La Rusia de Putin y el exilio de los escritores: miedo, control y la resistencia poética

hace 3 horas 1
 SebagDe izq. a der: Sebag Montefiore, Rosemary Sullivan, Mijaíl Iossel y Elianna Kan, durante la charla "Escribir sobre Rusia hoy" en el encuentro literario Metropolitan Fest realizado en Montreal, Canadá

Regresé hace poco de Montreal, donde participé en Blue Metropolis, el festival literario internacional de esa ciudad. Ya por su vigésima séptima edición, es el primer evento multilingüe de literatura del mundo, que yo creo solo podría ocurrir en Montreal. En lugar de lecturas o ponencias desde un podio, el formato de Blue Met consiste en tres o cuatro sillas cómodas sobre un escenario bajo y más cerca del público, mientras los escritores y su anfitrión conversan entre sí, a veces en dos o tres idiomas a la vez, jamás con traducción simultánea. Al pasear por los pasillos, se pueden oír conversaciones en francés, inglés, español y ojibwa. Me hace pensar que lo más importante en esta época de turbulencia global es la conversación –entre países, entre lenguas, entre culturas–.

Escuché a Salman Rushdie en una conversación con el historiador británico Simon Sebag Montefiore, moderada por Ingrid Bejerman, la incansable directora de la programación en español y portugués de Blue Met. Fluida en cuatro idiomas, ella encarna el espíritu de internacionalismo que representa el festival y la ciudad.

En respuesta a sus preguntas, Rushdie y Sebag Montefiore hablaron de sus infancias, de sus motivos para escribir y de cómo hoy el escritor vive en un entorno saturado de rumores. Rushdie dijo estar seguro de que el ayatolá Jomeini, quien emitió la fatua en su contra, nunca había leído su libro Los versos satánicos, ni tampoco el joven que intentó asesinarlo. (Todavía no está a salvo. Me di cuenta de que la habitación de hotel de Rushdie estaba en mi piso cuando noté a un guardaespaldas sentado al final del pasillo.) Una puñalada en el ojo es una herida inconcebible, pero Rushdie llevaba su parche con gallardía. Después de todo lo que ha pasado, su generosidad y sentido del humor fueron francamente asombrosos.

Salman Rushdie en conversación conSalman Rushdie en conversación con Simon Sebag Montefiore, moderada por Ingrid Bejerman (Foto: Michael Abril)

Ingrid Bejerman me invitó al festival para participar en una conversación titulada Escribir sobre Rusia hoy. Mis compañeros fueron Sebag Montefiore y el escritor ruso Mijaíl Iossel. Nuestra anfitriona fue Elianna Kan, una prestigiosa agente literaria, escritora y traductora que habla y escribe en ruso, inglés y español a la perfección. Comenzando con una cita de Nikolái Gógol, nos preguntó cómo caracterizaríamos nuestra relación con Rusia.

Sebag Montefiore retrocedía hasta su pasado ancestral. Los padres de su madre huyeron del Imperio Ruso a principios del siglo XX. Nos contó que, después de leer su libro Catalina la Grande y Potemkin, Vladímir Putin facilitó personalmente su investigación para su siguiente libro sobre Stalin, proporcionándole acceso privado a archivos rusos y asistencia en la investigación. Cuando el libro fue publicado, a Putin no le gustó; los privilegios le fueron retirados de inmediato.

Como historiador, Sebag Montefiore es quizá inusual. Escudriña fuentes en libros y archivos, pero también entrevista a personas. Cree en estar presente en el lugar de los hechos. Cuando tenía diecisiete años, trabajó en minas de oro en Sudáfrica para poder observar el colapso del apartheid.

Iossel nació en Leningrado y se fue a los 30 años. Incluso en el breve tiempo que tuvimos en el escenario, le dio vuelta a algunas ideas preconcebidas sobre Rusia. Su infancia, dijo, fue maravillosa: tenían equipos deportivos, excursiones, maestros extraordinarios (muchas de las mentes creativas silenciadas sobrevivieron trabajando en escuelas). Solo cuando llegó a la adolescencia fue que empezó a sentirse por ese un universo autoritario rígido, controlado, como él lo expresó, por líderes geriátricos. Se unió al movimiento literario subterráneo del samizdat. Y luego se fue. Es el exiliado clásico. Vive tanto aquí como allá, con su fracturado pasado ruso guardado cerca del corazón.

Jimmy Carter y Leonid Brezhnev,Jimmy Carter y Leonid Brezhnev, saludan antes de la firma del Tratado Salt II, el lunes 16 de junio de 1979, en Viena, Austria (Foto: archivo AP)

Conté al público sobre mi primer viaje a la Unión Soviética en 1979. Mientras vivía en Londres, obsesionada con Solzhenitsyn y los Mandelstam, aproveché la oportunidad de hacer un viaje de Intourist a Moscú y Leningrado. Un amigo que trabajaba en la BBC me puso en contacto con Kevin Rouane, corresponsal en Moscú.

Rouane me invitó a acompañarlo a una cena en el apartamento de un artista en las afueras de Moscú. Parecía que cada invitado había pasado tiempo en el Gulag. Uno era un disidente cristiano militante que había formado parte de un grupo de estudiantes que escondía armas creyendo que si iniciaban la revolución, el pueblo los seguiría. Era 1968. Fueron traicionados. Y pensé: las protestas estudiantiles de 1968 en París, Londres, Berlín, Roma, Praga, EEUU, México, y más, también ocurrieron en Moscú, pero nunca se supo en el resto del mundo.

Otro invitado era un joven sacerdote que había pasado cuatro años en los campos. Le habían retirado el derecho a predicar y solo podía oficiar funerales. En la atmósfera profundamente humana de esa habitación, resonaba en mi mente la voz de Nadezhda Mandelstam: “Hemos probado los caminos del mal”, escribió. “¿Querrá alguno de nosotros volver a ellos?”.

Cuando vi el obituario de la hija de Stalin en The New York Times en 2011, me conmovió profundamente su comentario: “No importa adónde vaya, a una isla, a Australia, siempre seré la prisionera política del nombre de mi padre”. ¿Cómo sería ser esa mujer? Decidí que quería escribir su biografía y llamé a mi editora.

Quedó claro que nuestra audiencia quería saber sobre Vladímir Putin. Montefiore nos recordó que Putin creció en la pobreza, en apartamentos decadentes de Leningrado, corriendo con pandillas callejeras, lo que explica su aire de mafioso y su humor negro. Para él, era convertirse en experto en karate o unirse a la policía secreta.

En Blue Metropolis, se debatióEn Blue Metropolis, se debatió sobre la influencia de Putin y Trump en el mundo actual

Vladimir Putin sirvió dieciséis años en la KGB. Mencioné que había encontrado una carta de Svetlana, la hija de Stalin, a su amiga, diciendo que no podía creer que en el año 2000 el pueblo ruso pudiera elegir como presidente a un ex espía de la KGB.

Después de la humillante desintegración de la URSS, Putin prometió devolverle a Rusia su antigua gloria, replicando la supremacía del Imperio Ruso bajo los zares. Por supuesto, utilizó una guerra fabricada para asumir el poder. Como escribió Svetlana a su amiga: era “el viejo método ruso de provocación. Los chechenos—tan combativos como son—nunca saldrían de sus montañas para bombardear ciudades en Rusia propiamente dicha”.

Iossel insistió en que la Rusia de Putin no es el mismo mundo pesadillesco y asesino que fue el de Stalin, pero se ha vuelto cada vez más oscuro. Dijo que la mayoría de sus amigos escritores se han marchado, y los que se han quedado viven con miedo. Solo los poetas continúan escribiendo poemas apolíticos.

No es ninguna novedad, dijo. El Gobierno de Putin es una autocracia de un solo hombre. Se rodea de aduladores y castiga a sus adversarios con una intolerancia política implacable. Ha aislado a los oligarcas desobedientes y ha liquidado a críticos mediante envenenamientos y balazos.

El presidente ruso, Vladímir Putin,El presidente ruso, Vladímir Putin, en el Día del Recuerdo y el Dolor en la Tumba del Soldado Desconocido junto al muro del Kremlin en Moscú, Rusia, 22 de junio de 2024 (Foto: Sputnik/Sergey Guniev/Pool via Reuters)

Y luego, por supuesto, como por una lógica inexorable, hablamos del aspirante a gemelo de Putin: Donald Trump, el hombre que prometió hacer a América grande de nuevo.

Montefiore ha escrito que Trump es un charlatán: racista, narcisista, autocrático. Trump creció en Queens, dominado por la mafia, y es hijo de un casero de barrios pobres de la posguerra. Le gusta hablar de “golpes” y “soplones”. Ha convertido la bancarrota en un arte para evadir impuestos y ha enriquecido dramáticamente a su dinastía familiar.

Mencioné la misoginia de Trump. Una vez publicó un supuesto comentario de una de sus esposas sobre él: “El mejor sexo que he tenido”. ¿Y qué tipo de egoísmo desenfrenado lleva a un hombre a hablar de sí mismo en tercera persona?

Pero dije que, en mi opinión, la gente está subestimando el peligro que representa Trump. Al intentar comprender la aparente deferencia de Trump hacia Putin, algunos afirman que Putin tiene sobre él la amenaza de un escándalo sexual. Otros dicen que Trump ha lavado fortunas de oligarcas.

Montefiore intervino para agregar que, más bien, Trump envidia a Putin. Quiere ser Putin. Está jugando un juego geopolítico con tres esferas de influencia: Rusia imperial reclamando sus antiguos “territorios” en Europa del Este; China reclamando Taiwán y otros “territorios” asiáticos; y EEUU, extendiéndose desde Panamá hasta el estado 51 y el Ártico.

Iossel comentó que los rusos se ríen de la ingenuidad de Trump al pensar que Putin coopera con él, cuando en realidad lo está manipulando. Trump es un chiste en la televisión rusa.

El presidente de Estados Unidos,El presidente de Estados Unidos, Donald Trump, durante su visita a Abu Dhabi, Emiratos Árabes Unidos, el viernes 16 de mayo de 2025 (Foto: REUTERS/Brian Snyder)

Fue extraordinario estar sentado con estos expertos. Al recordar esa noche, me quedó claro que lo que Montefiore e Iossel estaban diciendo es que Trump y sus aliados están rehaciendo América.

Atacar universidades, jueces, periodistas, medios independientes es una cosa. Pero con el dúo Trump/Musk exigiendo que DOGE tenga acceso a la información privada de millones de estadounidenses, quienes luego pueden ser vigilados, intimidados y controlados, ya es lo que algunos llaman una guerra cibernética.

Y si Putin es el modelo de Trump, debemos recordar que, tras servir dos mandatos presidenciales y pasar al cargo de primer ministro, Putin descubrió cómo, en lo que Montefiore ha llamado una brillante jugada de ajedrez, volver a la presidencia indefinidamente. Trump dijo a NBC News que consideraba quedarse en el poder más de cuatro años, luego aclaró que “no estaba bromeando.”

Todos los regímenes antidemocráticos ascienden lentamente y, racionaliza la gente, se acomodan. Es el síndrome de la rana en la olla de agua que hierve lentamente. ¿Cuándo y dónde acabará?

Leer artículo completo