
Hace unas semanas el comité del Sundance Institute anunció que el Festival de Cine de Sundance, posiblemente el nombre más reconocible de los festivales de cine estadounidenses, dejaría su hogar de toda la vida en Park City, Utah, para trasladarse a Boulder, Colorado. Para el mundo del cine en general, sin mencionar al observador casual ajeno a la industria, fue una noticia más o menos comparable a que los Premios de la Academia dejaran Hollywood. Pero es un movimiento sabio y atrasado que, en última instancia, beneficiará a todas las partes involucradas, desde los cineastas hasta el público y la prensa especializada.
Para entender por qué, primero hay que comprender la historia de Sundance. Cuando el festival comenzó en 1978 (inicialmente llamado Festival de Cine de Utah/Estados Unidos; no adoptó oficialmente el nombre Festival de Cine de Sundance, en honor al fundador del Sundance Institute, Robert Redford, hasta 1991), se realizaba en la cercana Salt Lake City a fines del verano/principios del otoño, una época ya saturada de festivales consolidados en Toronto, Nueva York y Telluride, Colorado. En 1981, el evento se trasladó a Park City y se movió a enero, cambios destinados principalmente a remontar las bajas cifras de asistencia del joven festival. Si los organizadores no lograban que cineastas y ejecutivos agregaran otro festival de otoño a sus calendarios, razonaron que quizás podrían atraerlos al pueblo turístico de montaña con la promesa de diversión en las pistas de esquí. La esperanza era que los asistentes también se animaran a ver algunas películas.

Así, Park City fue elegida más por sus montañas que por sus películas, y la ubicación fue seleccionada en un momento en que Sundance apenas se asemejaba al gigante en el que se convertiría. El pueblo de esquí, que cuenta con solo 8.200 residentes permanentes, luchó cada año con el simple hecho de que no tenía la infraestructura -vivienda, transporte público y espacios para eventos- para albergar uno de los festivales de cine más grandes del mundo.
Las habitaciones de hotel tenían precios astronómicos y se reservaban con meses o incluso años de anticipación. Los residentes en su mayoría abandonaban los límites de la ciudad durante las festividades de semana y media, pero los altos costos de las habitaciones publicadas incluso en Craigslist y los alquileres en Airbnb dejaban fuera a la mayoría de los posibles visitantes, incluido yo. (Asistí de 2012 a 2019, pero los costosos alojamientos de los últimos años hicieron que el viaje fuera económicamente inviable).
Las calles se llenaban de tráfico –en su mayoría de visitantes en Ubers– durante horas los días de inicio del festival. La situación frecuentemente hacía inútiles a los autobuses del festival durante los horarios de mayor atención y obligaba a los asistentes a caminar con dificultad sobre hielo y nieve. También estaba el problema de conseguir espacios para proyecciones en el pequeño número de salas de cine permanentes del pueblo. Durante años, el cine más grande era un auditorio de secundaria, con otras proyecciones en bibliotecas, sinagogas y salones de hotel transformados en lugares improvisados.
El traslado a Boulder debería aliviar gran parte de esa tensión. La ciudad, con 100.000 residentes, es mucho más grande geográficamente, mientras que aún ofrece proximidad a la naturaleza, infraestructura adaptable y personal potencial gracias a la Universidad de Colorado. También posee un ambiente de “ciudad artística” durante todo el año -el tipo que suele asociarse con audiencias progresistas–, lo que encaja mejor con el festival de orientación progresista que con el socialmente conservador Utah.
El tamaño mismo de la ciudad significa que la vivienda y las proyecciones serán más manejables, y eso son buenas noticias, porque en este momento tan delicado para el negocio del cine independiente, el lema es la visibilidad. El cine independiente atraviesa ciclos de auge y caída, y ya han pasado las épocas de grandes gastos de los años noventa impulsados por Miramax y finales de la década de 2010 apoyados por plataformas de streaming. A medida que la industria cinematográfica continúa luchando y las plataformas de streaming han cerrado mayormente sus carteras para adquisiciones, las ventas fueron lentas en el festival de este año, continuando la tendencia de la era posterior a la pandemia.

Para que Sundance tenga éxito y siga ocupando su lugar en el epicentro del cine independiente estadounidense, puede que necesite volver a sus raíces. El festival no fue concebido como un mercado –un parque comercial donde distribuidores adinerados compiten por la Próxima Gran Cosa–. Fue pensado como un recurso para jóvenes cineastas (también a través del cercano Sundance Institute), una vitrina para cineastas regionales y una celebración de películas.
En cambio, el evento se ha convertido en parte de la maquinaria de Hollywood, enviando a los asistentes al festival, jugadores de la industria y prensa de entretenimiento a correr detrás de las tradicionales “películas Sundance” –introspectivas, de bajo presupuesto, consideradas relevantes principalmente por contar con grandes estrellas bajando su caché para trabajar por poco.
Pero las películas llamativas del pasado año no fueron las grandes ventas de Sundance ‘24 (como It’s What’s Inside, -Lo que hay dentro- que fue vendida a Netflix Inc. por 17 millones de dólares y apareció en la plataforma meses después sin mayor repercusión); fueron títulos excéntricos, peculiares y de culto rápido como Hundreds of Beavers y The People’s Joker, que en su mayoría evitaron los medios tradicionales y se distribuyeron por sí mismos con considerable éxito. Exceptuando casos como Train Dreams (Netflix compró la película en un acuerdo que ronda los 17 millones de dólares), Sundance está en una de sus épocas de caída y, por ende, debería volver a enfocar sus objetivos hacia pequeños éxitos y comunidad.
Lo que nos regresa al tema de la visibilidad. La disminución en acuerdos de distribución y éxitos en plataformas de streaming no cambiará el número de películas independientes que se realizan; si acaso, incrementará un mercado ya saturado. Si las películas que se exhiben en festivales como Sundance van a ser vistas y alzar cualquier ruido por encima del ya ensordecedor bullicio popular, tendrán que ser vistas por el mayor número posible de audiencias, profesionales de la industria y críticos. Las cifras necesarias simplemente ya no eran posibles en un pueblo donde solo los asistentes más adinerados (o aquellos con los presupuestos más altos de viáticos) podían permitirse asistir. En una nueva ciudad y con (esperemos) un renovado sentido de propósito, Sundance puede volver a configurar su propia definición de éxito.
(Fuente: Bloomberg)