
Boston es una ciudad acostumbrada a hacer historia. Allí se inició el proceso de la Independencia de los Estados Unidos y también se desarrolla uno de los eventos deportivos más emblemáticos del país. Cada tercer lunes de abril —el “Patriots’ Day”, que conmemora el inicio de la rebelión contra el dominio británico en 1775— se corre la Maratón de Boston. Su primera edición fue 1897, por ellos es la más antigua del mundo en su categoría y una de las seis “World Marathon Majors”, junto con las de Nueva York, Chicago, Londres, Berlín y Tokio.
La línea de llegada de la Maratón de Boston suele ser un lugar de celebración, esfuerzo cumplido y abrazos eufóricos. Pero el 15 de abril de 2013, esa línea se convirtió en una escena de guerra tiñendo la tradición de tragedia. Lo que debía ser una fiesta deportiva se convirtió en una escena de horror.
Dos bombas caseras explotaron a pocos metros de la línea de llegada, dejando tres muertos y más de 260 heridos. El ataque fue perpetrado por los hermanos Tamerlan y Dzhokhar Tsarnaev, de origen checheno, que colocaron explosivos escondidos en mochilas. Durante los cinco días siguientes, Boston se paralizó: hubo una persecución cinematográfica, un operativo sin precedentes del FBI, y finalmente una captura que involucró a toda la ciudad.
A doce años del atentado, la herida todavía arde porque lo que ocurrió ese 15 de abril no fue sólo un acto de violencia: fue un golpe directo al corazón de una comunidad y a uno de los rituales más queridos por los bostonianos.
La Maratón de Boston se corre ininterrumpidamente desde 1897, apenas un año después de que se disputara la primera maratón olímpica moderna en Atenas. En su edición inaugural participaron sólo 15 corredores. Hoy convoca a más de 30.000 atletas de todo el mundo y a medio millón de espectadores en las calles, lo que lo convierte en el evento deportivo de un solo día con mayor concurrencia de público en Estados Unidos.

A diferencia de otras maratones populares, como las de París o Nueva York, Boston impone un sistema de clasificación estricto. Para poder inscribirse, los corredores deben acreditar marcas previas exigentes según su edad y género. Ese filtro selectivo convierte a Boston en una prueba de élite y un símbolo de perseverancia: muchos atletas entrenan durante años sólo para lograr una plaza.
El recorrido es otro ícono. Comienza en la pequeña localidad de Hopkinton y atraviesa 42,195 kilómetros hasta llegar al centro de Boston. En el camino se encuentra la temida subida conocida como “Heartbreak Hill”, en el kilómetro 32, que fue escenario de derrotas y hazañas.
Desde 1972 se permite la participación femenina. La pionera fue Kathrine Switzer, quien en 1967 se inscribió con sus iniciales para evitar ser rechazada por su género y fue agredida por un oficial que intentó sacarla del recorrido. Su imagen peleando por mantenerse en carrera se convirtió en un símbolo de la igualdad en el deporte. Por todo esto, el 15 de abril de 2013 estaba destinado a ser una jornada más de celebración. Nadie imaginó que la historia daría un giro brutal.
Era un lunes soleado, el tipo de día ideal para correr. Más de 23.000 atletas de todo el mundo participaban en una de las competencias más tradicionales del calendario atlético internacional. A las 14:49, cuando ya habían llegado más de 17.000 corredores a la meta, estalló la primera bomba frente a la tienda Marathon Sports, en la calle Boylston, una de las avenidas más transitadas de la ciudad. Doce segundos después, una segunda explosión golpeó a media cuadra de distancia, cerca de la esquina con Fairfield Street. Ambos artefactos eran ollas a presión llenas de clavos, rodamientos de acero y pólvora negra. Estaban colocados dentro de mochilas y habían sido dejados en el suelo entre el público. El humo, los gritos y la sangre marcaron el fin de una jornada que había comenzado como una fiesta del deporte y terminó en tragedia.

Las víctimas fatales fueron Martin Richard, un niño de 8 años; Krystle Campbell, de 29; y Lingzi Lu, una estudiante china de posgrado de 23 años. Otros 264 resultaron heridos, 17 de ellos de gravedad. Al menos 16 personas perdieron alguna extremidad. La imagen de Jeff Bauman, sin piernas, siendo asistido por un civil con sombrero vaquero llamado Carlos Arredondo, recorrió el mundo y se convirtió en el símbolo de la resiliencia de Boston.
Tamerlan y Dzhokhar Tsarnaev eran inmigrantes de origen checheno. Habían nacido en la república soviética de Kirguistán, pero su familia —musulmana practicante— se trasladó a Estados Unidos en los años 90 debido a los conflictos bélicos en el Cáucaso. Vivieron brevemente en Daguestán antes de emigrar a Estados Unidos en 2002, cuando Tamerlan tenía 16 años y Dzhokhar apenas 8. Se instalaron en Cambridge, Massachusetts, como solicitantes de asilo.
Tamerlan, el mayor, se destacó como boxeador amateur. Fue campeón de los Guantes Dorados de Nueva Inglaterra en 2009 y aspiraba a representar a Estados Unidos en los Juegos Olímpicos. Pero su carrera se truncó cuando no logró la ciudadanía a tiempo. A partir de entonces, se radicalizó progresivamente. Abandonó el deporte, se volvió más religioso, aislado y agresivo. En 2012 viajó a Rusia y pasó seis meses en Daguestán, donde las autoridades creen que pudo haber intentado contactar con grupos extremistas. Su nombre fue incluso señalado por los servicios de inteligencia rusos al FBI, que lo investigó brevemente pero no encontró pruebas concluyentes.
Dzhokhar, en cambio, era un estudiante universitario integrado, sociable, con buenas notas. Se había nacionalizado estadounidense en 2012 y cursaba en la Universidad de Massachusetts Dartmouth. Su entorno lo describió como “amable” y “relajado”. En redes sociales compartía contenido islámico, pero también bromas y frases motivacionales. El contraste entre su perfil público y su rol en el atentado desconcertó incluso a sus amigos.
Para los investigadores, el proceso de radicalización fue liderado por Tamerlan, quien influenció a su hermano menor. Accedieron a manuales yihadistas en internet, y construyeron los explosivos siguiendo instrucciones publicadas por la revista extremista Inspire, editada por Al Qaeda en la Península Arábiga. No se encontraron pruebas de que recibieran apoyo logístico externo: actuaron solos.
El FBI tomó el mando de la investigación y desplegó una fuerza sin precedentes. Se revisaron más de 13.000 grabaciones y 120.000 fotografías aportadas por testigos y cámaras de seguridad. Tres días después, el 18 de abril, se difundieron las imágenes de los dos sospechosos: los hermanos Tsarnaev.
Esa misma noche asesinaron a Sean Collier, un policía del MIT, en un intento de robarle su arma. Luego secuestraron un auto y fueron interceptados en Watertown. Allí se produjo un tiroteo. Tamerlan fue abatido. Dzhokhar logró huir

.El 19 de abril, Boston entró en lockdown. Finalmente, Dzhokhar fue hallado escondido en un bote, herido y deshidratado. Había escrito con sangre en el casco del bote: “El gobierno de EE.UU. está matando a nuestra gente inocente, así que yo no puedo soportar que tal injusticia permanezca impune”.
En 2015, Dzhokhar Tsarnaev fue condenado a muerte. El juicio reveló nuevos detalles: el adoctrinamiento de su hermano, la planificación del atentado, y la frialdad con la que actuaron. En una audiencia posterior, el propio Dzhokhar dijo: “Pido perdón por las vidas que tomé, por el sufrimiento que causé”. Su expresión fue interpretada por las víctimas como poco sincera. En 2020, un tribunal revocó la pena capital, pero en 2022, la Corte Suprema la restableció. Dzhokhar permanece en aislamiento en la prisión de máxima seguridad de Colorado.
El atentado en Boston modificó los protocolos de seguridad en todos los eventos masivos de Estados Unidos. Se reforzaron los controles de acceso, se limitaron los objetos permitidos y se amplió la cooperación entre agencias. Hoy, las grandes maratones del mundo incluyen vigilancia aérea, francotiradores, simulacros y sistemas de reconocimiento facial.
El lema “Boston Strong” emergió como un grito colectivo de resistencia. De hecho, la maratón volvió a correrse en 2014 con cifras récord. Ese año, el estadounidense Meb Keflezighi ganó la carrera masculina y levantó los brazos en señal de homenaje. En 2023 se inauguró un memorial en Boylston Street. Dos círculos de bronce recuerdan el lugar exacto de las explosiones. Las placas llevan los nombres de Martin, Krystle y Lingzi. La ciudad los honra con flores, banderas y un minuto de silencio cada 15 de abril.
La Maratón de Boston sigue siendo lo que siempre fue: una prueba de resistencia. Pero desde 2013, cada zancada tiene otro peso. En cada paso, una historia. En cada línea de llegada, un recuerdo que no se borra.