“Lamentablemente no creo en la paz”, dice sobreviviente del 7 de octubre

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Hoy, el argentino Tzvi Alon de 75 años, uno de los que logró salvarse de la masacre de militantes de Hamás, regresa como guía de visita a su comunidad en el Kibbutz de Be’eri, próximo a la frontera oriental de la Franja de Gaza, y a su propio hogar que permanece casi intacto por lo que él dice, fue suerte de ruleta rusa.

Durante el ataque, miles de integrantes de la milicia de Hamás irrumpieron en hogares sin un patrón claro, invadiendo residencias al azar y ejecutando a 130 de los 1.200 ocupantes de esa urbanización. Tzvi se salvó de ser uno de ellos. Huecos de balas pintan las paredes y techos de las viviendas adyacentes. En otras zonas, hay filas de casas derrumbadas, otras completamente quemadas. Entre los escombros, se ven muñecas y zapatos de calzado infantil.

Tzvi, asentado en Israel desde los 14 años, considera que el atentado fue una traición a la comunidad de Be’eri, conocida por su compromiso humanitario, donde sus residentes trasladaban con frecuencia a niños gazatíes a hospitales israelíes para recibir tratamiento médico.

A pesar del trauma, Tzvi aún tiene esperanza de reconstruir su comunidad y volver a convivir con los demás sobrevivientes, aunque reconoce que su visión del conflicto ha cambiado para siempre y es que, “lamentablemente, ya no creo en la paz”, dice. “No en esta generación. El 6 de octubre creía, pero ya no creo”.

Admite que revivir estos eventos es doloroso, pero también considera una obligación contar lo que pasó.

Fue a las 6:30 de la mañana cuando las alarmas rompieron el silencio en el kibutz, alertando a los habitantes de que hombres armados de Hamás habían tomado las calles de Be’eri.

Al final, casi uno de cada 10 hombres, mujeres, ancianos y niños en el kibutz fue ejecutados ese día. Al menos otros 30 vecinos de Tzvi fueron secuestrados y llevados como rehenes a Gaza, entre ellos familias enteras.

Ese día, Tzvi, se escondió junto a su esposa Yoji, una de sus hijas, su yerno y sus tres nietos de 2, 4 y 6 años en el refugio de su casa, donde permanecieron por más de 30 horas mientras escuchaban la masacre que ocurría fuera de esa pequeña habitación.

Estos cuartos de seguridad, presentes en la mayoría de los hogares en Israel —y obligatorios en todas las viviendas construidas desde 1992—, están hechos de cemento y equipados con puertas y ventanas de hierro para mitigar el daño de los misiles, pero no están diseñados para proteger contra una incursión armada.

“Si hubiesen entrado en la casa, esto no te iba a proteger”, recuerda Tzvi, mientras mostraba el interior de su casa a principios de agosto. “Atacaban una sí, otra no”.

Pero la agresión no se limitó a las comunidades de los Kibutz. A pocos kilómetros de allí, en el Festival de Nova Paralelo, el horror también llegó sin aviso.

Otra de las sobrevivientes, la colombiana Alejandra López, de entonces 30 años, cuenta los sucesos que vivió en el festival, hoy rodeada por su hijo, el padre de su hijo y su animal de apoyo emocional, la perrita llamada Sol.

Regresando al lugar donde tuvo lugar la masacre, Alejandra recuerda que llegó al festival a las 3:00 de la madrugada. Cerca de las 5:00 a.m., comenzó a escuchar fuertes ruidos que inicialmente atribuyó a fuegos artificiales. Sin embargo, a las 6:00 a.m., la activación de la alarma de emergencia confirmó que se trataba de un ataque con misiles lanzados por el grupo Hamás.

“Era fiesta y ahora todos estamos en pánico”, dijo Alejandra.

La música se detuvo de inmediato y todos comenzaron a empacar para salir. En Israel, las alarmas por misiles son un peligro cotidiano. Alejandra y los amigos que la acompañaban decidieron abandonar el lugar y comenzaron a conducir de regreso a casa.

“De repente veo a uno de mis amigos que estaba en la mitad de la carretera completamente bañado en sangre, la cara, las manos, todo”, recuerda. “Mi amigo baja el vidrio y [él] le dice: ‘Llévate a las chicas que están matando a toda la gente’”. “De repente veo a uno de mis amigos que estaba en la mitad de la carretera completamente bañado en sangre, la cara, las manos, todo”, recuerda. “Mi amigo baja el vidrio y [él] le dice: ‘Llévate a las chicas que están matando a toda la gente’”.

El grupo siguió en auto hasta que el camino fue intransitable. A pie, cruzaron un descampado, escondiéndose en huecos y zanjas mientras las balas caían a su alrededor. Alejandra asegura que, en ese momento, la muerte no era su mayor miedo.

“Yo andaba con ropa super corta, mi amiga también estaba con strapless, mi pánico era si nos ven nos van a violar”, recuerda Alejandra. ‘La violación fue un arma de guerra en el 7 de octubre, quizá no hablan mucho de eso, porque es difícil”.

Recuerda haber escuchado gritos de personas siendo arrastradas de sus escondites, violadas y luego ejecutadas.

“Tu oías sus carcajadas mientras hacían esas atrocidades”, describe.

Siguió avanzando entre cuerpos, muchos mutilados y otros empalados, hasta lograr unirse a otro grupo que finalmente fue rescatado por oficiales del ejército israelí.

Casi dos años después, la herida sigue abierta.

“Yo solo voy a volver a estar bien cuando pueda volver a compartir con mis amigos que están secuestrados hoy en día”, dice la colombiana que ha recibido ayuda psicológica para sobrellevar lo que vivió ese día.

Alejandra, quien antes visitaba una comunidad musulmana para bríndales ayuda, hoy evita cualquier tipo de contacto, y al igual que Tzvi, asegura que no cree en la paz.

“Ese día ellos mataron una parte de mí, que hasta el día de hoy está ahí muerta”.

David Lazcano Ventura*

Cobertura especial

*Estudiante de periodismo de la Universidad Internacional de la Florida

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