En los locos años 20 de París,Tamara de Lempicka conoció “la mujer más hermosa”, una trabajadora sexual del Bois de Boulogne, que rápidamente se convertiría en su amante y musa, y cuya imagen pasó a formar parte de la serie de retratos audaces y geométricos que caracterizan la obra de la artista ruso-polaca.
“Era la mujer más hermosa que había visto jamás… unos enormes ojos negros, una boca sensual, un hermoso cuerpo. Me paré y le dije: ‘Madmoiselle, soy pintora y me gustaría que viniese a posar para mí. ¿Quiere usted hacerlo?’ Ella sólo dijo: ‘Sí, ¿por qué no?’”, contó de de Lempicka.
En el cuadro, la modelo aparece recostada en diagonal, iluminada dramáticamente desde arriba, con un corte de cabello bob y solo un toque de lápiz labial rojo, elementos que evocan la rebeldía y el glamour de la época.
La pintura, presentada en el Salón de Otoño de París en 1927, desafió la tradición de la representación del desnudo femenino dominada por hombres. La interacción entre la pintora y la modelo en la obra sugiere una colaboración que reconfigura las dinámicas de poder habituales en este género.

En 1985, la obra La Belle Rafaëla alcanzó un precio de USD 242.000 en subasta, estableciendo en ese momento un récord para la artista. Ahora, casi cuatro décadas después, la pintura regresa al mercado y se espera que alcance entre USD 8,2 millones y 12,2 millones, en la venta nocturna de arte moderno y contemporáneo de Sotheby’s Londres el 24 de junio. Por supuesto, en una temporada de pésimas ventas para las grandes casas, lo que pueda suceder con la pieza es una incógnita.
“Lempicka fue revolucionaria al retratar un desnudo femenino seductor desde la perspectiva de una mujer, en un momento en que la narrativa artística era masculina”, afirmó André Zlattinger, jefe de arte moderno de Sotheby’s Europa, durante la presentación de la obra.
La casa de subastas calificó a La Belle Rafaëla como la más importante de Lempicka que se haya ofrecido en el mercado, y anticipa un fuerte interés de los coleccionistas. La apreciación no es menor, ya que las trece ventas más altas de la artista corresponden a retratos de mujeres, siendo el récord actual el Retrato de Marjorie Ferry (1932), vendido en Christie’s Londres en 2020 por USD 21,2 millones.

La artista, nacida como Tamara Rosalía Gurwik-Górska, nunca dejó claro ni el año ni el lugar exacto de su nacimiento. Existen versiones que la sitúan en Moscú en 1889, en Varsovia en 1895, e incluso en 1906, fecha que ella misma promovió para restarse años. Esta ambigüedad se extendió a otros aspectos de su biografía, como el destino de su padre, sobre el que circulan versiones de suicidio o divorcio. Lo cierto es que creció en una familia acomodada, con una madre socialité judía y un padre abogado de origen ruso, y recibió una educación de élite en un internado suizo.
Su infancia y juventud transcurrieron entre lujos y mudanzas. Tras la separación de sus padres, se trasladó a Italia con su abuela, donde el arte del Renacimiento dejó una huella profunda en su formación. Más tarde, se instaló en la San Petersburgo imperial con su tía Stefa, aún más adinerada que su familia de origen. En 1916, ya casada con el abogado polaco Tadeusz Łempicki, comenzó a estudiar bellas artes y a frecuentar los ambientes más selectos de la ciudad, hasta que la maternidad y la Revolución de Octubre alteraron su vida.
El estallido revolucionario en Rusia marcó un punto de quiebre. Su esposo fue arrestado por los bolcheviques, pero la intervención del cónsul sueco permitió que ambos escaparan a París. Fue en la capital francesa donde experimentó por primera vez la escasez, ya que su marido se negó a trabajar y la familia atravesó dificultades económicas. Su hermana la animó a perfeccionarse en pintura, y bajo la tutela de Maurice Denis y André Lhote, comenzó a producir los retratos que la harían famosa entre la alta sociedad parisina.

La vida nocturna y los excesos acompañaron el ascenso artístico de Tamara de Lempicka, que, mientras criaba a su hija y trabajaba sin descanso, alternaba fiestas, romances y orgías, sin ocultar su bisexualidad, entre ellas con La Belle Rafaëla, “la mujer más hermosa que he visto jamás”.
Su círculo incluía a figuras como Filippo Marinetti, Gabriele D’Annunzio, Pablo Picasso, André Gide, Colette y, especialmente, Jean Cocteau, quien afirmó: “Tamara amaba tanto el arte como la buena sociedad, y pensaba que su acceso a esta última acabaría por destruir en ella el primero”.
En 1923, Tamara de Lempicka debutó en el Salón de Otoño de París con la obra Perspectiva, un óleo de gran formato que fusionaba vanguardias y academicismo. Su estilo, conocido como cubismo suave, se caracterizaba por líneas angulosas y una estética refinada, aunque la artista nunca se interesó por la teoría detrás del movimiento.

La temática lésbica de algunas de sus obras, lejos de ser inédita, resultó oportuna en el contexto de los años veinte, una época de efervescencia cultural y sexual tanto en Europa como en Estados Unidos.
En 1925, gracias al mecenazgo del Conde Emmanuele Castelbarco, presentó su primera exposición en Milán, donde produjo 28 cuadros en seis meses. Dos años después, su retrato Kizette en el balcón, dedicado a su hija, le valió un premio en Burdeos. La artista nunca ocultó su orientación sexual, lo que alimentó rumores y comentarios en los círculos sociales.
Sin embargo, los excesos y la exposición pública la llevaron a episodios de depresión y tratamientos psiquiátricos, aunque su vitalidad y deseo de experimentar nunca se apagaron.
El retrato más célebre de Tamara de Lempicka llegó en 1929 con Autorretrato en el Bugatti verde, una obra inspirada en la trágica muerte de la bailarina Isadora Duncan. Tras divorciarse de Łempicki, contrajo matrimonio con el barón húngaro Raoul Kuffner, quien se transformó en su principal coleccionista. Juntos viajaron a Estados Unidos en busca de nuevos clientes y, en 1934, se establecieron en el país.

En Nueva York, Tamara de Lempicka se convirtió en una figura de la alta sociedad, rodeada de personalidades como Salvador Dalí, Orson Welles, Greta Garbo y Rita Hayworth. Las fiestas en su residencia se volvieron legendarias.
La mudanza a Beverly Hills, California, marcó el inicio de su declive. El mercado del arte comenzó a privilegiar el surrealismo y el arte abstracto, relegando su estilo a un segundo plano. La artista pasó a ser vista más como una excéntrica baronesa europea que como una creadora innovadora. En los años sesenta, intentó adaptarse a las nuevas tendencias, acercándose al abstraccionismo y al surrealismo, pero no logró el mismo reconocimiento. Tras la muerte de su esposo, se trasladó a Cuernavaca, México, donde falleció el 18 de marzo de 1980. Sus cenizas fueron esparcidas en el cráter de un volcán.
“Vivo en los márgenes de la sociedad, y las reglas de la sociedad normal no se pueden aplicar a aquellos que viven en el límite”, declaró alguna vez la artista, una frase que resume la filosofía de vida de una mujer que desafió normas y dejó una huella indeleble en el arte y la cultura del siglo XX.