“Aquí falta señores una voz, si una voz. Aquí falta señores, una voz, si una voz…Martí no debió de morir, si el fuera el Maestro del día, otro gallo cantaría, y Cuba sería feliz…”
Con los acordes de la Oda a Martí, canción patriótica conocida por todos los cubanos, inició la emisora que lleva su nombre sus transmisiones a la isla esclava hace cuarenta años. En el momento en que se publica este artículo, la emisora, que fue creada en la imagen de Radio Europa Libre y Radio Libertad, tan importantes en la desaparición del comunismo en Polonia, Checoslovaquia, y otros países después del derrumbe del Muro de Berlín, es objeto de la investigación ordenada de todos los programas federales, ordenada por el presidente Donald Trump.
Seguramente que los cambios y ajustes necesarios contribuirán a mejorar y ampliar sustancialmente las transmisiones a Cuba.
Este 20 de mayo, se cumplen cuarenta años del día en que la férrea censura del régimen castrista perdió el control del flujo de la información en la isla esclava.
Después de obviar innumerables obstáculos, de intensos años de gestiones en el Congreso norteamericano, de reuniones en la Casa Blanca, del debate en los periódicos más importante del país, después que se movilizaron las comunidades cubanoamericanas en decenas de ciudades para conseguir el apoyo de congresistas y senadores, la emisora salió al aire.
Este artículo resume aquella gesta y es un homenaje al presidente Ronald Reagan y a todos los norteamericanos y exiliados cubanos que con sus esfuerzos crearon a Radio Martí, eliminando el monopolio de la información castrista en Cuba.
La cosa no fue fácil. Hubo que obviar la fuerte oposición del National Broadcasters Association (NBA) -la asociación de propietarios norteamericanos de emisoras de radio y de televisión, que temían que las transmisiones desde La Habana interfirieran con los programas del fútbol desde la Florida hasta estados tan distantes como Nebraska en el oeste norteamericano.
Fue el Senador Edward Zorinsky (D-NE), quien haciendo uso de un filibuster obstaculizó con su discurso interminable la consideración de la ley. El senador utilizó una prerrogativa del Senado, por la que un senador puede hablar ininterrumpidamente todas las horas que quiera.
Al hacerlo, Zorinsky se convirtió en un obstáculo infranqueable paralizando el trabajo legislativo de la Alta Cámara. Y la ley, que había sido aprobada por una mayoría bipartita en la Cámara de Representantes, no pudo ser llevada a votación en el Senado.
Hubo que esperar a las próximas elecciones del Congreso, para que la Cámara aprobara la ley. Hizo lo mismo por segunda vez el Senado; convirtiéndose en Ley de la Nación en cuanto el Presidente Reagan firmó el documento.
Después ocurrieron más demoras, hasta que Reagan en una reunión en el Consejo Nacional de Seguridad preguntó cuándo se iban a iniciar las transmisiones y ordenó que comenzasen a la mayor brevedad. Así ocurrió el 20 de mayo de 1983 en el aniversario del nacimiento en 1902 de la República de Cuba.
La noticia apareció en la primera plana del Diario Las Américas. Miles de cubanos en la isla y en la diáspora celebraron la buena nueva. Y en Cuba comenzaron a enterarse de lo que sucedía en el país y alrededor del mundo, y a conocer la verdadera Historia de la isla que la propaganda comunista reescribía día a día para ajustarla a la visión del Líder Máximo.
Fueron muchos los hombres y mujeres que hicieron posible la emisora que lleva el nombre del apóstol de la independencia cubana: cubanos y norteamericanos, intelectuales, empresarios y gente común. Y otros como Hugh Thomas, el historiador inglés, autor del libro más importante sobre Cuba de nuestra época “Cuba: La Búsqueda de la Libertad.” Thomas, nombrado años después “Lord Thomas” por Isabel II, escribió un ensayo con el título de “Radio Free Cuba,” sugiriendo el establecimiento de una emisora como Radio Europa Libre para la Perla de Las Antillas. El artículo recibió mucha atención en el Capitolio.
Radio Martí no hubiera sido posible sin la perseverancia de Jorge Más Canosa, y el fuerte apoyo de los senadores y congresistas floridanos; específicamente la senadora Paula Hawkins (R) y el Senador Lawton Chiles (D) y los congresistas demócratas Dante Fascell y Claude Pepper. Jeane Kirkpatrick, la embajadora de Estados Unidos ante Naciones Unidas, y ex profesora de la Universidad de Georgetown habló con senadores tan importantes como Daniel Patrick Moynihan y Scoop Jackson. Muchos otros participaron en el esfuerzo. Al presidente de la Universidad de Boston John Silber le gustaba el proyecto y fue miembro después del Consejo Asesor de la emisora.
Al congresista Tom Lantos (D-CA) fueron a verlo los cabilderos de la NBA para pedirle su voto en contra de Radio Martí. Lantos era un patriota húngaro que había peleado en contra de los Nazis, más tarde en 1956 contra los tanques soviéticos en Budapest. Antes de ser electo a la Cámara había sido profesor universitario en California, y presidía el Caucus sobre Derechos Humanos. Era un hombre que hablaba pausadamente, que lo mismo denunciaba a Pinochet o a los comunistas chinos, y que se solidarizaba con los presos políticos en Cuba, Tíbet y Zimbabue. Me recibió en su despacho del Edificio Reagan de la Cámara de Representantes, su hermoso pero blanco dormitaba bajo su mesa de trabajo. Les dijo que votaría en favor de la ley y también les pidió a otros que hicieran lo mismo.
Charles Wick, el director de la Agencia de Información de Estados Unidos favorecía la creación de la emisora. Otro apoyo importante vino de José Luis Rodríguez, cubano oriundo de Isla de Pinos, que entonces presidía la Asociación de Productores de Frutas y Vegetales de la Florida. Rodríguez producía y exportaba berenjenas y además era vicepresidente de la Fundación Nacional Cubano Americana, que presidía Jorge Más. Más importante para el caso, era amigo de Bernie Barnett, influyente abogado washingtoniano, muy cercano entonces al vicepresidente George Bush.
Fue Mr. Barnett quien le habló a la dirigencia de la FNCA sobre la comunidad judía americana y su labor en Washington, y sobre la importancia del Congreso y de fundar un political action committee, PAC que apoyase a senadores y congresistas que favorecían la ley. La FNCA organizó seminarios en una docena de ciudades para que los exiliados visitaran a sus congresistas donde vivían, o mejor aún fueran a sus oficinas en Washington. Una comunidad cubana que demostró su efectividad fue la de Boston, que había organizado el ingeniero José Salazar, quien consiguió el apoyo del Senador Edward Kennedy. Kennedy, a pesar de las gestiones del lobby castrista no aceptó la invitación de Fidel Castro de visitar la isla esclava, y fue precisamente quien envió a uno de sus asesores a Cuba a traer al poeta Heberto Padilla y a su esposa, Belkis Cuza a Estados Unidos. Cuando aterrizaron en Nueva York, la prensa y Ted Kennedy los estaban esperando.
Fue hace 40 años, pero parece que fue ayer. Quizás el estudio de aquellas experiencias y de aquellos éxitos, sirva de algo e inspire a otros cubanos.
Frank Calzon es cubano, politólogo retirado y activista por los derechos humanos.