
¿Es la lectura tradicional insustituible para el cerebro o los audiolibros ofrecen beneficios comparables? Esta pregunta, cada vez más frecuente en la era digital, ha generado debates entre padres, educadores y lectores.
Según un análisis reciente publicado por New Scientist, la respuesta no es tan simple como elegir entre blanco y negro: la ciencia revela que cada formato —libro impreso, pantalla o audio— activa procesos cognitivos distintos, con ventajas y matices propios.
Diversos estudios han confirmado que la lectura tradicional, especialmente en formato impreso, se asocia a beneficios para la salud física y mental, así como a una mayor longevidad. Investigaciones citadas por New Scientist muestran que una buena alfabetización en la infancia no solo amplía el conocimiento y las oportunidades, sino que también se vincula a una vida más larga y saludable.

La lectura en papel fomenta lo que los expertos denominan lectura profunda: un proceso en el que el lector establece conexiones entre diferentes partes del texto, reflexiona sobre su relevancia personal y formula preguntas críticas sobre el contenido.
Este ejercicio mental puede transformar la perspectiva vital del lector. Además, la lectura tradicional potencia la empatía y la inteligencia emocional, habilidades que ayudan a afrontar el estrés y los desafíos cotidianos. También existe una relación entre la lectura y el desarrollo de la teoría de la mente, es decir, la capacidad de comprender que los pensamientos y creencias de otras personas pueden diferir de los propios.

La comparación entre la lectura en papel y otros formatos, como las pantallas o los audiolibros, introduce complejidades adicionales. Según investigaciones de Anne Mangen (Universidad de Stavanger) y Frank Hakemulder (Universidad de Utrecht), las personas que leen textos breves en pantalla tienden a buscar menos significado en los pasajes y muestran menor perseverancia ante textos literarios extensos, en comparación con quienes leen libros impresos.
Además, la exposición frecuente a la lectura digital puede fomentar una lectura superficial y reducir la comprensión, especialmente en textos largos.
En cuanto a los audiolibros, la evidencia científica, aunque menos abundante, resulta tranquilizadora. Los estudios revisados por New Scientist indican que la comprensión lectora general de un texto es similar, tanto si se lee como si se escucha.
No obstante, existen diferencias sutiles: un meta-análisis de 46 estudios detectó que la lectura otorga una ligera ventaja a la hora de hacer inferencias, como interpretar los sentimientos de un personaje.
El modo en que el cerebro procesa la información varía según el formato. Un experimento citado por New Scientist demostró que las personas razonan de forma más intuitiva cuando escuchan un problema y de manera más deliberada cuando lo leen.

Janet Geipel, investigadora de la Universidad de Exeter, explica que escuchar un audiolibro implica recibir la entonación, el ritmo y la emoción de otra voz, lo que puede influir en la interpretación del contenido. En cambio, la lectura recurre a la voz interior del lector, lo que permite un ritmo más personalizado y pausado. Estas diferencias pueden afectar la forma en que se procesa y utiliza la información.
Geipel subraya que “escuchar audiolibros no es intrínsecamente perjudicial”. Según declaró a New Scientist, lo que puede volverlo perjudicial es la gestión de la atención: si se presta atención plena, escuchar resulta tan eficaz como leer; pero si se realiza otra tarea al mismo tiempo, la profundidad del procesamiento puede ser menor que al leer sin distracciones.
La elección del formato más adecuado depende de múltiples factores, entre ellos la atención, el contexto y las necesidades individuales. Escuchar y leer simultáneamente puede aportar un beneficio modesto a la comprensión, según un meta-análisis de Virginia Clinton-Lisell (Universidad de Dakota del Norte), pero este efecto positivo se limita a personas con dificultades para decodificar palabras, como quienes tienen bajo nivel de alfabetización o están aprendiendo un segundo idioma.

Para los lectores avanzados, esta combinación puede resultar contraproducente debido a la carga cognitiva: recibir la misma información por dos vías puede saturar los recursos mentales y dificultar la comprensión.
Las preferencias personales, las necesidades especiales —como la dislexia o problemas de visión— y las circunstancias cotidianas también influyen en la elección. Geipel advierte en New Scientist que “no existe una respuesta sencilla” sobre si se obtienen los mismos beneficios cognitivos de un audiolibro que de un libro impreso.