Las maravillas naturales de Portugal: de impresionantes cuevas a los lagos paradisiacos de las Azores

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Sete Cidades, en Azores (ShutterstockSete Cidades, en Azores (Shutterstock España).

Pocos países en Europa pueden presumir de un catálogo tan diverso de tesoros naturales como Portugal. Más allá de sus ciudades cargadas de historia, la tierra lusa despliega una geografía sorprendente en cada extremo, fusionando mar, montaña, bosques milenarios y paisajes suaves de viñedo en una misma postal.

Desde los bosques ancestrales de Madeira hasta las abruptas costas del Suroeste Alentejano, Portugal parece haberse esmerado en ofrecer al viajero un exquisito mosaico de escenarios, muchos de ellos aún poco transitados y rebosantes de auténtica biodiversidad.

La silueta más elevada de Portugal emerge en la isla de Pico, en pleno Atlántico. La Montaña del Pico, con sus 2.351 metros de altitud, domina la región y constituye uno de los volcanes más imponentes de Europa por su morfología y exuberancia natural. Explorar la altiplanicie por el Caminho das Lagoas supone adentrarse en la mayor zona de flora protegida y endémica del archipiélago, con bosques de laurisilva que comparten raíces milenarias con los de Madeira. Desde lo alto, la vista recorre la totalidad de la isla y continúa su viaje visual por las islas centrales de las Azores, perdiéndose en la inmensidad oceánica.

Grutas de Mira de Aire,Grutas de Mira de Aire, en Portugal (Adobe Stock).

Sumergirse en el subsuelo portugués es posible en las Cuevas de Mira de Aire, la mayor red subterránea del país. Ubicadas a solo quince kilómetros de Fátima, estas cavidades de piedra caliza esconden formaciones de estalactitas y estalagmitas que fascinan tanto a espeleólogos como a visitantes ocasionales.

Aunque el sistema abarca once kilómetros, el recorrido turístico permite acceder a setecientos metros llenos de sorpresas, entre las que destaca el Gran Salón, con sesenta metros de altura y cuarenta y cinco de ancho, así como la Sala Roja, teñida por el óxido de hierro. Al final aguarda el Gran Lago, recolectando las aguas que surcan las profundidades.

En el corazón del archipiélago de Madeira, la naturaleza adquiere un protagonismo indiscutible. Dos tercios de la isla principal disfrutan de protección ambiental, pero nada resulta tan singular como la laurisilva: un formidable bosque húmedo que se extiende a lo largo de quince mil hectáreas. Este entorno, testigo de épocas remotas, es descrito como una “Reliquia Viva”, pues su origen se remonta al Mioceno y Plioceno, hace cerca de veinte millones de años.

La supervivencia de esta joya natural estuvo en jaque hasta mediados del siglo XX, cuando la creciente conciencia ambiental cambió su destino y permitió recuperarla. En 1999, la Unesco reconoció su trascendencia universal declarando la laurisilva de Madeira Patrimonio Mundial, un reconocimiento que consolida la importancia única de este ecosistema.

Portas de Ródão, en PortugalPortas de Ródão, en Portugal (Adobe Stock).

El otro gran río de la península, el Tajo, esculpe algunos de los paisajes más impactantes antes de despedirse en Lisboa. En Vila Velha de Ródão, una garganta de aproximadamente cuarenta y cinco metros de ancho conocida como Portas de Ródão, el agua y la roca han creado un monumento natural ideal para la observación de aves y el disfrute del paisaje fluvial. Además de la riqueza geomorfológica, la zona alberga el mayor conjunto de arte rupestre holoceno de Portugal, reflejando la antiquísima relación entre el río y las comunidades humanas.

En el inmenso azul del Atlántico surgen los nueve pedazos de tierra que conforman el archipiélago de las Azores. Es en la isla de São Miguel donde el paisaje alcanza una cima simbólica: el complejo volcánico de Sete Cidades, famoso por sus dos lagunas, una verde y otra azul, unidas por una delgada cintura terrestre y rodeadas de bosques exuberantes.

Este lugar no solo es un espectáculo para la vista desde el mirador de Vista do Rei; también ha despertado un interés científico por su geología y su papel en la hidrología del archipiélago. Senderos perfectamente señalizados permiten recorrer sus secretos y descubrir, paso a paso, la delicada armonía entre agua, roca y vegetación.

La costa en el centro-sur se ilumina con otro tesoro: Portinho da Arrábida, un pequeño paraje en tamaño pero colosal por su belleza. El mar Atlántico se tiñe de azules intensos, los cerros de la Serra cuentan con vegetación típica mediterránea y el blanco de la piedra caliza se mezcla con las casas y barcos del puerto. Desde la playa, la Pedra da Anixa sirve de testigo a la historia geológica, mientras que, mar adentro, el Parque Marino Profesor Luís Saldanha sostiene más de mil especies que configuran una biodiversidad excepcional en Europa, alcanzando hasta el Cabo Espichel.

Parque Nacional da Peneda-Gerês, enParque Nacional da Peneda-Gerês, en Portugal (Shutterstock).

Ningún otro rincón portugués posee el rango de Parque Nacional salvo Peneda-Gerês, una vasta extensión de setenta y dos mil hectáreas en el norte del país que, desde 1971, aúna la conservación de la biodiversidad con la preservación de modos de vida rurales. Caballos salvajes garranos, perros de Castro Laboreiro y aldeas comunitarias definen parte de su identidad, mientras sus cinco municipios ofrecen paisajes que oscilan entre sierras y embalses. La convivencia entre el hombre y el medio ambiente se conserva aquí con un carácter casi didáctico, invitando a descubrir la riqueza de la región por carretera, a pie o siguiendo el curso de los ríos.

En el sur, la Ria Formosa asombra por su vasta extensión: veinte mil hectáreas de lagunas, arenales e islas salteadas frente a la costa del Algarve. Este parque natural, catalogado como Humedal de Interés Internacional y parte de la Red Natura 2000, se extiende sesenta kilómetros entre Praia da Manta Rota y Praia do Ancão. Las características ecológicas únicas de este espacio no solo lo convierten en refugio esencial para aves acuáticas sino también en uno de los ecosistemas más complejos y apreciados por quienes exploran la región.

Desde la ciudad ribereña de Oporto, la ruta hacia el Valle del Duero es una sucesión de viñedos, cañones y pueblos que han sabido sacar partido a las condiciones naturales para cultivar las mejores uvas del país. Aquí la acción del hombre, vinculada durante siglos al cultivo de la viña, creó el primer territorio vitivinícola delimitado y regulado del mundo. Reconocido como Patrimonio Mundial, el Duero ofrece paisajes en los que el verde y el ocre dominan las abruptas laderas, formando un universo propio donde la naturaleza y la cultura vinícola conviven y se enriquecen mutuamente.

Una de las rutas más bonitas de Portugal: descubre cascadas, acantilados y un impresionante lago.

La frontera entre la tierra y el Atlántico se muestra abrupta y salvaje en el Parque Natural del Suroeste Alentejano y Costa Vicentina. Acantilados verticales, playas casi vírgenes y un mosaico de brezales, marismas y lagunas dibujan un entorno que destaca tanto por su valor geológico como por el estado de conservación.

Playas como Porto Covo, Almograve, Arrifana y la del Amado, lugar de cita para surfistas deseosos de emociones intensas, mantienen intacta su esencia natural. Aquí, las nutrias marinas encuentran uno de sus últimos refugios en Europa y el Faro del Cabo de San Vicente señala el extremo más suroeste de la península, cerrando un recorrido por una tierra de asombros naturales sin igual.

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