Leopoldo "Polo" Lugones sería conocido por su paso por la jefatura de la policía uriburistaLos que estuvieron a merced de los interrogatorios de ese hombre retacón, cara redonda, de ojos caídos, tez blanca, de apellido famoso, y que vivían para contarlo, coincidían en que disfrutaba con la tortura para lograr todo tipo de confesiones. Es que estaba convencido de que el hombre, por naturaleza, era enemigo de la disciplina y ahí estaba la policía para ponerlo en vereda.
Se llamaba igual que su papá, el poeta cordobés Leopoldo Lugones, y su apodo “Polo” sería marca registrada de terror de la Sección de Orden Político durante la dictadura del general Uriburu.
Nacido el 12 de mayo de 1897, era hijo único del poeta y de Juana Agudelo, quien fue un tanto estricta en su educación. En 1896 los Lugones se habían mudado de Córdoba a Buenos Aires. Cuando Polo nació, su papá escribió “Ahora tengo un hijo, una flor ha brotado sobre mi crucifijo, una flor de mi sangre”.
Sus padres: el poeta Leopoldo Lugones y su esposa Juana AgudeloLuego de trabajar en la sección Menores en el poder judicial, en agosto de 1926 fue nombrado director del Reformatorio de Menores Abandonados y Delincuentes de Olivera, cargo que ocupó hasta diciembre de 1930. Algunos sostienen que pendían sobre él acusaciones de corrupción y abusos de menores. Natalio Botana lo describió como “Martirios sádicos” y afirmó que hasta habría matado a palos a tres internos.
En el medio, habrían surtido efecto las súplicas de su papá al entonces presidente Hipólito Yrigoyen para que le perdonase las barbaridades cometidas, con el agravante de que un fiscal pedía diez años de cárcel para él, a lo que el anciano mandatario habría accedido. Lugones le pagaría con la peor moneda: se alinearía con los golpistas y redactaría la proclama con la que los militares tomaron el poder el 6 de septiembre de 1930.
José Félix Uriburu, el militar que desalojó al presidente Yrigoyen, nombró a Lugones a cargo de Orden Social, un organismo creado a comienzos del siglo para combatir la los anarquistasEn 1923 se casó con Carmen Aguirre, una de las hijas del célebre compositor Julián Aguirre. Tuvieron dos hijas, Carmen y Susana. La pareja se separaría y ella volvería a casarse, con un médico.
Uriburu, como presidente de facto, lo nombró comisario inspector de la Policía, un viejo anhelo de Polo, quien de adolescente había querido anotarse como aspirante en esa fuerza. Entonces ya tenía un proyecto de lograr por la tortura la confesión de los detenidos.
Su nombramiento causó roces con los policías de carrera. Por eso, en su designación, se aclaró que se lo hacía “dado su notoria versación en asuntos sociales y sin que siente precedente”. El dictador nombró a su sobrino, David Uriburu, subjefe.
En los sótanos de la Penitenciaría Nacional (hoy es el Parque Las Heras) Lugones interrogaba personalmente a muchos de los que mandaba detener Uriburu, aún conociendo los antecedentes de Lugones, le hizo cobrar los sueldos correspondientes al tiempo que estuvo suspendido en la institución de menores.
Lo primero que hizo Lugones es desactivar la rutinaria vigilancia que centenares de policías hacían sobre políticos, e instruirlos en la detección de focos antirrevolucionarios. Como responsable de Orden Social, dio rienda suelta a sus métodos de tortura, que incluían la novedosa picana eléctrica, que aplicaba en sus interrogatorios en los sótanos de la Penitenciaría Nacional. Y no era un mero espectador sino que participaba activamente en los macabros métodos para someter a una persona.
Para el diario Crítica, era “el torturador Lugones” y, apelando a la teoría lombrosiana, lo comparaba con Cayetano Santos Godino, “el petiso orejudo”, el asesino serial de niños. Al director del diario, Natalio Botana, no le iría bien. Lo tuvo preso junto a su combativa esposa, Salvadora Onrrubia. En 1931, el matrimonio debió dejar el país.
Las torturas no fueron permitidas por el teniente coronel Pedro Sarapura cuando se hizo cargo de la dirección de la penitenciaría. Pero Lugones se las arregló para seguir con los interrogatorios en el depósito de contraventores de Villa Devoto, en la Guardia de Caballería, en el Cuartel de Bomberos y en la propia sede de Orden Social, sobre la calle Moreno.
Emilia Cadelago: con Lugones con Lugones fueron amantes hasta que Polo intervinoAños después, Lugones destacaba que desde fines de 1930 y durante 1931, en que había regido la ley marcial, impuesta por la dictadura de Uriburu, hubo una marcada disminución de los delitos, particularmente aquellos contra la propiedad privada.
Añoraba los tiempos de Juan Manuel de Rosas y de Juan José de Urquiza, y sostenía que ellos siempre habían combatido el delito y lo castigaban en forma ejemplar.
Lugones explicaba que los cuatro puntales de la sociedad eran la iglesia, el ejército, la justicia y la policía y es ésta la única que estaba en permanente vinculación con el mundo. Se quejaba de que, a pesar de que la policía era una institución necesaria e imprescindible, se hacía lo imposible por demostrar lo contrario y que la sociedad era injusta y olvidadiza con ella. No se le perdonaba la más mínima equivocación y, en paralelo, le exigían milagros.
Se ocuparía de perseguir a su propio padre, que no pasaba por su mejor momento emocional. Muchos de sus amigos dejaron de serlo, en la calle le negaban el saludo y le hacían sentir el desprecio por su adhesión a posturas golpistas.
Necrológica del escritor publicada en la revista Caras y Caretas del 26 de febrero de 1938. Emilia Cadelago que el hijo fue el detonante del suicido del poetaEl escritor se sentía solo. Adoptó un carácter hosco, que puso de relieve una mañana de 1926, cuando una jovencita acudió a la Biblioteca del Maestro para conseguir un ejemplar de su libro Lunario Sentimental. La obra, editada en 1909, estaba prácticamente agotada y la chica debía leerla como tarea asignada en el Instituto del Profesorado, donde estudiaba.
Desde ese momento, Lugones quedó encandilado con la joven Emilia Cadelago. No solo le dedicó Lunario Sentimental, sino que además le regaló un ejemplar de Las horas doradas. Ella, veinteañera; él, 52 años, comenzaron una relación en ese mismo año 26. Le enviaba poesías escritas en castellano, francés e inglés, firmadas como Osolon de Ploguel o Ugopoleón del Sol. A Emilia la llamaba Diamela Gacelio o, simplemente, Aglaura. Así puede verse en la segunda edición de Lunario Sentimental: “A Aglaura, mi dulzura”.
Las cartas que él le enviaba quedaron en poder de su amiga y confidente María Inés Cárdenas de Monner Sans, quien años después las incluiría en un libro que cuenta el idilio entre el poeta y la muchacha.
Fue por 1932 o 1933 cuando Polo visitó a los padres de la joven, Domingo Cadelago, ingeniero de la Armada, y su esposa Emilia Moya, en su casa de Villa del Parque. Les contó del amor oculto de su hija. Les dijo que hacía tiempo había intervenido el teléfono, que tenía grabaciones de conversaciones y les advirtió que si esa relación no concluía, haría declarar insano a su padre.
Las amenazas surtieron efecto. Nunca más se volvieron a ver. En una reunión social, cuando a Lugones le preguntaron por su hijo, respondió: “No me hable usted de ese esbirro”.
Deprimido, Lugones se suicidaría ingiriendo cianuro en un recreo en el Tigre, el 18 de febrero de 1938. Emilia Cadelago siempre sostuvo que el hijo fue el culpable de que el escritor llegase a semejante situación.
La única referencia de Polo a la muerte de su padre fue cuando escribió: “Una tremenda realidad, compuesta de pena, soledad y angustia precipita al ser y despéñalo a la eternidad”. A partir de ese momento, ante cada reedición de la obra del poeta, había puesto como condición de firmar el prólogo correspondiente.
El congreso le otorgó a la viuda de Lugones, ese mismo año, una pensión de quinientos pesos.
Polo se suicidó el 18 de noviembre de 1971. Una de sus hijas, Susana “Piri” Lugones, militante de Montoneros, se sabe que estuvo en tres centros clandestinos de detención, y que está desaparecida. Uno de sus hijos, Alejandro, también se suicidó a fines de 1971, trágicos finales de vidas más que tormentosas.
Fuentes: Testimonio de Natalio Botana; El tábano. Vida, pasión y muerte de Natalio Botana, el creador de Crítica, de Alvaro Abós; La Policía, de Lepoldo Lugones (hijo); Cuando Lugones conoció el amor. Cartas y poemas inéditos a su amada, de Inés Cárdenas de Monner Sans
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