
En junio de 2025, una banda psicodélica de la que nadie había oído hablar se coló en las playlists de más de medio millón de personas. The Velvet Sundown apareció de pronto en Spotify con dos álbumes —Floating on Echoes y Dust and Silence—, una estética etérea, una biografía cargada de metáforas y una cita apócrifa de Billboard. Los cuatro integrantes del grupo no existen en registros públicos. No hay entrevistas, presentaciones en vivo ni presencia en redes personales.
A los pocos días, Deezer etiquetó sus canciones como “posiblemente generadas por IA”. En Reddit, varios usuarios señalaron inconsistencias visuales: manos con seis dedos, sombras incongruentes, rostros sin expresión.
“The Velvet Sundown no intenta revivir el pasado”, dice su biografía de Spotify. “Lo están reescribiendo. Suenan como el recuerdo de un tiempo que nunca ocurrió... pero de alguna manera lo hacen sentir real”.
The Velvet Sundown no es un caso aislado. En mayo, otra supuesta banda, The Devil Inside, acumuló cientos de miles de reproducciones con su tema Bones in the River. Spotify no atribuyó ningún compositor ni productor al tema, pero en Deezer aparece el nombre de László Tamási, un músico húngaro conocido por tocar la batería en la banda Honky Crew.

La controversia no es nueva. En 2023, Heart on My Sleeve, una canción viral generada por un usuario bajo el seudónimo Ghostwriter, utilizó voces clonadas de Drake y The Weeknd. La canción fue retirada rápidamente de todas las plataformas por reclamos de copyright de Universal Music.
En Alemania, la polémica se intensificó en 2024 con Verknallt in einen Talahon, una canción producida por IA que llegó al puesto 48 de los rankings pop. La letra —sobre un joven inmigrante llamado “Talahón”— fue criticada por xenófoba. El productor, que firmó como Butterbro, creó la canción con Udio, una herramienta de inteligencia artificial que puede generar voces e instrumentación a partir de indicaciones de texto simples.
Algunos casos, sin embargo, no ocultan su artificialidad. Noonoouri, por ejemplo, es una estrella pop virtual creada por CGI que firmó contrato con Warner Music en 2023. Su sencillo Dominoes, producido junto al DJ alemán Alle Farben, fue lanzado con una voz generada por IA a partir de grabaciones de una cantante real. Warner reparte los derechos entre el creador del avatar, los compositores y la discográfica. Noonoouri no pretende ser humana: es un producto hiperrealista, diseñado para operar como influencer y artista digital a la vez.

Las reacciones del mundo musical han sido intensas. En enero de 2023, Nick Cave respondió en su newsletter personal The Red Hand Files a un usuario que le envió una canción escrita por ChatGPT “en su estilo”: “Con todo el cariño y el respeto del mundo, esta canción es una mierda, una parodia grotesca de lo que significa ser humano. Las canciones surgen del sufrimiento... los algoritmos no sienten. Los datos no sufren. Una canción sin eso no tiene sentido”.
Sting advirtió en 2023 que la industria “tendrá que dar una batalla” para proteger el arte humano. “Las composiciones hechas por IA no me conmueven. Son como efectos especiales sin contenido. Las máquinas no tienen alma”, afirmó en una entrevista con la BBC.
Brian Eno ha adoptado una posición más matizada. En una entrevista con The Guardian, declaró: “Alguien me dijo que se interesaría en la IA cuando lograra hacerle llorar... Eso no es posible a menos que supongas intencionalidad en aquello que se crea”. Su enfoque no es el rechazo frontal, sino una advertencia sobre la necesidad de ejercer una curaduría rigurosa: “Lo primero que tienes que hacer es evitar que caiga en ese abismo de mediocridad al que siempre tiende, porque ese es su funcionamiento básico”.
En el otro extremo se encuentra Grimes. En 2023 lanzó Elf.Tech, una plataforma que permite a cualquier usuario generar canciones usando una versión digital de su voz. Prometió dividir las regalías 50/50 con quien lograra un éxito. “La IA puede ser una extensión de nuestra creatividad, una herramienta para democratizar la composición”, dijo en su cuenta de X.

En abril de 2025, Deezer reveló que casi el 18% del contenido subido a diario en su plataforma provenía de modelos de IA. Spotify, por su parte, eliminó decenas de miles de pistas generadas con Boomy —una app de creación musical por IA— tras descubrir un esquema de fraude: usuarios que subían cientos de temas y luego manipulaban las cifras con bots para cobrar regalías.
Spotify no informa al usuario si una canción fue creada por IA. Un portavoz de la empresa dijo al Financial Times que solo eliminan contenido si infringe derechos de autor. Deezer, en cambio, implementó un sistema que etiqueta automáticamente canciones generadas por herramientas populares como Suno, Udio o Boomy.
Alexis de Lanternier, CEO de Deezer, declaró que “la IA no es inherentemente buena o mala, pero creemos que la transparencia es clave para ganarnos la confianza de los usuarios y proteger a los artistas”.

Universal Music, Sony y otras discográficas han presentado demandas contra empresas de IA musical, argumentando que sus modelos se entrenan con grabaciones protegidas por derechos sin consentimiento ni compensación. Las startups de IA se defienden invocando el principio de “uso justo”, pero el debate legal apenas comienza. Aún no existe una regulación clara sobre el “derecho a la voz”, ni mecanismos para impedir que una IA genere música inspirada en artistas existentes.
YouTube es una de las pocas plataformas que exige a los creadores declarar si un video fue generado por IA. Añade un aviso discreto que reza: “Contenido sintético”, pero este rótulo puede pasar desapercibido y depende de la buena fe del usuario.
La historia de FN Meka —un rapero virtual firmado por Capitol Records en 2022 y cancelado días después por reproducir estereotipos racistas— mostró que incluso cuando la tecnología avanza, los valores culturales siguen importando. La estética no basta: también hay límites éticos.
¿Qué se juega en esta transición? No solo la propiedad intelectual. También la experiencia de escuchar. La conexión afectiva con un artista, la historia detrás de una canción, la vulnerabilidad que se filtra en una grabación. En el nuevo paisaje, la pregunta no es solo “¿quién canta?”, sino “¿de quién es esta voz?”.