
En el vasto y oscuro archivo del horror humano, pocos nombres despiertan tanta repulsión como el de Ilse Koch, conocida como la “Bruja de Buchenwald”.
Su historia, que encarna el extremo del sadismo nazi, vuelve a resonar este octubre con el estreno en Netflix de Monster: The Ed Gein Story, la nueva entrega de la antología de Ryan Murphy que explora la vida del asesino serial estadounidense Ed Gein.
Ambos personajes, separados por tiempo y geografía, comparten una inquietante afinidad: el gusto por convertir restos humanos en objetos domésticos.
En la serie de Netflix, Vicky Krieps interpreta a Ilse Koch como una figura fantasmal que ronda la mente del asesino, sugiriendo cómo la atrocidad histórica puede alimentar el mito criminal.

Ese macabro paralelismo, ahora revivido en la cultura popular, conecta el terror institucional del Tercer Reich con el crimen individual más perturbador de la América rural.
Nacida en Dresde en 1906, Margarete Ilse Köhler parecía destinada a una vida común.
Sin embargo, su matrimonio con Karl-Otto Koch, comandante de las SS, la introdujo en los círculos del poder nazi y la llevó al campo de concentración de Buchenwald, donde su nombre se volvió sinónimo de crueldad.
Aunque nunca tuvo un cargo formal, Ilse ejercía una influencia temida. Los sobrevivientes la recordaban cabalgando entre los prisioneros, azotando a quienes la miraban o soltando sus perros contra mujeres embarazadas.

Su sadismo se extendía incluso al botín de guerra: mientras miles morían a su alrededor, los Koch disfrutaban de una vida de lujo con bienes robados a sus víctimas.
Su fama mundial, sin embargo, provino de algo aún más atroz. Durante los juicios de Núremberg se presentaron fragmentos de piel humana tatuada que, según los testimonios, habían sido usados por Ilse para confeccionar pantallas de lámpara, guantes y tapas de libros.
También se hallaron restos esqueléticos y dedos momificados empleados como trofeos o elementos decorativos.
Estos hallazgos la convirtieron en un símbolo de la banalidad del mal:, siendo recordada como una mujer que transformó el sufrimiento humano en decoración, borrando la frontera entre lo monstruoso y lo cotidiano.

Tras la guerra, Ilse Koch fue arrestada y juzgada en 1947 por crímenes de guerra. Aunque inicialmente su condena fue conmutada por falta de pruebas directas, la indignación pública llevó a un nuevo juicio en Alemania Occidental, donde fue sentenciada a cadena perpetua.
Pasó las últimas dos décadas de su vida en la prisión de mujeres de Aichach, atormentada por episodios de locura y delirios en los que aseguraba ser perseguida por los fantasmas de sus víctimas.
El 1 de septiembre de 1967, se suicidó a los 60 años, colgándose con sus propias sábanas.

Décadas después, en 1957, el granjero Ed Gein fue detenido en Wisconsin tras descubrirse en su casa un escenario de pesadilla: sillas tapizadas con piel humana, cráneos usados como cuencos y un “traje de mujer” hecho con piel y senos humanos.
La prensa lo bautizó como “El Carnicero de Plainfield” y sus crímenes inspiraron personajes como Norman Bates (Psicosis) o Buffalo Bill (El silencio de los inocentes).
Sin embargo, los expertos señalan que las historias de Ilse Koch, difundidas globalmente tras la guerra, pudieron haber influido en la mente perturbada de Gein.

Ambos compartían una relación enfermiza con el cuerpo humano y la muerte: Koch desde el poder impune del nazismo; Gein, desde la soledad rural de un Estados Unidos que apenas comprendía la psicopatía.