
El enclave se ubica a solo 30 minutos de San Isidro, en una zona selvática del Delta, y ocupa un predio de 76 hectáreas dividido en 32 chacras. El corazón del desarrollo lo constituye una reserva natural de 36 hectáreas protegidas, que mantiene la biodiversidad y el ritmo propio del ecosistema ribereño.
La vegetación y la fauna autóctona generan una atmósfera de aislamiento, que redefine el concepto tradicional de barrio privado y lo orienta hacia una experiencia de inmersión en la naturaleza.

La vivienda principal, diseñada bajo criterios de sustentabilidad integral, incorpora energías alternativas y tecnologías de bajo impacto ambiental. La arquitecta Estela Alvarenga explicó a Infobae Deco que el propósito fundamental es “habitar la naturaleza, no dominarla”, y que cada decisión de diseño buscó crear espacios en comunión con el paisaje, donde el interior y el exterior se relacionan de manera fluida y respetuosa.

En cuanto a los materiales, la estructura se apoya en postes de palmera sobre zapatas de quebracho, con un sistema general de madera (wood frame).
Los revestimientos exteriores de siding requieren poco mantenimiento y reducen el impacto ambiental, mientras que las terminaciones interiores también emplean madera, reforzando la coherencia estética y ecológica del conjunto.

El sistema energético se compone de paneles solares con acumuladores, un biodigestor para los servicios sanitarios y una bomba que extrae agua del río para su uso en lavados y duchas. La calefacción de los ambientes se resuelve mediante salamandras, cuyas llamas, según la descripción de la arquitecta, “hipnotizan e invitan al recogimiento”.

La decisión de preservar un ceibo centenario y adaptar el diseño arquitectónico para no alterar su presencia ilustra la filosofía que guía este proyecto.

La arquitecta Natasha Eckstein propuso modificar el perímetro del techo para respetar la vitalidad del árbol, un gesto que sintetiza la sensibilidad ambiental y la búsqueda de armonía con el entorno. Esta decisión revela el núcleo conceptual de la iniciativa: la arquitectura no como imposición, sino como diálogo con la naturaleza.
Este proyecto, además, tiene contemplada la apertura al público, prevista para fin de año, de todos los espacios de este desarrollo, con el objetivo de ofrecer experiencias de sanación a través del arte. Según la arquitecta Alvarenga, la propuesta aspira a convertirse en un lugar de encuentros, donde la arquitectura, concebida desde una perspectiva contemplativa y sensorial, se integra con expresiones culinarias, fotográficas, audiovisuales, meditativas y performáticas.

La intención es que quienes visiten el lugar experimenten una transformación interior: “Queremos que quienes vengan sientan que algo dentro suyo se ha movido. Que la experiencia deje huellas”.

Definitivamente, este proyecto donde la arquitectura, el arte y la naturaleza se entrelazan, ofrecer una propuesta singular en el Delta de Buenos Aires.