Luz Gaggi: “Vivo el amor como se tiene que vivir y coincido con gente que lo vive como yo”

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Luz Gaggi: “Vivo el amor como se tiene que vivir y coincido con gente que lo vive como yo”

Todas sus letras tienen una dedicatoria porque Luz Gaggi no lo dice, lo canta. “En las canciones aparece mi parte más dramática y me encanta. Ahí soy drama, más llanto, más tristeza. Y hago del lamento un cuadro”, se describe.

Porque la mujer que cortó más de un vínculo amoroso con un simple mensaje de texto (“Che, me parece que no vamos a hablar más”, ha escrito), es también la artista que entona: Ya estoy pensando en irme de aquí, me vestí de blanco para ti, las flores que me compraste siguen ahí, pero yo ya me fui, ¿qué se siente dormir sin mí esta noche de abril?.

El fragmento corresponde a su último corte, Avión a Madrid, que pronto tendrá sucesor, aunque Gaggi no quiera adelantar nada, ni siquiera el nombre de esa canción. Apenas desliza que es la contracara de ese tema. Porque para Luz, el amor inspira del mismo modo que el desamor. Y es que al fin, para ella todo se trata de sentir.

Esta joven platense que alcanzó notoriedad con el reality La Voz Argentina y fue telonera del show de Paul McCartney en River, solo dirá que el año próximo sacará otro álbum, después del exitoso Altar, que llegó a presentar en el Teatro Coliseo con entradas agotadas.

A lo largo de la entrevista con Infobae, se la nota entusiasmada: aún le quedan algunos temas por grabar con el productor Cachorro López, el mismo que trabajó con Diego Torres, Los Abuelos de la Nada, Julieta Venegas, Vicentico y tantos más. “Cachorro es una gran escuela, una experiencia increíble. Me acuerdo estar del otro lado de la pecera (del estudio) y decirle a Cachorro: ‘Estoy temblando. Teneme paciencia porque tengo muchos nervios’“, revela Luz, y cuenta que propuso unas líneas para que Avión a Madrid adquiera su esencia definitiva.

—¿Qué verso es tuyo?

—“Abrí la ventana, dejé salir el humo”. Quería poner una imagen ahí, en la canción.

—Hay un renacer en esa frase, un empezar de nuevo.

—Re. Con cierta nostalgia también, como abandonar la casa. Y obviamente, en todos mis temas está siempre el reproche.

—¿Por qué ese reproche?

—Siento que hay algo ahí, como oculto. Algo que no se dice tanto, pero se redice: esto de echarle un poco la culpa al otro. Hasta mi tema más romántico tiene esa cuota de “¿Qué hacés? ¿Y por qué?”. Y en mi vida personal, me echo mucho la responsabilidad a mí.

La artista platense cuenta cómoLa artista platense cuenta cómo su experiencia con una grave enfermedad en la infancia marcó su vida y su música.

—¿Sos de cuestionarte, de enojarte con vos misma?

—No sé si me enojo, pero sí: me cuestiono mucho.

—¿Vinculado a la música o a todo?

—A todo (risas). Es parte de crecer.

—¿Que grandes enojos tuviste con vos?

—Dejame pensar... Se mezcla mucho con lo que hablábamos recién: el ser y no ser. Quiero ser yo misma, pero no sé si le va a gustar a la gente que sea yo misma; entonces, no puedo ser yo misma. Y es como: “¡Qué bronca, loco! Porque sé que yo misma puedo llegar a hacer algo bien”. Te empezás a cuestionar y eso termina en un nudo gigante que no llega a nada, pero es la cuestión constante. Y me enojo conmigo misma por esto, por decir: “Loco, mi esencia capaz no funciona”. Y después decís: “¡Qué raro este pensamiento!”. Pero bueno, pasa.

—La pelea entre quién es uno y quién cree que tiene que ser para los demás.

—Claro. Pero eso va más allá de la música: en mi vida personal, también. La pelea entre quién soy y quién tengo que ser para sobrevivir y no quedarme sola. Y de repente, hay gente que realmente te ama por lo que sos.

—¿Pasaste grandes dolores por eso?

—Sí. Es algo que me planteo muy seguido.

—¿Hay gente que te haya decepcionado por no quererte como sos?

—No. Soy más yo, es más interno.

—No hablo de la artista, sino de la persona: ¿qué cosa tuya te cuesta mostrar?

—Mi parte calma.

—¿Y la más vulnerable?

—También. De hecho, este disco muestra mucho esa parte como más tierna. Todo lo vulnerable. Mi parte más cursi. ¿Sabés que mi padre me dice cursi?

—¿Y te gusta que te lo diga?

—Me encanta.

—¿Cómo fue esa infancia?

—Relinda. Tuve una gran infancia, por suerte: correr con amigos, jugar a la mancha, a las escondidas. Familia clase media normal, con mis viejos súper laburadores. Y con mis dos hermanas: yo soy la mayor.

La colaboración de Luz GaggiLa colaboración de Luz Gaggi con el productor Cachorro López aporta una nueva esencia a su último sencillo Avión a Madrid.

—Abriste camino.

—Sí. Espero ser un gran ejemplo para ellas.

—Si tenés que elegir tres momentos de tu historia que definen quien sos hoy, ¿con cuáles te quedás?

—Te podría decir el accidente que tuve cuando era más piba, a los 10, 11 años. Fue hace siglos, pero digo: “¡Ay, formó parte de mi historia, qué bueno!”. El otro es cuando me recuperé de eso, seis años después, que ahí dije: “Tengo que vivir mi vida al máximo porque no me queda otra”. Y el tercero es cuando de repente me encontré en un escenario cantando mis canciones y con la gente, como sonriendo. “¡Guau!, llegué”, dije.

—A los 11 todo cambió.

—Sí. Se terminó lo que estaba jugando: “Ahora, es esto, hay que estar acá. Y después, muchos años después, te vas a recuperar” (pensé).

—¿Cómo fue?

—No sabría decirte el punto de partida porque mi caso fue rarísimo, no pasa muy seguido. Había empezado a sentir dolores corriendo con amigos, algo en la cadera. Mamá me dijo la típica que todo el mundo piensa: “Ya se te va a pasar. Estás creciendo, los huesos se están fortaleciendo”. Y no se pasó. Y pasó a ser algo cada día un poquito más grave. Y terminó como tenía que terminar: caminando muy mal, con un palo, como podía. Hasta que me resbalé en el baño. ¡Bum! Empecé a gritar con desesperación: “¡¡Mamá!!”. Ahí empezó la gran traba, la gran aventura: Semana Santa en un hospital.

—¿Ahí, qué te dijeron?

Uff, estoy recordando esto, que fue fuerte...

—¿Querés que salgamos de ahí?

—No, no, no. Lo puedo contar. Hace mucho que no me meto de lleno y es como rememorar imágenes... Me dijeron: “Te tenemos que hacer un salvataje”, como una operación rápida, tratar de que estuviera lo más parado posible todo lo que estaba pasando. Me pusieron unos clavos, estuve en camilla bastante tiempo. Suero, medio dormida. Estaba internada en La Plata y justo ese fin de semana fue la mayor inundación en la ciudad. Se juntó todo. Después estuve en dos hospitales más y más tarde en mi casa, en la cama, sin poder bañarme. Y la parte interna fue rara.

—Había que entender que ahí empezaba una realidad distinta.

—Sí. Y no lo entendí hasta que salí de ahí, como cinco años después.

—Siento rechiquita, con 11 años, ¿cuánto entendiste que iba a durar esa situación?

—Para mí, iba a ser para siempre. Era arrancar una vida sin poder caminar. “Ya está, es esta”, dije. Mis padres estaban con más miedo que yo. Era todo bastante dolor.

—¿Cuál era el diagnóstico?

Epifisiólisis de tercer grado. Redifícil. Y yo, a los 11 años, sabiendo lo que era una epifisiólisis... Un garrón (risas). Pero también recuerdo con mucha nostalgia y emoción a esa Luz: fue una etapa bien jodida, no tenía un horizonte, no proyectaba una vida. Era vivir el día a día y ver cómo hacía para seguir.

—Primero fue silla de ruedas.

—Sí.

—¿Cómo aprendiste a usar la silla de ruedas?

—¡Qué tema! Tratábamos de hacerlo lo más divertido posible. Después, lo empecé a mechar mucho con las muletas. “Esto es un poco más zafable, no es tan grave”, dije.

—¿Y había algo de la mirada del afuera que jodía?

—Sí. De hecho, la mirada del afuera fue pésima, una de las cosas que más me afectaron. Un señor que no conocía me preguntaba: “¿Qué te pasó?”. ¡Qué te importa! ¿Estás loco? No sé quién sos. Tengo 12 años... Había una cuestión con la curiosidad. Y yo tenía como enojo, tipo: “No me mires”. Si me pasara de vuelta, volvería a tener los mismos sentimientos.

La lucha de Luz GaggiLa lucha de Luz Gaggi por la autoaceptación y la autenticidad se refleja en sus letras y en su vida personal. Fotos: Adrián Escandar

—¿Y en el colegio?

—La parte más jodida venía cuando tus propios compañeros te observaban. Y yo no salía a los recreos, me tenía que quedar en el salón. Me perdí un montón de cosas en ese tiempo que mis compañeros ya habían vivido y yo no. Era un bajón. Pero la verdad que tuve amigos que reestuvieron.

—¿En esa adolescencia, hubo un novio?

—No. Estaba sumergida en una tristeza muy profunda como para tener novio. Fueron años difíciles.

—¿Cuándo empezó a aparecer la perspectiva de poder volver a caminar por tus propios medios?

—Como tres años después. Me sacaron las muletas antes, porque yo tenía urgencia de que me las saquen, y mi cadera se empezó a necrosar. Terminé estando muy muy muy mal. Una de mis piernas estaba mucho más corta que la otra, mi cuerpo ya había adquirido una forma para acomodarse a que yo camine o lo que sea. Y cuando me pusieron la prótesis, ahí fue como: “Listo, ahora sí”.

—¿Cuántas operaciones pasaste, Luz?

—Cuatro. Y esa última, con la prótesis, marcó el fin de una era. Cuando salí, toda anestesiada, con 1500 drogas encima, medio somnolienta, le dije a mi mamá: “Destapame y mirame las piernas”. No me olvido más: tenía las piernas a la misma altura... Fue un momento de alegría. Después vino el doctor y me hizo pararme: yo sentía las piernas tocando el piso y fue una emoción gigante. Y fue aprender a caminar de vuelta, realmente. Observar cómo la gente corría para ver los movimientos que hacía, cómo la gente caminaba para ver qué tan canchera podía caminar. “Soy un bebé, pero me encanta esta parte”, decía. Fue increíble.

—¿Qué edad tenías?

—15 o 16 años.

—Era aprender a caminar, pero también era lo que se terminaba en ese momento.

—Sí. La pena de todo. Y un poco la vergüenza. Era sanar la historia. Pero sanarlo de verdad, iba a ser tiempo después: contar la historia sin llorar. Es la que viví. Y después, lo recordás con cariño.

—Además de volver a caminar, ¿ahí también aparecieron nuevos sueños?

—Sí. En realidad, ahí aparecieron los sueños.

—¿Hasta ese momento no te permitías soñar?

—Es que era muy lejano. También empezaron los proyectos.

—¿Cuáles eran esos proyectos?

—Al principio eran proyectos boludones: estar con mis amigos, vestirme como yo quería, que me guste alguien y permitirme que me guste, decírselo y no tener vergüenza. Y era como: “¿Sabés qué? Si no te gusto, no importa” (risas). Mis padres en ese momento me dijeron: “Luz, sé libre” (risas). Empecé a salir de fiesta, conocí a otro grupo de amigos, nos íbamos a la plaza. También empezó un mundo de rebeldía, de escaparme porque podía. Me debía las travesuras.

—¿Cuándo llegó el primer amor?

—A los 16, 17. Fue como flecha. Pero no prosperó.

—¿Le escribiste canciones?

—Sí. Le habré dedicado una, dos canciones. Pero no lo sabe y no creo que lo sepa.

—Te estás enterando mi cielo.

—(Risas) Sí, tal cual.

—Como tercer momento me dijiste: “Estar parada en un escenario”.

—Sí. Fue cuando empezamos a salir a tocar en bares con mi bandita de City Bell. Eran bares y escenarios chiquititos, pero tenía 17 años y entraba a cantar y era como: “Sí, soy yo”. Y la gente ya no me miraba como raro. De hecho hacían (gesticula) y yo: “Ay, me puedo acostumbrar a esto” (risas).

—Todavía había algo que estaba sanando.

—Recontra. Hasta el día de hoy siento que hay como un dejo, como una sombrita que no me interrumpe ni me molesta, pero que sigue estando. Es parte de mí. Es como lo que te queda, la semillita de todo ese árbol, y tenés que resolverlo con amor y mucha terapia.

—¿Adónde? ¿En la autoestima?

—En la autoestima. En esto: “Si no soy un circo, si no estoy todo el tiempo así, no me va a querer nadie”. Y de repente es como: “Che, tranquila, no tenés que ser un circo, tenés que ser vos”. De hecho, si no lo sos, la gente va a amar un frasco. Y eso no dura.

—Después de esos escenarios con tu banda de City Bell, viene La Voz. ¿Cómo fue eso?

—Me metí muy de caradura. Subirme a ese escenario, sentir los nervios de cantar en la tevé... Y se fue dando.

—Y se empezaron a abrir más puertas.

—Sí. Y ahí empezó a agarrarme el cuiqui de decir: “¿Qué hago con todo esto?”.

—¿En qué momento entendiste que ibas a vivir de la música?

—Cuando terminó La Voz y a los tres días yo ya estaba en un estudio: “Claro, esto es serio. Me tengo que poner las pilas”, dije.

—¿Hoy, cantar, estar en el escenario, te sigue dando felicidad?

—Sí. Es un: “Estoy en casa. Y me siento tranquila”. Es el lugar donde más puedo ser yo y mostrar todo. Cuando canto mis canciones puedo desnudarme y que la gente diga: “Me desnudo con vos”. Y entonces nos emocionamos, lloramos y reímos, y sentimos todo.

—Recibís muchos mensajes lindos. ¿Pero qué pasa con los que no son lindos? ¿Qué pasa con el hate?

—La otra cara del amor... A veces digo: “Uff, qué paja recibir este comentario. ¿Por qué?”. O me enojo, y digo: “No, estoy entrando en una que cualquiera...”. He llegado a puntos en los que llamo a un amigo, a mi madre o a mi padre, y digo: “No puedo creer, soy un fracaso”. Y mi mamá: “Luz, ¿te podés tranquilizar?”. Al estar en un programa te llega un exceso de amor hermoso, pero con ese amor te llega un exceso de caca, un exceso de hate.

—¿El hate por dónde pasa, por dónde te pegan?

—Si los comentarios son por el canto, bueno, estoy aprendiendo. Si son corporales, es lo más básico: “Buscate algo más nuevo...”. Pero capaz hay cosas muy puntuales, y es como: “Ay, me descubrieron. Tocaron el punto”.

—¿Bloqueás?

—No, no bloqueo. A veces borro porque digo: “Me estás contaminando la foto”. Pero sí, estamos en una era donde hay mucha boludez, donde muy poca gente hace introspección.

—¿Andás enamorada hoy?

—(Risas) No sé qué responder. Bueno, a veces sí, a veces no.

—Andás chongueando.

—Puede ser. O puede ser que no... O sea, vivo el amor como se tiene que vivir y coincido con gente que vive el amor como yo.

—¿Y cómo se tiene que vivir el amor?

—Intensamente. Todo fuego. Amor en el aire. Romantizar la vida. Todo.

—¿Y también con mucha libertad?

—Sí, re. Aguante la libertad en el amor.

—No voy a preguntar más porque tengo miedo.

—“Hola pá, hola má” (risas). No. Soy muy tranqui, pero tuve mi época en la que era más… Ahora estoy muchísimo más tranquila que hace dos años. Pero nunca estuve en una relación completamente así, como asentada, como novio, novia; marido, mujer.

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