
Era julio de 2023 y el equipo de producción de la serie El Eternauta, adaptación de la emblemática historieta argentina para Netflix, se encontraba preparado para rodar la primera escena dentro de la parroquia San Pedro González Telmo. Aun cuando las cámaras estaban listas, los actores maquillados y contaban con un cronograma apretado, surgió un contratiempo inesperado que podía retrasar gravemente la grabación de la serie.
Según cuenta la producción argentina, el perro previamente seleccionado para interpretar al compañero del hombre vagabundo, y aun cuando tenía vasta experiencia en cine no lograba mantener la concentración. Se distraía con los sonidos, levantaba las orejas ante cualquier estímulo y no lograba encarnar la tristeza que requería su personaje.
Fue entonces cuando Bruno Stagnaro, director de la serie, escuchó hablar de Puelo, un perro mestizo conocido en el barrio de San Telmo. El relato llegó a sus oídos gracias a Emmanuel Slit Murillo, productor a cargo de las armas y de los animales en el set, quien le contó la historia del can que había crecido, precisamente, en esa misma parroquia.
La producción contactó a Emilio Chumpitaz, cuidador y compañero de Puelo. Una vez en el set, no hubo necesidad de ensayos ni de entrenamiento, ya que el perro ingresó al set con un andar calmado y auténtico al estar rodeado de las imágenes religiosas que le eran familiares. Su presencia, entre vagabunda y serena, capturó la esencia del personaje. “Acaba de nacer una estrella”, escribió Slit Murillo al ver al perro en acción. Sin proponérselo, Puelo encontró su papel en la serie como si hubiera sido escrito para él.

El primer día de grabación de Puelo marcó un antes y un después para el equipo, sobre todo porque esperaban un comportamiento alterado ante un set ruidoso y lleno de personas, pero el can no se inmutaba ante el personal ni el equipo técnico. Bruno Stagnaro, firme defensor de la espontaneidad actoral, quedó maravillado. “Ese perro era el ideal”, recordó más tarde Slit Murillo en entrevista con El Diario Arg.
Lejos de requerir adiestramiento, Puelo no tuvo problemas por sentirse cómodo en su territorio, lo que facilitó el trabajo y cautivo al equipo completo. A diferencia del anterior perro, el canino de pelaje café con pecho blanco no tenía esa sensación constante de querer llamar la atención de todo el set, y solo tuvo una excepción notable: el protagonista Ricardo Darín. Entre el actor y el perro surgió un vínculo tan genuino como profundo, como si se conocieran de toda la vida.
El actor argentino cuenta que durante las pausas, Puelo rasguñaba la puerta de su camerino; una vez que el actor le abría y pasaban largos ratos juntos, relajados, hasta que el llamado a escena los reunía nuevamente.
“No entendíamos cómo se querían tanto sin haberse conocido antes. Eran como pan y manteca”, explicó Slit Murillo. Esa complicidad traspasó la pantalla y dio mayor profundidad emocional a sus escenas compartidas. La química fue tal que, según los productores, se adaptaron algunas tomas para aprovechar la espontaneidad de Puelo junto al reconocido actor.
De vuelta a casa, Puelo no parecía mostrar el mismo entusiasmo que en el set. “Al principio, cuando regresaba, se lo notaba disgustado. No me prestaba mucha atención”, admitió su dueño, Emilio Chumpitaz, en entrevista con El Diario Arg. Él interpretó este comportamiento —con humor— como una consecuencia del cansancio actoral. Asimismo, contó que el can dejó de beber agua de recipientes comunes y ahora solo acepta el líquido si alguien le acerca una botella al hocico, como si aún estuviera en rodaje.
Gracias a la compensación económica que Emilio recibió por los seis meses de rodaje, ahora Puelo tiene alimento premium, juguetes, ropa y atención veterinaria de lujo; el resto del dinero lo ahorraron para un futuro próspero. A más de un año de estar lejos de la vida actoral, el can pasea por las calles de San Telmo. Hasta ahora se sabe que la producción evalúa su regreso en la segunda temporada de El Eternauta.

Antes de su incursión frente a las cámaras, en enero de 2016, Puelo fue hallado en los paisajes de Chubut. El padre Martín Calcarami, sacerdote de la parroquia San Pedro González Telmo, viajó con un grupo de niños exploradores a Lago Puelo. Una de las mañanas de ese viaje, el clérigo salir a pescar y en medio de un sendero de tierra vio a tres pequeños cachorros abandonados.
El sacerdote no estaba solo, pues dos mujeres que pasaban por allí también se detuvieron. Juntos decidieron repartir la responsabilidad. Calcarami se quedó con el tercer cachorro. “Fue una conexión especial, como si ambos hubiéramos sido salvados”, relató tiempo después. El veterinario que atendió al perro confirmó que apenas tenía veinte días de vida y mostraba miedo a los vehículos, lo que indicaba que probablemente había sido arrojado desde un automóvil.
De regreso en Buenos Aires, el cachorro —ya bautizado como Puelo en honor al lago donde fue encontrado— se convirtió en parte de la comunidad. No solo convivía con el sacerdote y el grupo explorador, sino que la propia feligresía se encargaba de cuidarlo. Durante el día, vagabundeaba por las calles de San Telmo; por la noche, regresaba a la parroquia. Algunos vecinos se turnaban para pasearlo, otros lo llevaban al veterinario.
Cuando salía por el pasillo central del templo hacia la puerta, sabían que la misa estaba por comenzar. Al finalizar, era liberado por Emilio Chumpitaz —entonces sacristán—, y corría a los brazos del cura. Cuando el sacerdote fue trasladado a una nueva parroquia entre Retiro y Recoleta tuvieron que despedirse y separar los caminos, pues aunque solicitó permiso para llevar a Puelo consigo, el nuevo entorno no era propicio para su compañero. Desde entonces, este can está con Emilio.
Hoy, Puelo tiene nueve años y continúa su vida con dignidad y calma. Es un perro querido por su comunidad, admirado por su talento inesperado y recordado por todos los que lo vieron brillar en la pantalla.