La nueva paradoja de la globalización

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Los economistas han considerado duranteLos economistas han considerado durante mucho tiempo la globalización como una disyuntiva entre apertura y autonomía nacional (Créditos: The Economist)

El Palacio Presidencial de Brasil fue diseñado para proyectar un poder sereno. Oscar Niemeyer, el gran arquitecto modernista del país, lo dotó de columnas de mármol que se curvan como los ríos de Brasil y parecen flotar sobre un estanque tranquilo: un emblema sereno de la soberanía nacional. Pero la calma puede ser engañosa. En 2023, una turba inspirada por Jair Bolsonaro, ex presidente de derecha, asaltó sus puertas.

La presión también puede venir del extranjero: en julio, el presidente Donald Trump impuso aranceles del 50% a los productos brasileños, molesto por el procesamiento del Sr. Bolsonaro. Si bien el Sr. Trump y el presidente de Brasil, Luiz Inácio Lula da Silva, intercambiaron palabras cordiales tras una reunión en Malasia esta semana, el episodio demuestra con qué facilidad la superpotencia puede influir en la política brasileña. También ofrece una lección sobre cómo llevar a cabo la política comercial en el mundo del Sr. Trump.

Al menos en apariencia, los funcionarios brasileños se han mantenido serenos. Enviaron a los legisladores estadounidenses pruebas de independencia judicial, confiando en que los hechos —y la posición de Brasil— los protegerían. Sin embargo, tras esta serenidad subyace un cambio de estrategia. Los organismos multilaterales con los que Brasil contaba han perdido influencia. Por ello, el país ha buscado protección de la única manera posible: estrechando sus lazos con otros. A medida que se debilitan las salvaguardias internacionales, los países están aprendiendo que la autonomía ahora proviene de la integración.

El presidente de EEUU, DonaldEl presidente de EEUU, Donald Trump, y su homólogo brasileño, Luiz Inácio Lula da Silva, se estrechan la mano durante su encuentro en el marco de la 47.ª cumbre de la Asociación de Naciones del Sudeste Asiático (ASEAN) en Kuala Lumpur, Malasia (Reuters)

Los economistas han considerado durante mucho tiempo la globalización como una disyuntiva entre apertura y autonomía nacional. En 1933, John Maynard Keynes, desilusionado por los fracasos del internacionalismo económico, argumentó en una conferencia, titulada Autosuficiencia Nacional, que la apertura había ido demasiado lejos. Cada país deseaba “ser dueño de sí mismo y ser lo más libre posible de las injerencias del mundo exterior”. Esa tensión aún configura el orden mundial. A principios de la década de 2000, Dani Rodrik, de la Universidad de Harvard, la reformuló como el “trilema político de la economía global”. Los países no podían tener simultáneamente integración económica, políticas democráticas y plena autonomía nacional. Cuanto más se profundizaban las normas globales, menos libertad tenían los gobiernos para establecer sus propias políticas. Integración y soberanía ejercían una presión opuesta.

Sin embargo, la apertura también puede proteger. Albert Hirschman, un economista liberal que huyó de la Alemania nazi, comprendió que las normas podían tanto proteger como limitar. Tras observar cómo el Tercer Reich utilizaba el comercio para someter a sus vecinos de Europa del Este, advirtió que el poder de interrumpir las relaciones comerciales se convierte en un poderoso instrumento de presión política. Su respuesta no fue replegarse sobre uno mismo, sino diversificar el riesgo. La verdadera independencia, argumentaba, provenía de la diversificación: un comercio amplio con muchos socios, de modo que ninguno pudiera estrangular un flujo vital. En un mundo donde una potencia hegemónica está dispuesta a coaccionar, la integración es lo que preserva la soberanía.

Esa idea se está poniendo a prueba de nuevo. El Sr. Trump ha infringido la norma más básica del sistema comercial —la no discriminación— utilizando los aranceles como armas políticas. India ha sido castigada por comprar petróleo ruso; Canadá, por sus planes de impuestos digitales y por contar con Ronald Reagan para un anuncio televisivo crítico; la Unión Europea, por sus normas de seguridad alimentaria; y Brasil, por procesar al Sr. Bolsonaro. Para los objetivos del Sr. Trump, el aislamiento ahora parece más peligroso que la interdependencia.

Brasil ejemplifica cómo se desarrolla esta situación. Cuando el Sr. Trump anunció su arancel del 50%, los funcionarios recurrieron instintivamente al reglamento. El gigante sudamericano es uno de los miembros más litigiosos de la Organización Mundial del Comercio (OMC), ocupando el cuarto lugar en número de quejas, después de Estados Unidos, la Unión Europea y Canadá. Pero con la OMC debilitada, Brasil busca estrechar lazos con otros países. Celso Amorim, principal asesor de Lula, lo denomina “una vacuna contra las medidas arbitrarias de cualquier potencia”. En un mundo dominado por abusadores, la mejor defensa contra la influencia de un país es la exposición a muchos.

Lula, otrora escéptico del libre comercio, se ha convertido en un inesperado defensor de la apertura. Durante su primera presidencia, en la década del 2000, elevó los aranceles a la maquinaria industrial y los textiles, impuso normas de contenido local en el sector del petróleo y el gas, y otorgó generosos créditos subsidiados a empresas nacionales líderes como Embraer, fabricante de aviones. Ahora se esfuerza por integrar aún más a Brasil en la economía global. Brasil ha concluido un acuerdo de libre comercio con la Asociación Europea de Libre Comercio (AELC), está ultimando otro con los Emiratos Árabes Unidos y mantiene conversaciones con Canadá, India, Japón y México. Lo más importante es que, tras 25 años de retraso, el Mercosur, bloque sudamericano liderado por Brasil, está cerca de ratificar un pacto con la UE.

Lula, otrora escéptico del libreLula, otrora escéptico del libre comercio, se ha convertido en un inesperado defensor de la apertura (REUTERS/Adriano Machado)

Estos acuerdos hacen más que abrir mercados. Consolidan reformas internas, prometiendo mayor transparencia y una regulación más estable. El pacto UE -Mercosur, por ejemplo, permitirá que Brasil abra sus contratos públicos a licitadores extranjeros, eliminará gradualmente los impuestos a la exportación de productos clave y armonizará su normativa ambiental y laboral con los estándares de la UE. Comprometerse con normas predecibles y amplias alianzas puede percibirse como una limitación. Sin embargo, también es una garantía. Cuantas más normas se compartan, más difícil será que un solo país lo doblegue.

Estas medidas podrían convertirse en el legado más duradero de los aranceles del Sr. Trump. Los tratados comerciales suelen impulsar la liberalización institucional. Cuando España se unió a la UE en 1986, se vio obligada a eliminar la protección de sus industrias y adoptar la legislación europea de competencia, consolidando así su joven democracia sobre un orden basado en normas. Para la Polonia poscomunista, la adhesión implicó la revisión de miles de leyes; su opaco sistema de contratación pública se transformó en uno de los más transparentes del bloque.

En todo el mundo, los gobiernos están llegando a la misma conclusión. Potencias medias como India, Indonesia y México buscan la autonomía a través de la apertura. Los aranceles del Sr. Trump están impulsando a otros a aferrarse con mayor firmeza a las normas comerciales. La integración económica, que antes se consideraba una amenaza para la soberanía, hoy se ha convertido en su escudo.

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