
No hay foto de perfil juntos, ni estado sentimental actualizado, ni promesas explícitas. Tampoco hay ruptura clara, ni despedidas, ni explicaciones. Son vínculos que flotan, que se “van viendo”, donde ningún integrante termina de definir qué son.
Pero entre tanta ambigüedad, hay algo que sí queda definido: el dolor emocional de no saber qué lugar se ocupa. En la era de los vínculos líquidos, los “casi algo” proliferan como forma dominante de relación y, aunque en algunos casos pueden vivirse con naturalidad, en muchos otros dejan una estela de ansiedad, confusión y frustración.
¿Qué pasa cuando una persona entrega afecto esperando reciprocidad, pero recibe solo fragmentos? ¿Qué efectos psicológicos provoca quedar atrapado en un vínculo que no se nombra?
Infobae conversó con especialistas en psicología y psicoanálisis que analizaron este fenómeno desde distintas perspectivas. Todos coinciden en un punto clave: cuando no hay acuerdos claros y las expectativas están desbalanceadas, el vínculo deja de ser un espacio de encuentro para transformarse en una fuente de desgaste.

La psicóloga Beatriz Goldberg, autora del libro Parejas tóxicas, señala que los modos de nombrar las relaciones afectivas cambiaron profundamente. En diálogo con Infobae, explicó: “Hace unos años uno decía sin dudar ‘te presento a mi novia’, ‘mi pareja’, ‘mi esposa’. Aunque uno tuviera dudas, había una certeza en el lugar que se ocupaba”.
En la actualidad, en cambio, predomina la evitación de etiquetas. “Te presentan a alguien diciendo solo el nombre. No sabés si es la compañera de trabajo, la amante, la tía. Se evita ponerle título para no comprometerse desde la palabra”, advierte Goldberg.
Esa resistencia a nombrar el vínculo tiene consecuencias emocionales: genera inseguridad, desorientación y desgaste afectivo. En muchos casos, las personas permanecen en relaciones indefinidas por miedo a perder el contacto o por temor a la soledad. “Uno sigue así con tal de no perder la relación. Es lo que antes se llamaba ‘mi peor es nada’”, afirma la especialista.

Uno de los conceptos más claros que utiliza Goldberg para describir estas situaciones es el de “migajera”. Así define a aquellas personas que aceptan afecto en dosis mínimas con la ilusión de que eso se transformará en algo más. “Estoy con esta persona, pero hoy no me da bolilla. Por ahí mañana sí. No me da todo lo que necesito, pero me alcanza para no sentirme sola”, explica.
Pero esas migajas afectan el bienestar emocional: “El ‘casi algo’ es bueno solo cuando es bilateral. Pero si uno quiere todo y el otro no, se convierte en una relación tóxica. Me sacan energía como un vampiro y me dejan picando con la fantasía de que va a haber algo. Y no hay”.
Goldberg también señala que en estos vínculos ambiguos, el cierre resulta muy difícil, lo que alarga el sufrimiento: “Cuesta cortar porque uno tiene la esperanza de que mágicamente la cosa cambie. Pero muchas veces eso no pasa y se pierde mucho tiempo emocional”.

El psicoanalista Juan Eduardo Tesone, miembro de la Asociación Psicoanalítica Argentina (APA) y autor del libro “En las huellas del nombre propio”, plantea que toda relación, al comenzar, es técnicamente un “casi algo”.
Sin embargo, el problema surge cuando una parte proyecta más de lo que el otro está dispuesto a ofrecer. “Hay vínculos donde uno de los miembros le pone expectativas excesivas de entrada y no es correspondido. Ahí aparece el dolor”, explicó a Infobae.
Tesone señala que este tipo de desajustes es parte del riesgo inherente a todo vínculo, pero que la virtualidad actual lo potencia. “Las redes sociales favorecen vínculos más lábiles.
El ghosting es una expresión concreta: alguien desaparece sin explicación, como si nunca hubiera existido”.
Según el analista, lo fundamental no es si la relación está formalizada o no, sino si hay acuerdo mutuo. Cuando el pacto afectivo es claro, incluso las relaciones provisorias pueden ser saludables. “El problema es la asimetría emocional. Si uno busca estabilidad y el otro no, el desequilibrio genera sufrimiento”.

Desde una perspectiva psicoanalítica, la presidenta de la Asociación Psicoanalítica Argentina, Mirta Goldstein, advierte que el término “casi algo” tiene una connotación degradante: “‘Casi’ es lo que no llega a ser y ‘algo’ es una cosa, no una persona”, dijo a Infobae.
El vínculo se vuelve perjudicial cuando hay engaño emocional: cuando alguien es inducido a creer que está en una relación comprometida mientras el otro evita todo involucramiento real. “Se prometen situaciones que el otro no está dispuesto a asumir. Esto antes era más frecuente en mujeres, pero hoy también pasa en varones”.
Para Goldstein, prevenir estos vínculos dolorosos implica tomarse tiempo y no depositar confianza ciega: “Un manipulador que miente, en algún momento se contradice. La ansiedad viene de haber confiado demasiado rápido y sentirse defraudado”.

Un artículo de Psychology Today aporta otra dimensión al análisis: el efecto de escasez. Según este enfoque, cuando alguien se muestra emocionalmente distante, su valor percibido aumenta. “Cuanto más se alejan estas personas, más las deseamos. Su atención se vuelve algo por lo que luchamos, precisamente porque no se nos da fácilmente”, se advierte en el artículo.
Este comportamiento tiene raíces evolutivas. En sociedades antiguas, ser rechazado del grupo podía significar quedar expuesto a la muerte. Por eso, el rechazo romántico actual activa zonas cerebrales asociadas con el dolor físico. El problema es que hoy ese impulso puede volverse autodestructivo: se insiste con alguien que claramente no está interesado, solo para evitar el sufrimiento de sentirse excluido.
También la cultura popular refuerza este patrón: “Las películas y canciones glorifican el amor no correspondido como algo romántico. Nos enseñan que si luchamos lo suficiente, obtendremos amor. Pero muchas veces eso no ocurre y terminamos atrapados en vínculos que nos hacen mal”, señala el informe.
Goldberg afirma que muchas personas toman conciencia del dolor de un “casi algo” cuando atraviesan un momento emocional difícil: “Estás mal y no tenés quien te haga ese famoso té, no contás con el otro. Y ahí te das cuenta de que estás sola”.
En esos casos, el vínculo no solo no acompaña, sino que impide abrirse a nuevas relaciones más saludables. “Ese algo que da vueltas no te deja conocer a alguien más afín. Por miedo al compromiso, te quedás con eso ambiguo que no te llena, pero te entretiene”.

El problema es que ese entretenimiento muchas veces no es inocuo. Deja un vacío emocional, una sensación de reclamo no escuchado, de no recibir lo que uno merece. “Uno no quiere perder nada por nadie. Pero una relación de pareja también implica perder algo: tiempo, autonomía, espacio. Hoy en día con el individualismo, eso cuesta mucho”, reflexiona.
La solución, según los especialistas, no es necesariamente formalizar el vínculo sino poner en palabras lo que se espera del otro. “La mejor estrategia es el diálogo, pero con humor y sin culpas. Preguntar qué somos, qué quiere cada uno, aunque sea a destiempo”, propone Goldberg.
La psicóloga remarca que la autoestima es un factor central para salir de la lógica de las migajas. “Cuando uno está bien plantado, puede decir lo que necesita y no acepta lo mínimo. Puede tener media porción, pero no migajas”.
En la misma línea, la psicóloga Alicia Stolkiner expresó a Infobae que una relación indefinida no es necesariamente tóxica. El conflicto aparece cuando no hay coincidencia en lo que se busca: “Si para ambas partes es suficiente, no debería ser problemática. Pero si una espera más y no puede salir, ya se trata de otra cosa”.