
Durante el embarazo, el puerperio y la crianza de los hijos, la salud mental materna atraviesa una vulnerabilidad particular. Sin embargo, muchos de los síntomas que la afectan pasan inadvertidos o son minimizados, tanto por los entornos familiares como por los propios sistemas de salud.
“La tristeza no siempre está presente”, advirtió consultada por Infobae la médica especialista en Psiquiatría Perinatal del Servicio de Psiquiatría de Adultos de Fleni Agustina Wainsztein (MN 144.038).
En su mirada, “muchas madres atraviesan malestares profundos en silencio, porque tanto ellas como su entorno creen que son parte normal del proceso”.

Los síntomas más frecuentes no son necesariamente los que se esperan. Lejos de limitarse a llanto o desánimo, las señales de una salud mental endeble pueden incluir irritabilidad constante, cansancio extremo que no mejora con el descanso, alteraciones del sueño y del apetito, pensamientos invasivos sobre peligros inminentes para los hijos o sensación de desconexión afectiva con el bebé, en el caso del puerperio.
“Hay mujeres que no logran dormir aunque el bebé duerma, que sienten que están al borde todo el tiempo, o que piensan que no son buenas madres”, enumeró Wainsztein. “Si estas señales duran más de dos semanas, no deben naturalizarse”.

El impacto emocional comienza muchas veces en el embarazo, se profundiza en el postparto y puede extenderse durante años. Las causas, según Wainsztein, van desde fluctuaciones hormonales hasta antecedentes personales o familiares de trastornos del estado de ánimo.
Pero también juegan un rol clave los factores sociales: partos traumáticos, falta de red de apoyo, violencia, desempleo o problemas de pareja.
En etapas más avanzadas, se suman el agotamiento físico, la sobrecarga de responsabilidades y la presión de cumplir con múltiples demandas. “La carga mental es invisible, pero constante”, señaló.

Desde una perspectiva clínica y cultural, la licenciada en Psicología con orientación Perinatal y Reproductiva María Agustina Capurro (MN 69748) puso el foco en una emoción transversal: la culpa. “Se activa casi de manera automática y tiene raíces en una narrativa sociocultural muy arraigada”, explicó.
Y ahondó: “Aún hoy, muchas mujeres no se habilitan a decir ‘no doy más’ sin sentirse malas madres”.
Por su parte, el licenciado en Psicología y sexólogo Mauricio Strugo (MN 41436), especialista en parejas e investigador del posparto en la pareja, sumó: “La culpa es el precio que muchas madres pagan por actuar según lo que desean, y no según lo que se espera de ellas. Pero si cumplen su rol en automático solo para no sentirse culpables, pueden terminar resentidas con sus parejas, y con los años, incluso con sus hijos”.

Una de las barreras principales para la detección de trastornos de la salud mental en las mujeres madres es que muchos profesionales de la salud no están formados en salud mental perinatal. “No basta con preguntar ‘¿estás bien?’ o asumir que la llegada de un hijo trae felicidad”, sostuvo Wainsztein. “Frases como ‘se te ve muy bien’ o ‘seguro estás feliz’ pueden hacer que las mujeres oculten sus verdaderos sentimientos”.
Las entrevistas clínicas cuidadosas, junto a herramientas validadas, son fundamentales. “Hay que habilitar el espacio para que hablen sin ser juzgadas”, insistió.

Existen múltiples obstáculos que impiden a muchas mujeres pedir ayuda. Algunas no reconocen sus síntomas, otras priorizan el bienestar de la familia y postergan el propio, o creen erróneamente que solo recibirán psicofármacos. Además, persiste el temor a ser señaladas.
“Todavía pesa la idea de que una madre que se siente mal es una madre deficiente”, remarcó Wainsztein. “Y cuando se suma la falta de tiempo, de recursos o de acceso a profesionales, el círculo se cierra”.

Para Wainsztein, la familia y las personas cercanas pueden ser claves para una detección temprana. “Deben estar atentos a señales como retraimiento, comentarios autorreferenciales negativos o, en el caso del puerperio, pérdida de vínculo con el bebé”. Pero, sobre todo, deben ofrecer apoyo concreto y escucha empática. “No se trata de decir ‘todo pasa’ o ‘tenés suerte’, sino de acompañar sin juzgar”.
Capurro coincidió al asegurar que “el mandato del ‘disfrutalo que pasa rápido’ es brutal para quien está exhausta. El discurso de que la maternidad es el mejor momento de la vida muchas veces choca con la experiencia real y genera más angustia”.

Consultados sobre qué se necesita, entonces, para cuidar la salud mental de las mujeres que maternan, las respuestas de los especialistas son múltiples: información, acompañamiento, corresponsabilidad en la pareja, espacios de autocuidado y redes de apoyo.
Strugo lo resumió así: “La clave es que no críen en soledad. Que no se inmolen. Que puedan reconectar con otros roles y con su identidad más allá de la maternidad”.
Capurro reforzó la idea al señalar que “el cuidado de los hijos no es exclusivo de la madre. Cuando existe un vínculo de pareja, debe ser compartido. Y cuando hay redes, todo es más sostenible”.
“No podemos seguir hablando de salud mental materna solo una vez al año”, concluyó Wainsztein. “Debe ser un tema permanente en la agenda sanitaria, social y cultural. Porque si el malestar no se nombra, no se atiende”.