
En abril de 2024, Wren Yoder y su prometido acudieron a un refugio local pocos días después de haber perdido a su primer gato. El vacío que dejó su partida aún dolía, pero lo que encontraron ese día cambiaría sus vidas, pues entre muchos mininos, una pequeña gatita negra y naranja, de apenas seis meses, llamó la atención de Yoder.
Cuando la mujer recogió del piso a la felina, ésta comenzó a frotar su cara contra ella, como si supiera que había encontrado a su humana. “Me tomó 30 segundos decirle a mi prometido que fuera a hacer los trámites de adopción”, dijo a The Dodo For Animal People, una plataforma con enfoque emocional hacia el cuidado y la defensa de los animales. “No necesitaba ver a ningún otro gato. No soportaba dejarla ni un segundo... Ya estaba llorando por ella”.
Yoder la llamó Puddles, porque la pequeña le derritió el corazón, pero lo que no sabía en ese momento era que la gatita también estaba destinada a curarlo. Desde el primer día en casa, la madre adoptiva notó que algo en su mascota era distinto; no reaccionaba a ruidos fuertes, ni seguía juguetes con la mirada. “Puddles convenció a dos veterinarios de que era sorda”, contó Yoder. “Le daban patadas a la pared que estaba detrás de ella con todas sus fuerzas, y ni siquiera pestañeaba”.
A pesar de ello, unos días después, Puddles levantó la vista cuando Yoder le habló y, seguido de eso, maulló. No obstante, de acuerdo con la información proporcionada por The Dodo, su examen de la vista no mostró algo anormal, aunque la gatita seguía cayéndose de los muebles si se acercaba demasiado al borde.
Los veterinarios sospecharon que el animal había sufrido una lesión cerebral traumática (LCT), posiblemente producto de un accidente antes de llegar al refugio, pues además, en aquel momento también presentaba una cadera dislocada, lo cual explicaría sus comportamientos peculiares, como su mirada perdida, su memoria a corto plazo deficiente y la falta de coordinación.
Sin que su condición representara un obstáculo, la felina se adaptó con ternura y valentía a su nueva vida, pues como cualquiera de su raza, tomaba el sol, se escondía bajo las mantas y disfrutaba observando a los pájaros desde la ventana.

Aunque sus limitaciones físicas y neurológicas son evidentes, Puddles desarrolló sus propios métodos para desenvolverse. No puede girar la cabeza hacia los lados y rara vez mira hacia atrás, “simplemente inclina la cabeza hacia atrás y te mira al revés”, explicó Yoder.
Para moverse por la casa, la felina se desliza apoyándose en las paredes. Cuando necesita cambiar de dirección, utiliza sus patas delanteras para empujarse contra la pared y girar lentamente hacia donde quiere ir.
“La vida con ella siempre es entretenida y llena de amor”, dijo Yoder. Sumado a esto, en su nuevo entorno, la minina tiene dos hermanos gatos que la protegen y cuidan con devoción. “A ambos les encanta acurrucarse con Puddles”, comentó. “También se aseguran de darle sesiones extra de aseo, porque no es muy buena aseándose sola”.
De acuerdo con The Dodo, Yoder comenzó a compartir la historia de Puddles en Instagram a principios de este año y obtuvo una respuesta conmovedora: “Muchas personas neurodivergentes ven sus peculiaridades y se identifican con ellas”, dijo.
Así, a pesar de que a veces se pierde buscando su comedero automático o se le olvida hacia dónde iba a mitad de camino, Puddles nunca se rinde. Y Yoder está siempre ahí, acompañándola y asegurándose de que su pequeña compañera esté bien cuidada. “Me ayudó a sanar el corazón de maneras que jamás imaginé”, concluyó. “Tiene tanto amor para dar en ese pequeño cuerpo suyo”.

El caso de Puddles es un ejemplo conmovedor de cómo los animales también pueden enfrentar las secuelas de lesiones neurológicas graves, pues el traumatismo craneoencefálico (TCE) en gatos varia desde síntomas leves hasta situaciones que ponen en peligro la vida.
Según la Revista de Medicina y Cirugía Felina (Journal of Feline Medicine and Surgery), los gatos con lesiones craneofaciales pueden presentar un estado neurológico, respiratorio y cardiovascular gravemente comprometido, lo que complica su manejo tanto a corto como a largo plazo.
Las lesiones en la cabeza suelen involucrar daño a tejidos blandos como la piel y los ojos, así como a los huesos del cráneo, y con frecuencia se asocian con algún grado de daño cerebral. Esto a su vez afecta la coordinación, la visión, la audición y la memoria, como se observa en el caso de Puddles.
El veterinario y neurocirujano Simon Platt explica que en todos los pacientes con TCE debe evaluarse el tamaño, simetría y reactividad de las pupilas, además de reflejos como el pupilar a la luz y el oculocefálico. “El tamaño, simetría y reactividad de las pupilas proporcionan información muy valiosa sobre la gravedad de la lesión y su pronóstico”, señala el experto.
Aunque muchas lesiones oculares menores derivadas de un trauma cerrado no requieren tratamiento específico, es esencial seguir principios generales de manejo ocular. También se recomienda realizar un examen detallado para identificar afectaciones como pérdida de simetría facial, desplazamiento del globo ocular o enfisema orbitario, especialmente si hay sospecha de afectación del seno periorbitario.