
Cuando era apenas una niña, Christie Brinkley vivía bajo el mismo techo que un hombre que debía protegerla, pero que, en cambio, se convirtió en su primer verdugo.
En su libro de memorias Uptown Girl, la actriz, modelo y empresaria estadounidense, hoy con 71 años, relata sin rodeos el infierno que significó crecer bajo el abuso físico y psicológico de su padre biológico, Herb Hudson.
“No importaba cuán buena o callada fuera: Herb siempre encontraba una razón para castigarme”, escribió. En su infancia, el castigo no fue una excepción: fue la norma. Hudson, que había mudado a la familia desde Monroe, Michigan, hasta Canoga Park, Californa, tenía una rutina de maltrato que incluía azotes con un cinturón, frotadas violentas con toallas y la humillación de lavarle la boca con jabón. Esto lo comentó en sus memorias.
Según contó al Wall Street Journal, “en aquellos tiempos el castigo corporal era bastante común, pero mi padre biológico, Herb, fue más allá de lo que era aceptado”. Brinkley también recuerda que su hermano mayor, Greg, sufrió tanto como ella: él desarrolló migrañas por el estrés.
Ese ciclo de violencia se rompió recién cuando ella tenía siete años. Su madre, Marjorie, tomó la decisión de separarse.
Con un trabajo como telefonista, se hizo cargo de sus dos hijos y se mudaron a un pequeño departamento en planta baja, en un callejón junto a un cobertizo de basura.
Ese sitio, lejos de ser miserable, se convirtió en un refugio simbólico para Christie, que encontró allí una forma de comenzar de nuevo.

Fue en una salida de trabajo de su madre, casi por azar, que conocieron a un hombre que cambiaría sus vidas: Don Brinkley, un reconocido guionista de televisión.
Christie se equivocó de puerta al entregar un sobre, y el hombre que respondió, Don, le preguntó por sus padres.
Al ver a Marjorie desde el auto, bajó con la niña y se presentó. A partir de ese momento, comenzaron a verse, y poco después Don alquiló una casa para ellas cerca de su apartamento en Malibu.
Cuando Christie tenía ocho años, su madre se divorció legalmente de Hudson y se casó con Don, quien adoptó legalmente tanto a ella como a Greg. “Don fue amoroso y atento. Lo llamé papá”, escribió en sus memorias.
Ya a los diez años, Don la llevó al cine a ver Los paraguas de Cherburgo, y al ver a Catherine Deneuve en pantalla, Christie se enamoró de París. Esa chispa artística no fue una novedad: desde los cinco años había encontrado en el dibujo una manera de escapar de la violencia.
Empezó dibujando caballos de un libro, y sus ilustraciones eran tan admiradas en la escuela que su madre las colgaba en la heladera de su casa. Esa validación temprana la acompañaría por años.
Sus padres la apoyaron en su decisión de asistir al Lycée Français de Los Ángeles, una escuela internacional bilingüe. En 1973, ya con 19 años, se mudó a París con una amiga. Mientras su compañera regresó a Estados Unidos semanas después, Christie se quedó.
Trabajó como ilustradora para una división de Air France, que promovía el turismo juvenil. Fue entonces, en 1974, que un encuentro fortuito cambió su destino: mientras llamaba por teléfono desde una cabina frente al correo, acompañada de su perra Bianca, casi choca con un hombre.

Era Errol Sawyer, fotógrafo de moda estadounidense, que la había visto antes y quería conocerla. Le explicó cuánto ganaban las modelos y elogió su estética de chica californiana. Al día siguiente ya estaba trabajando con él.
Ese primer paso la llevó rápidamente al mundo del modelaje internacional. El mismo día que se presentó en Elite Model Management, conoció a los fotógrafos Patrick Demarchelier y Mike Reinhardt, quienes organizaron una cita para que conociera a Eileen Ford, fundadora de Ford Models, en Palm Springs. Ford la contrató.
En los años 80, su imagen fue omnipresente: aparecía en casi todas las ediciones de la revista Glamour. Pero el punto de quiebre fue en 1979, cuando se convirtió en la primera modelo en protagonizar tres portadas consecutivas de la edición de trajes de baño de Sports Illustrated.
“Estaba maravillada por la vista durante la sesión en la isla La Digue, en Seychelles”, dijo al Wall Street Journal. Ese mismo número la catapultó a un nuevo público: “me presentó a la otra mitad de la población: los hombres.
La mayoría de los directores de arte y ejecutivos de agencias de publicidad eran hombres, así que mis contratos despegaron”.

La fama le trajo muchas cosas: contratos, reconocimiento global y también relaciones sentimentales. Se casó con el artista Jean-François Allaux, luego con el músico Billy Joel, con quien tuvo a su hija Alexa Ray Joel, después con el empresario Richard Taubman, con quien tuvo a Jack Brinkley, y finalmente con el arquitecto Peter Cook, con quien fue madre de Sailor Brinkley Cook.
Pero ni siquiera el éxito público pudo blindarla de nuevas traiciones. En su libro, Brinkley reveló uno de los momentos más dolorosos de su vida adulta: estando casada con Taubman, almorzaban juntos en Nueva York cuando él le dijo, de forma “casual y repentina”, que había contactado por teléfono a su padre biológico, Herb Hudson, con quien ella no hablaba desde los ocho años.
“Sentí un shock y una indignación enormes”, escribió. Lloró en el acto.
“Vamos a hacer un trato. Me voy a alejar de vos y del bebé, igual que lo hizo Herb Hudson”, le dijo. Y agregó: “En ese segundo, la habitación se derrumbó a mi alrededor, las palabras de Ricky flotaban en el aire como hollín oscuro y sucio, ahogándome… A veces, la historia tiene una forma horrible de repetirse”, recordó en sus memorias.
Su siguiente matrimonio, con Peter Cook, tampoco estuvo exento de tormentos. Lo conoció en 1996, después de divorciarse de Taubman, en un momento en el que sentía “una sensación de urgencia” por encontrar una figura paterna para su hijo Jack, según declaró a Us Magazine.
Aunque al principio no lo consideraba su tipo, comenzaron a salir y se casaron en septiembre del mismo año. Cook adoptó a Jack y en 1998 nació Sailor.
Pero la relación se desmoronó en 2006, tras descubrir que él le era infiel con una adolescente. Durante una ceremonia de graduación en Southampton High School, un hombre la tocó en el hombro y le dijo que su hija de 18 años tenía un romance con Cook.
“Lo supe por la cara de Peter. Pensé que me iba a desmayar en el escenario”, escribió. Lo echó de la casa. El divorcio y la batalla por la custodia duraron seis años, pero finalmente ella obtuvo la custodia de ambos hijos.
Hoy Christie Brinkley divide su tiempo entre Sag Harbor, Nueva York, y Turks and Caicos. La casa donde vive fue una obsesión desde 1984, cuando la visitó con Billy Joel y no pudieron comprarla.