
Luna Miguel ha leído Lolita al menos 20 veces. A los 14 años por primera vez, luego en diferentes clubs de lectura y otros eventos, y sobre todo cuando, al ser madre, decidió “obligarse” a volver a él como mínimo una vez al año. “Soy fanática de la relectura”, se justifica al hablar de esta singular obsesión literaria que le ha llevado a hablar de ese libro maldito en buena parte de su obra, desde en novelas como El funeral de Lolita a ensayos como Caliente o Leer mata. “Volver a los libros te permite conectar con la persona que fuiste, ver qué ha cambiado en tu forma de pensar y qué has aprendido. Las relecturas cambian y son lo que te conforma como persona”.
Sin embargo, la escritora, poeta y ensayista conoce de sobras el caso contrario. Personas que, sin haber leído el libro, lo critican. “Es algo que pasa con todo”, reflexiona, “muchas veces es el gran desconocedor el que más opina y el que se cree posible censor de muchas cosas”. Eso sí, admite que el caso de Lolita es diferente. El libro firmado por Vladimir Nabokov, en el que leemos el testimonio de un pedófilo mientras miente, asesina, secuestra y abusa de la prepubescente Dolores Haze ha trascendido su propia época para convertirse en un “mito”.
“Como mucha gente conoce el mito, cree conocer la novela”, completa la escritora. “Se ha instalado tanto en nosotros el poder de la palabra Lolita que muchas personas creen saber lo que es Lolita sin realmente saber lo que es Lolita”. Contra los prejuicios de esos lectores “criminales” o directamente no-lectores, Luna Miguel firma Incensurables (Lumen), un apasionado ejercicio de reivindicación literaria en el que, a medio camino entre la ficción y el ensayo, transmite la voz de una profesora universitaria explicando a varias estudiantes el valor de un libro del que nadie habla ni quiere hablar en un hipotético año 2029.

- Pregunta: Todo esto es paradójico. Si Lolita es un mito, habrá mucha gente que condene el libro sin haberlo leído. Al mismo tiempo, está protegido, porque se lea más o menos, siempre se hablará de él.
- Respuesta: Sí, es que es incensurable porque forma parte de nosotros. La literatura del siglo XXI y finales del siglo XX no se entiende sin Nabokov, del mismo modo que tampoco se entiende sin Virginia Woolf, sin Joyce ni tantos otros. Supongo que las grandes obras son precisamente esas que (hace una pausa) duelen y te acarician a la vez (ríe).
- P: Y al margen de las polémicas, ¿Lolita te parece un buen libro?
- R: No es mi favorito de Nabokov, pero me encanta, sobre todo porque va más allá de lo que yo considere de él. Quizá me obsesiona porque me lleva a pensar en tantas otras cosas más allá de su literatura... Por ejemplo, fue un libro que, durante el Me Too, servía para poner algunas bases sobre lo que es el abuso, sobre cómo aceptamos ciertos relatos o normalizamos ciertas cuestiones o cómo la industria editorial tiene la culpa de poner la etiqueta de “historia de amor” a algo que no es. En ese tipo de cosas, muchas veces no es el libro, sino el contexto lo que hace que eso reviente de alguna manera. No es mi libro favorito, pero es el que más me hace pensar en lo que más me gusta en el mundo, que es la lectura, y el que más me hace pensar en cuál es la labor que tengo como editora, recomendadora y escritora.

En el prólogo de Lolita, Nabokov lanza una advertencia importantísima para Luna Miguel, en la que bajo el nombre del doctor John Ray Jr, nos advierte de que el narrador de la historia que estamos a punto de leer es “un hombre abominable, abyecto, un ejemplo flagrante de lepra moral”. Esta condena previa, no obstante, no impidió que el libro sufriera justo después de su escritura lo que Miguel describe como una “precensura”, en la que ninguna editorial quería publicarla.
Solo un sello francés, propiedad de un británico emigrado que se dedicaba a las publicaciones de corte pornográfico, acabó encargándose de su impresión. Eso sí, justo después, la novela se convertiría en un fenómeno editorial con cientos de miles de copias vendidas, y la cuestión Lolita y su no publicación en algunos países sería debatida hasta en su Parlamento, como fue el caso de Reino Unido.
Al mismo, en la actualidad asistimos a movimientos inversos. Desde Irán, por ejemplo, Azar Nafisi firma Leer ‘Lolita en Teherán, la historia de cómo una profesora recupera el libro con sus alumnas. “Y no es para hablar de sus abusos”, comenta Luna Miguel durante la entrevista, “sino para hablar de la situación política en Irán, del Estado censor, del Estado protectoren exceso que no quiere que las mujeres se muuestren”. Para ella, esa lectura de la autora iraní resultó sumamente reveladora, en tanto extraía todo lo que siempre se había repudiado del libro y era capaz de establecer una sólica asociación entre Humbert Humbert, el pedófilo, y el Estado. “El libro presta muchas relecturas, y son precisamente mujeres las que lo han integrado dentro de diversas corrientes de pensamiento y de distintos debates políticos.
- P: La charla que imparte la profesora Lectrice Santos al inicio de Incensurable versa sobre el placer y la censura. ¿Cómo se relacionan esos conceptos?
- R: Yo creo que toda la historia de la literatura erótica ronda entre el placer de la escritura y el horror de la censura. El Ulises de Joyce llevó a un juicio porque la novela incluía a una mujer menstruando, proque había sexo, infidelidades y excrementos. Madame Bovary lo mismo, Flaubert se vio ante un tribunal que debía dictaminar si el personaje que había inventado era digno de poder ser leído. La historia de la literatura que habla de placer, de sexo y erotismo, no existiría sin su contraparte, que es la constante persecución a cualquier persona que quiera hablar del cuerpo.
- P: ¿Y Lolita es una novela del placer?
- R: Totalmente. Estamos ante un narrador que nos explica, con placer en un lenguaje muy bello, cómo encuentra placer en sus abusos y placer en asesinar, en robar, en mentir, en violar no solo a Lolita, sino a otros personajes. Sus relaciones con las mujeres a lo largo de todo el libro son delirantes. Sin embargo, es un texto que se ha asumido como erótico cuando el autor mismo dijo muchas veces que no era su pretensión... al mismo tiempo, ves que la novela existe porque una editorial de pornografía y literatura erótica quiso acogerlo en su seno. Lo curioso, entonces, es la deuda de Nabokov con la literatura erótica de la que reniega.
- P: Eso habla mucho del valor que pueden llegar a tener los márgenes, ¿no? Son un espacio de subversión.
- R: Totalmente. Si piensas en España, uno de los libros más vendidos, comentados y queridos últimamente es La mala costumbre, de Alana S. Portero. Ese libro retrata precisamente una vida al margen de una persona que no solo es trans, sino que también es del margen de Madrid y asiste al pisoteo de una gran ciudad. De repente, ese libro marginal está en todas partes, y yo creo que es porque lo marginal nos atrae y sobre todo nos reconforta, nos ayuda a pensar que la magia puede pasar y que, si hacemos lo que nos apetece, si somos fieles a nuestras ideas y a nuestra potencia, quizá sea ese el camino. Parece una cosa muy de autoayuda, pero es que estos casos demuestran que es cierto. Con Lolita, hay que recordar que Nabokov era un autor rechazado por todo el mundo por ser ruso y ser migrante. ¿Qué hace un ruso escribiendo en inglés? Es inmoral que hable de sexo, pero de repente lo estamos leyendo todos y ha conseguido crear figuras mitológicas como Humbert Humbert y Lolita.

- P: Pensaba ahora en ese prólogo de Lolita en el que Nabokov nos advierte de lo que vamos a hacer. Eso, lo que hace, es que nos sintamos aún más culpables de seguir leyendo, no digamos ya de disfrutarlo.
- R: Nabokov nos hace sentir culpables. ¿Y por qué no? Es que somos culpables de muchas cosas. Tenemos muchas maldades dentro de nosotros, somos muy mal pensados. Así es el ser humano, hay bondad en nosotros, pero también mucha maldad, y me parece bien que un libro nos haga enfrentarnos a eso.
- P: ¿Y la censura? ¿También forma parte de la condición humana?
- R: Sí. Odiamos el éxito ajeno, el placer ajeno, que alguien destaque por encima de nosotros. Tenemos una tendencia a querer destruir al otro y a querer destruir la existencia del otro que está ahí. Ahí se ve lo peor de nosotros: es un bottado que intentamos constantemente, y se ve en que alguien más o menos famoso o autorizado no deba estar hablando en prensa, por ejemplo, o que alguien no deba estar hablando en público. Evidentemente, eso es censura: intentar impedir que el otro hable.
Luna Miguel habla como escribe, con una pasión enorme por las lecturas que conoce y que están por conocer. Con referencias que van desde teóricas como Anne Dufourmantelle o Betina González a personajes de Harry Potter, Incensurable ejerce un recorrido sobre la historia de los placeres y las censuras vividas dentro y fuera de los libros. Una historia, inevitablemente, marcada por la visión de los hombres, que en su afán por imponer modelos de lo romántico o lo sexual, tardaron mucho en descubrir las incoherencias con las que callaban y hacían callar a muchas autoras aun hoy poco reivindicadas.
“¿Cuántas veces se ha intentado que los versos de Safo, que son versos de amor y de pasión hacia otras mujeres, parezcan dedicados a un hombre", reflexiona en la entrevista. Mientras las mujeres llevan siglos “poniendo el cuerpo” en su escritura, la visión misógina de la literatura, en ocasión transmitida por autores tan célebres como Milan Kundera, Philip Roth o Ramón J. Sender (citados por la propia Luna Miguel) consideran que la apertura sexual de la literatura se produce, qué casualidad, cuando la firman los hombres. Lectrice Santos no tiene dudas: es esa misma misoginia, ese “autoengaño” del “amor macho” en relación con el placer y esa “negación del deseo del otro” lo que se esconde, en buena medida, detrás de la censura, real y ficticia, de libros como Lolita.

- P: ¿De qué te sirve construir a los personajes de la profesora y a las estudiantes para dar forma a este ensayo?
- R: Es posible que lo dote de una parte divulgativa y accesible. A veces hay conceptos complicados, autores raros que no todos tienen por qué conocer, y mi propósito con la narradora en este caso era crear un discurso accesible para cualquiera. A mí me sirvió mucho Irene Vallejo, por ejemplo. El infinito en un junto me parece que hace un cursillo acelerado de cómo poder leer clásicos, en el que yo podía leerme el texto sin conocer al ochenta por ciento de los autores que ella citaba. Creo que hay que tener empatía con el que te está escuchando y a veces pecamos, desde nuestro sector, en creer que nadie nos va a entender. Eso sí, antes que los personajes vino el mundo. Un mundo en el que Lolita se había apagado, no censurado, que es de lo que estamos hablando todo el rato. Pensé entonces, ¿quién explica esa misteriosa desaparición?
- P: Para ti hay algún libro que debería censurarse?
- R: No. Creo que hay que atreverse a hacer cosas y que, para atreverse, muchas veces llegas a una línea un poco roja y un poco límite. Quien se acerca a ese abismo es capaz de ver más allá de lo que todos estamos viendo. De nuevo, vuelvo a Irene Vallejo, porque es que un libro como El infinito en un junco también habría podido haber quedado olvidado en las estanterías de su propia editorial, ¿no? Que en un siglo XXI eso de hablar de Grecia puede ser un riesgo también (ríe). Quien se acerque a un límite, sea el que sea, lo explora. No, no creo que una obra de arte deba ser censurada. En toco caso, debe ser defendida por su creador y por quienes la han apoyado. Me parece interesante que un autor pueda defender lo que ha hecho, hay que tener esa valentía. Y tabién la valentía para reconocer cuando uno se equivoca.
- P: Creo que no conozco a ningún escritor o escritora que se haya disculpado por un libro.
- R: Sería interesante (ríe). Yo creo que sí conozco. En toco caso, creo que por eso escribimos el siguiente libro: porque no nos hemos quedado conformes con lo que hemos hecho y pensamos que podríamos hacerlo mejor.
- P: ¿Crees que Nabokov tuvo la necesidad de disculparse?
- R: Es curioso, porque en el resto de sus obras, las siguientes a Lolita, en todas aparece Dolores o hay referencias a ellas. En otras novelas, como Ada o el ardor, hay una historia en la que, al mismo tiempo, a través de paréntesis y frases, dos personas hablan y evalúan su propia historia. Osea, ahí hay una conversación en el propio manuscrito sobre el manuscrito, y creo que ahí también hay una forma de autocorrección. Podría verse como la historia de alguien que se obsesiona con releerse a sí mismo. Además, Nabokov ya tenía un cuento, El hechicero, sobre un pedófilo que era mucho más crudo que Lolita. Él consideraba que no era un buen relato, así que a lo mejor Lolita es la disculpa también por ese cuento que nunca fue capaz de escribir. No lo sé. Solo estoy teorizando (sonríe).