Desde Nueva York.- La emoción por el fenómeno astronómico Manhattanhenge llevó a residentes y turistas a ocupar algunas de las avenidas más reconocibles de Nueva York. La policía intervino para reducir riesgos y la ciudad se entregó por completo al impacto visual del sol poniente.
El último 12 de julio, miles se congregaron en el Tudor City Overpass, uno de los miradores urbanos más demandados, para observar cómo el sol quedaba perfectamente alineado con las calles de Manhattan. El astro, enmarcado por los rascacielos, se convirtió en el epicentro de atención.
Por un instante, los neoyorquinos apartaron la vista de sus teléfonos y miraron hacia el cielo para disfrutar de la naturaleza y de la rara ocurrencia astronómica que es el Manhattanhenge.

La escena modificó el flujo habitual de la ciudad. La policía recurrió a gritos para lograr que la multitud abandonara el asfalto y minimizar riesgos, mientras vehículos quedaban retenidos ante el entusiasmo de quienes buscaban capturar la imagen perfecta.
El Manhattanhenge, conocido también como “Manhattan Solstice”, se consolidó como uno de los espectáculos urbanos más notorios del año. Ocurre cuando el sol poniente se alinea estrictamente con el trazado este-oeste de las principales vías de Manhattan, generando la ilusión de que el astro flota en el corazón de la avenida.
Se produce cuando el sol desciende siguiendo un ángulo que coincide exactamente con la disposición cuadriculada de Manhattan. Como la cuadrícula está desviada veintinueve grados con respecto al este-oeste real, el fenómeno no coincide con los solsticios astronómicos tradicionales.

Esta peculiaridad transforma a la ciudad en un gran observatorio urbano, donde arquitectura y astronomía convergen para ofrecer un espectáculo irrepetible.
El suceso suele repetirse dos veces al año y convoca a fotógrafos, turistas y residentes, quienes buscan las mejores vistas en la Calle 14, Calle 23, Calle 34, Calle 42 y Calle 57 para contemplar y capturar el resplandor perfectamente encuadrado por la silueta urbana.
El término Manhattanhenge fue popularizado por el astrofísico Neil deGrasse Tyson, quien comparó el fenómeno con el ancestral Stonehenge británico, donde el sol se alinea con las piedras en fechas determinadas.

El comportamiento del público evidencia la singular importancia del evento. Testigos describen cómo, durante la edición de julio, los neoyorquinos interactuaron entre sí con una camaradería habitualmente reservada para eventos deportivos.
El fervor llevó a muchos a bloquear el tráfico, lo que agotó la paciencia de los conductores y motivó la actuación de la policía. Resultó una escena infrecuente en una ciudad reconocida por su ritmo constante y la distancia habitual entre sus ciudadanos.
El Tudor City Overpass, pasarela peatonal convertida en mirador, ha adquirido especial relevancia en cada edición. Desde allí, la perspectiva muestra el sol alineado con la Calle 42, generando una de las imágenes más compartidas en el mundo.

Otros puntos de observación destacados se encuentran en la Calle 14, Calle 23, Calle 34 y Calle 57, donde la puesta de sol se percibe entre edificios emblemáticos.
La temporalidad limitada del Manhattanhenge le añade atractivo: el espectáculo solo dura unos minutos y depende de que el horizonte permanezca despejado. Durante ese breve lapso, la luz dorada transforma la ciudad y otorga un carácter insólito al paisaje.
El acontecimiento, registrado en la agenda de locales y visitantes, ha tomado forma de ritual colectivo que pausa la rutina urbana y propicia la contemplación. La imagen del sol entre los edificios principales de Manhattan ya es símbolo de la capacidad de Nueva York para sorprender y fomentar encuentros masivos espontáneos ante un fenómeno natural.
El Manhattanhenge es, simultáneamente, un evento astronómico y un acto social de unión ciudadana. Así, por unos minutos, la urbe se convirtió en escenario de diálogo entre naturaleza y arquitectura...