Las memorias del Flaco Lamadrid: una lesión que cambió su carrera, su paso por los medios y la actualidad en el rubro inmobiliario

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El Flaco Lamadrid se dedicaEl Flaco Lamadrid se dedica en la actualidad al rubro inmobiliario

Hay posiciones en la cancha que son especiales. Para actuar allí se deben tener condiciones necesarias y fundamentales. El número cinco es equilibrio, fuerza, recuperación y respaldo anímico. Propiedades que no son potestad para cualquiera. El Flaco Hugo Lamadrid las conjugaba a la perfección, ubicado en la mitad de la cancha de aquel Racing inolvidable de los años finales de la década del ’80. Esa palabra sigue presente en su vida, porque en su sistemática reinvención, aparecen las propiedades, ahora en el sentido inmobiliario del término, para marcar su actualidad.

El reencuentro con el Flaco. Siempre con ese porte que no ha cambiado. Los casi dos metros llenos de calidez, buena onda, risas y anécdotas interminables, para darle cabida a los recuerdos de una vida vinculada al fútbol con altos y bajos, con su impronta inimitable. Entre tantas historias que atravesó, hay una que es impactante y que lleva a preguntarnos. ¿En cuántos segundos puede cambiarnos la vida el azar del destino?

En el Sudamericano Juvenil deEn el Sudamericano Juvenil de 1985 en Paraguay

Sábado 19 de febrero de 1989. Racing tenía un equipazo y peleaba los primeros puestos del torneo local. En simultáneo, regresaba a la Copa Libertadores tras 20 años. Partido contra Instituto en Córdoba. Victoria cómoda 2-0 con goles de Medina Bello y a falta de pocos minutos, esa jugada. Una pelota que cae, el Flaco que hace un pase y a continuación siente como que le habían arrancado el pie.

“El ruido era el de un hueso roto. Luego, solo el silencio. Me tiré en el pasto y me toqué la zona, esperando que no hubiese nada roto. Nunca pude recordar si salí del campo en camilla o caminando. El tobillo estaba tan inflamado que no soportaba el botín. Era una masa deforme y caliente. Tras la radiografía de rigor en una clínica de Ciudadela, la médica me dijo: ‘Está astillada la base de la tibia y te tenés que operar’. Regresé a mi casa enyesado. En esa condición, con la pierna estirada, vi por televisión la derrota de Racing en Perú, el martes 28, frente a Universitario. En casa no había teléfono y al día siguiente, vino Alicia, la vecina que, si tenía, para decirme que había llamado Basile y que lo volvería a hacer en 15 minutos. Con las muletas fui hasta allá. Enseguida, el vozarrón inconfundible del Coco, que me pedía que me sacara el yeso y probara, porque el viernes, dos días más tarde, me necesitaba en Perú. Era una locura, algo inimaginable en la actualidad. Fui manejando hasta el club. Entré al consultorio médico, donde me lo quitaron. De allí a la pileta para caminar en el agua y aflojar el pie. Luego me calcé un par de zapatillas y practiqué con la reserva. El dolor era terrible, pero a los cinco minutos pedí salir, diciendo que me sentía bien. Esa misma noche viajé a Lima y el viernes fui titular en la victoria ante Sporting Cristal, previa infiltración, con una aguja inmensa. Debí haber parado allí, pero seguí adelante, jugando solo en la Copa Libertadores, hasta la eliminación, dos meses más tarde, ante Atlético Nacional de Medellín. Un jugador de fútbol se viene preparando desde los 8 años para llegar a ser un profesional. Pero se le puede terminar abruptamente la carrera a los 23”.

El día de su primerEl día de su primer gol oficial, ante Deportivo Italiano en la cancha de Huracán (1985)

No todo había concluido allí. La historia recién estaba comenzando: “Tuve en total tres operaciones. El problema fue que luego de la primera apareció una oferta del Atlético Madrid y en el club les agarró el apuro para venderme. Se apuraron a sacarme el yeso antes de tiempo y se me abrió una de las heridas, que no cerró más. Al mes y medio me tuvieron que hacer una cirugía reparadora, con un médico que había operado a ex combatientes de Malvinas. Me terminó quedando una limitación para siempre y, obviamente para jugar, porque no podía correr bien. Volví a las canchas y a los seis meses, me dejaron libre. Tuve una mezcla grande de bronca y decepción. Me terminé peleando con Juan Destéfano, que era el presidente, porque me dieron el pase cuando ya estaba cerrado el libro para las transferencias”.

De la manera más dura y violenta, le habían ahuyentado los sueños que acumuló desde pibe. Porque su llegada al club fue cuando aún era un chico de primaria: “Me vieron en un torneo de la zona y así llegué a Racing. Entré para jugar al baby fútbol, como se estilaba en la época, hasta que, con edad de novena, arranqué en las inferiores. Eran época de carencias de todo tipo: botines, pelotas para entrenar, indumentaria, etc. La cancha auxiliar, que ahora está muy linda, era de tierra, porque todas las categorías de inferiores jugábamos ahí. La parte física a veces la hacíamos al lado de la casa de Tita (Mattiussi), en un lugar donde no solo había tierra, sino pozos de todos los tamaños. Estaba el caballo Cecilio y unas gallinas que daban vueltas (risas). Tita era como una mamá para nosotros. Es un acto de justicia que el predio lleve su nombre, aunque ella fue mucho más que eso. Se suele decir que era quien se encargaba de lavar la ropa del plantel, cosa que era cierta, pero más que nada, actuaba como contención para los pibes que venían del interior y que paraban en la pensión del club, que era calamitosa (risas)”.

El muy buen equipo deEl muy buen equipo de Racing en la temporada 1988/89 junto a Ramón Medina Bello, Miguel Colombatti, Rubén Paz y Walter Fernández

El Flaco fue escalando en las inferiores, al tiempo que, en la primera, Racing entraba en la decadencia de tener que pelear por no descender. Hasta que sucedió lo inevitable. Y en esa época dura y compleja, llegó el momento añorado: “La posición con la que debuté en primera tuvo un 99% de equívoco, como muchas cosas que me pasaron después (risas). Era 1985 y Racing transitaba su segundo año en la B. Yo actuaba como marcador central en la tercera división y un día, antes de un partido de reserva, Giménez, que era el técnico, nos dijo que al Mencho Medina Bello no lo dejaban salir de la colimba y me encaró: ‘¿Flaco, me jugás de nueve por hoy?’. Terminé convirtiendo dos goles. Vicente Cayetano Rodríguez era el entrenador de la primera y estaba viendo el partido, por lo que el martes me citaron para entrenar con ellos. Después de la última práctica de la semana, me dijeron que llevara el bolso porque concentraba con la primera. Debuté como delantero ante Deportivo Italiano en la cancha de Huracán, marcando el gol con el que ganamos 2-1. A Cayetano no le fue bien y a los pocos partidos dejó el cargo. En su lugar llegó Coco Basile, que se inclinó por los muchachos con más experiencia y logramos el ascenso”.

Había llegado el momento esperado por el pueblo Racinguista de volver al lugar que merecía: la primera división, luego de dos años y medio, la tarde del domingo 13 de junio de 1986: “A diferencia de lo que ocurrió con otros grandes que descendieron más cerca en el tiempo, para nosotros habernos ido a la B, no pasaba de la cargada en el barrio. No existían las redes sociales ni había tantos medios. Aquella tarde, empatamos uno a uno con River en el Monumental y el gol nuestro lo hizo el Mencho Medina Bello. El técnico era Rogelio Domínguez, que fue quien me puso como número cinco. A fines de ese año regresó el Coco y a partir de ese momento, arrancó una muy buena racha, aunque yo no tuve mucha participación, porque estaba el Negro Ludueña en esa posición y entonces era imposible, porque era un jugadorazo”.

Frente a Ferro en CaballitoFrente a Ferro en Caballito en la temporada 1988/89

La temporada 1987/88 arrancó muy bien para Racing, con un equipo que iba a quedar en la historia. Fue dominador y puntero en gran parte del torneo local, hasta ser superado por Newell´s. Pero la gloria lo esperaba en el plano internacional, con la obtención de la primera edición de la Supercopa, que marcó un momento crucial para Lamadrid: “Al mismo tiempo que se jugaban las instancias finales de la Supercopa, teníamos que disputar la liguilla. Y eso nos abrió una gran posibilidad a varios que íbamos a quedar libres en menos de un mes. En mi caso, ya me había ido a entrenar en Talleres de Córdoba, para un amistoso con Instituto. El técnico era Sebastián Viberti, que a la mitad del partido se fue. No me gustó esa actitud y al concluir fui a la sede, pedí el pasaje y me volví. Al poco tiempo, Coco armó un equipo alternativo y anduvimos muy bien en la liguilla, donde eliminamos a dos grandes rivales como Argentinos Juniors y River. Y al llegar a la final contra San Lorenzo, con todo el respeto del mundo, Basile se equivocó y puso a los compañeros que venían de ganarle al Cruzeiro. Era inevitable que estuvieran un poquito relajados, y nosotros veníamos embalados. Terminamos perdiendo y sin la posibilidad de ir a la Copa Libertadores”.

Gracias a esas actuaciones, el Flaco se quedó merecidamente en un Racing que tenía, en ese momento, el mejor equipo de nuestro fútbol, con los puntos altos de Ubaldo Fillol, Néstor Fabbri y Rubén Paz, entre otros: “En esa primera rueda del torneo 1988/89 anduvimos muy bien, hasta el partido que se suspendió en el entretiempo ante Boca, en la última fecha, en nuestra cancha, por los incidentes, cuando estábamos 0 a 0. Nos lo dieron por perdido y luego nos sacaron dos puntos más. Racing regresó a la Libertadores luego de muchísimos años. Y justo allí me lesioné. Me dolía para caminar. Y si quería entrenar, me tenía que infiltrar. Jugaba solo la Libertadores, pero sin hacer ninguna práctica. A la vista de los resultados, terminó siendo una mala inversión de la que no me arrepiento, porque me di el gusto de jugar la Copa, con un plantel extraordinario. No tengo dudas, que, si no nos cruzábamos con Atlético Nacional de Medellín, a la postre campeón, en los octavos de final, podíamos quedarnos con el título. Luego de la eliminación, no solo se fue el Coco Basile, sino que se produjo una enorme sangría en el plantel, del que emigraron el Pato Fillol, Medina Bello, Rubén Paz y Walter Fernández, entre otros”.

En su última etapa enEn su última etapa en Racing

Comenzó entonces su periplo trashumante. Una primera escala en Chile, para luego regresar al país en el duro ascenso. Hasta que en la temporada 1993/94, asomó nuevamente la primera división, con el inconfundible perfume de lo selecto. La camiseta verde del Deportivo Mandiyú de Corrientes, abrigaba sus sueños de poder mostrarse otra vez con el gran público. Pero fue apenas la ráfaga de un año. Más tarde otra vez el derrotero de los sábados, en ese Nacional B que recorría buena parte de nuestra geografía. Allí llegó el final de su carrera, en la temporada 1998/99, vistiendo la camiseta de Douglas Haig de Pergamino. Tiempos donde el fútbol de ascenso todavía conservaba mucho del espíritu amateur: “En un momento fui técnico y jugador al mismo tiempo, cosa que ahora sería imposible. Me tocó una época en ese club donde cambiaban muchos los entrenadores. Los tuve a Julián Camino, Ángel Celoria, el Tano Mírcoli, entre otros. Ya entrado el ’99 se fue Horacio Bongiovanni y junto a José Perassi, que era el arquero y una leyenda del ascenso, tomamos el equipo por varias fechas, hasta el final del campeonato y nos fue bastante bien. Me retiré con una fortuna en el banco: menos 70.000 dólares (risas). Esa era la deuda que tenían conmigo, me pasaron a la convocatoria de acreedores y me limpiaron. Tuve que arrancar el segundo tiempo de la vida en esas condiciones. Nos fuimos a vivir con mis suegros en su casa”.

Había llegado el momento de empezar a habitar ese momento crucial en la vida del jugador, que es cuando se aleja del fútbol. Para un gran porcentaje, no es un trance fácil. Lamadrid no fue la excepción: “En un local, debajo de la casa de mis suegros en Wilde, abrimos una panadería en agosto de 2001. Gran momento del país. Soy un visionario (risas). No tenía el más mínimo conocimiento. Era un despacho de pan, porque lo traíamos, junto con las facturas, desde otro lado y lo vendíamos. Pero la crisis fue tremenda, porque todos los precios se dispararon. Se me ocurrió que la única forma de poder recuperar era con la pastelería, haciéndola yo. Agarré el libro de Choly Berreteaga y empecé (risas). Primero hice una pastafrola que salió mal, pero al día siguiente me quedó bien. Me tuve fe y seguí con pepas y tartas de ricota. Terminé haciendo muchas por día y los fines de semana casi 100 prepizzas. Mi esposa me ayudaba, pero también se ocupaba de los chicos que eran chiquitos. Hubo una buena señal: los domingos había gente que venía a comprar en auto. Quería decir que llegaban desde lejos, no eran del barrio. Funcionó bien y lo tuve hasta 2005. Es algo muy esclavizante y con horario al revés del resto. Pero pudimos vivir”.

Su paso por Deportivo MandiyúSu paso por Deportivo Mandiyú de Corrientes

La aparición de las redes sociales, le dieron una visualización y masificación, completamente inesperada: “Me hice la cuenta de Twitter, pero no le encontraba la vuelta. La primera persona que seguí fue Amalia Granata (risas). Nada que ver. De a poquito me empezaron a seguir algunos periodistas destacados, como Beto Casella. Funcionaban bien las fotos viejas en blanco y negro. Hasta que, en 2014, subí una publicación, desde la guardia de una clínica, diciendo que volvería al fútbol solo para lesionar a Icardi, porque en la tele estaban mostrando el lío con Wanda y Maxi López. Después me arrepentí. Pero había explotado por todos lados, ya que lo había retuiteado Juan Pablo Varsky. Ahí descubrí como era la mano y que el quilombo funcionaba. También se dio un interesante ida y vuelta con Jorge Rial. Al poco tiempo empecé en algunos medios de Avellaneda, hasta que Beto Casella me llevó un par de veces a Bendita y luego a la radio. Y eso fue jugar en primera, porque, además, a Rock & Pop la había escuchado toda la vida”.

Hasta que, a mediados de 2024, llegó el momento de tomar la difícil decisión de decirle adiós al micrófono, con dolor, porque la naciente actividad le insumía demasiado tiempo, que necesita para su principal actividad, el rubro inmobiliario. De hecho está encarando un nuevo proyecto, como coordinador comercial de Tomás Oubiña Propiedades.

El volante central. Ese lugar de la cancha tan particular y reservado para pocos. Solo aquellos que saben hacerlo con propiedad. Como el Flaco Lamadrid. El de las mil reinvenciones. El de la sonrisa franca y abierta. De esas personas a las que queremos que le vaya bien, porque como buen número cinco, la devuelve siempre redonda.

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