta a 250 días de calor peligroso cada año en algunas partes del mundo. Una vez superados los umbrales ecológicos y humanos, ninguna financiación puede recuperar lo perdido. Ha llegado el momento de invertir en adaptación, minimizar pérdidas y daños, y ayudar a los agricultores a encontrar alternativas productivas.
La cuestión ya no es si podemos permitirnos priorizar la adaptación de la agricultura y de las comunidades que dependen de ella; sino si podemos permitirnos no hacerlo. La COP30 debe ser el punto de inflexión en el que la financiación y la atención se orienten de forma decisiva a ayudar a la agricultura y a los sistemas alimentarios a adaptarse a un mundo más cálido. La seguridad alimentaria es seguridad climática. Preparar los sistemas agroalimentarios para el calor extremo es la defensa más sólida de la que disponemos para los agricultores, las comunidades y las economías de todo el mundo.
El Sr. Kaveh Zahedi es el Director de la Oficina de Cambio Climático, Biodiversidad y Medio Ambiente de la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO).
hace 10 horas
1







English (US) ·
Spanish (ES) ·