Estuvo ochenta minutos sin respirar y con su corazón detenido: una caída en esquí, una tumba de hielo y un hito en la medicina

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Bajando con sus esquíes porBajando con sus esquíes por un sendero angosto al borde de una caída de agua que se derrite, las tablas de Anna golpean contra una roca y se descontrolan. Su cuerpo gira y termina cayendo de espaldas en el arroyo helado

El mundo no era muy distinto a hoy en mayo de 1999, solo que con otros personajes y conflictos. En Kosovo había guerra y volaban las bombas. Los Backstreet Boys eran la banda del momento y lanzaban su álbum Millennium. Hacía pocos meses que había nacido una moneda que sería común para la mayor parte de Europa: el euro. Y en Oklahoma, Estados Unidos, una serie concatenada de tornados registró ese mes los vientos más potentes jamás medidos sobre la Tierra: 517 km por hora.

Mientras, en distintos puntos planetarios, los seres humanos continuábamos con nuestras vidas. Una de ellos era la estudiante de medicina Anna Bagehholm, quien tenía 29 años la tarde en la que su corazón dejó de latir.

Anna, Marie Falkenberg y Torvind Næsheim, médicos, amigos y compañeros de trabajo en el hospital local de Narvik -donde Anna estaba haciendo su residencia-, decidieron tomarse un par de días de vacaciones. Llegaron los tres a las montañas Kjolen y se instalaron en un hotel. Adoraban esquiar y no era la primera vez que lo hacían juntos. Sería una aventura más fuera de pista. Decidieron salir a practicarlo esa misma tarde del jueves 20 de mayo de 1999.

Son las 18.20 de un típico día de primavera por encima del Círculo Polar Ártico. Hacen unos cinco grados bajo cero y hay bastante viento, pero las jornadas son tan largas que el sol casi no se acuesta en este rincón del planeta. Están volviendo, bajando con sus esquíes por un sendero angosto al borde de una caída de agua que se derrite, cuando las tablas de Anna golpean contra una roca y se descontrolan. Su cuerpo gira, se da vuelta y termina cayendo de espaldas y de cabeza en el arroyo helado. La capa de hielo que lo cubre se quiebra, se abre y se la traga a medias. Se hunden su cabeza y su torso; su ropa se empapa, se pone pesada y la hunde. El hielo vuelve a cerrarse sobre ella a la altura de sus piernas.

Anna ha quedado boca arriba, pero sumergida y debajo de esa capa de hielo de un espesor de unos veinte centímetros. Es una trampa mortal. Afuera se ven sus pantorrillas y sus pies con los esquíes todavía colocados. Está comenzando la experiencia más aterradora que podríamos imaginar.

La estudiante de medicina suecaLa estudiante de medicina sueca cayó en un arroyo helado y su cuerpo alcanzó temperatura corporal récord de 13,7°C

Falkenberg y Næsheim llegan hasta Anna y la toman de los pies con fuerza. Prueban sacarla. Sus esfuerzos son desesperantemente inútiles. No pueden hacer nada más que sostenerla para que el agua no la arrastre del todo y la pierdan de vista.

Siete minutos después del accidente marcan a emergencias. Son las 18.27. Están en un sitio remoto, lejos de todo. Está claro que el rescate no será inmediato. Demorarán en llegar.

Los atiende el policía Bard Mikalsen quien organiza rápidamente dos equipos de rescate: uno irá por tierra y otro por aire. Falkenberg y Næsheim siguen sosteniendo a su amiga. Mientras Anna del otro lado del mundo de hielo encuentra una burbuja pequeña donde meter su cabeza. Justo entre el agua y la capa de hielo hay un poco de aire. Está consciente y sabe como profesional que su vida no tiene mucho más hilo.

Anna está incrustada en el hielo. Algo impensable. Imposible. Pero ridículamente cierto. Anna con la cara contra ese vidrio helado que la separa del mundo ¿piensa? ¿o solo intenta respirar? Los primeros 40 minutos está relativamente despierta. De hecho, al principio intenta rascar el hielo desde abajo, mientras sus amigos hacen lo mismo desde arriba. Pero no consiguen nada.

Su temperatura corporal baja abruptamente en ese abrazo mortal de agua, hielo y nieve a cero grados. ¿Se da cuenta de que llega la temida hipotermia? Quien sabe. Comienza a temblar descontroladamente y se adueña de ella la confusión. Su cuerpo ha empezado a decidir autónomamente qué hacer y va cerrando aquellas funciones no indispensables para sobrevivir.

Su temperatura sigue bajando hasta que la situación se vuelve incompatible con la vida. A los 13,7°C el corazón de Anna se detiene. Deja de latir. La vida queda suspendida.

Son las 19 horas.

Cuando el rescate llega Anna ya no sufre. Su cuerpo está en reposo de muerte. No respira y su sangre no circula. Con el corazón en paro está clínicamente sin vida. Literalmente frizada.

Para los cánones normales AnnaPara los cánones normales Anna estaba muerta. No registraba actividad cerebral ni cardíaca

Ketil Singstad lideró el rescate desde la cima de la montaña y bajó esquiando a toda velocidad con su equipo. Fueron los primeros en llegar e intentaron sacarla con unas cuerdas. No pudieron. Intentaron quitar el hielo que la rodeaba con sus manos y herramientas pequeñas. Tampoco lo lograron. Debían esperar a los rescatistas que estaban subiendo con herramientas adecuadas para cortar la dura superficie. Los minutos contaban. Apenas llegaron con los elementos para perforar el hielo lograron agrandar el hueco. A las 19.40, ochenta minutos después del accidente, lograron extraerla de su tumba helada.

Certificaron que no había pulso, ni latidos, ni respiración. Tenía las pupilas dilatadas, no reactivas, y su piel era de un tono gris azulado. El desfibrilador no sirvió de nada. Sus propios colegas médicos le hacían de manera continuada resucitación cardiopulmonar.

Para los cánones normales Anna estaba muerta. No registraba actividad cerebral ni cardíaca. Había estado sin respirar ochenta minutos bajo el hielo y con su corazón detenido.

Los médicos involucrados en el rescate se dieron cuenta rápidamente que precisaban una máquina de circulación extracorpórea que no tenían en el hospital cercano de Narvik. Había una en el Hospital Universitario de Tromso, a 250 km. Se coordinó un traslado con un helicóptero Sea King que tuvieron que desviar de otra emergencia de salud. La nave llegó a las 19.56 y trasladó a Anna junto a siete personas más: tres tripulantes, dos médicos (uno del doctor Mads Gilbert emergentólogo del Hospital Universitario de Tromso) y dos paramédicos. En el vuelo se la intubó y se le administró oxígeno al ciento por ciento.

Anna Bagenholm junto al anestesiólogoAnna Bagenholm junto al anestesiólogo y emergentólogo Torvind Næsheim, quien la acompañó esa tarde en las montañas noruegas

Volaban en condiciones extremas porque había mucha niebla y viento. Llegaron a las 21.10 al hospital. La sala de emergencias estaba a tope con veinte profesionales entre anestesiólogos, cirujanos cardiovasculares, enfermeros, perfusionistas y técnicos varios.

Enseguida pusieron manos a la obra a la reanimación más prolongada en la historia de Noruega. No se entregaron en ningún momento. Aun corriendo el riesgo de que sobreviviera con secuelas catastróficas como daño cerebral por la falta de oxígeno. Su cuerpo marcaba una temperatura de 13,7°C. Nadie había sobrevivido a algo así. Pero los médicos de estas latitudes tienen un dicho sabio para la hipotermia y que terminaría siendo una frase de cabecera para la medicina después del caso de Anna: “No estás muerta hasta que estás cálida y muerta”. Saben que el frío extremo puede obrar milagros. Aunque creían estar pidiendo demasiado porque nunca un adulto, cuya temperatura corporal hubiera alcanzado los 13 grados, había logrado sobrevivir.

Tenían una futura colega en sus manos y estaban dispuestos a hacer lo que fuera necesario para volverla a la vida. Tendrían que ir calentando su sangre lentamente para recuperar la circulación, la oxigenación y la temperatura.

Sabían que la burbuja de aire en la que había quedado su cara había sido un factor de ayuda y que, el frío extremo, había sido el otro. Porque cuando el cuerpo se enfría de esa manera el metabolismo se desacelera dramáticamente y el cerebro necesita muchísimo menos oxígeno para subsistir. Y es ahí donde todos los procesos celulares se detienen. La hipotermia ayudó a que Anna quedara frizada. Estando congelada, nada funcionaba, ni siquiera los procesos que llevan a la muerte. Ahogarse en aguas cálidas es muy distinto porque, en esas condiciones, el deterioro del cerebro comienza entre 3 y 5 minutos luego de la falta de oxígeno.

El equipo médico liderado por los doctores Mads Gilbert y Torkjel Tveita, sabían qué hacer, pero nunca habían tratado un caso tan severo. Calentar su sangre tenía que ser algo paulatino para que ella no sufriera más daños. Harían un bypass cardiopulmonar con la máquina que se empleaba para las cirugías cardíacas.

Le colocaron dos cánulas quirúrgicas grandes: una en la vena femoral para extraer su sangre y otra en la arteria femoral para devolver esa sangre calentada y oxigenada. Luego, la conectaron a la circulación extracorpórea. La máquina hacía el trabajo que su corazón y pulmones no: bombeaba sangre, añadía oxígeno, eliminaba el dióxido de carbono y regulaba la temperatura para ir devolviendo esa sangre recalentada al cuerpo con mucha lentitud.

El caso de Anna BagenholmEl caso de Anna Bagenholm marcó un hito en la medicina de emergencia al sobrevivir 80 minutos bajo el hielo con hipotermia extrema

Si el calentamiento no fuera gradual, el flujo sanguíneo periférico puede dilatarse de manera brusca desviando la sangre caliente de los órganos vitales como el cerebro y el corazón hacia la periferia lo que puede causar un colapso general que se llama “choque de recalentamiento”. Y si la sangre periférica fría vuelve demasiado rápido al centro del cuerpo puede enfriar otra vez el corazón y generar arritmias letales. Como si esto fuera poco, el recalentamiento acelerado también puede liberar sustancias tóxicas acumuladas -como potasio o ácidos- en los tejidos congelados y enviarlas a la sangre lo que podría detener el corazón.

No era fácil lo que tenían por delante.

La esperanza de todos era que su corazón arrancara una vez que la temperatura fuera aumentando.

A medida de que su temperatura corporal se iba elevando iban chequeando su evolución. Cuando alcanzó los 20 grados comenzaron a notar que había una débil actividad eléctrica cardíaca. Al llegar a los 25 grados su corazón comenzó a latir espontáneamente.

En el monitor, el latido de Anna aceleró las pulsaciones de todos. Uno y otro y… otro. Latía. ¡Anna volvía a la vida!

Llevarla de los 13,7 grados a los 36 y estabilizarla les llevó un total de nueve horas.

Felices, pero sabiendo que todavía faltaba mucho, los médicos la dejaron en un coma inducido, de manera farmacológica, durante diez días. Bajo estricto monitoreo neurológico y ventilación mecánica.

Durante ese tiempo los profesionales vigilaron atentamente que no hubiera edemas cerebrales, fallos renales o trastornos metabólicos.

Su familia, que había viajado a Noruega, estaba a su lado. Intentaban, aun con ella dormida, estimularla: le ponían música, le leía y le hablaban. Tenían una enorme fe en su recuperación.

La supervivencia de Anna BagenholmLa supervivencia de Anna Bagenholm desafió los protocolos médicos y cambió el tratamiento global de la hipotermia severa

Todavía había que ver las consecuencias físicas de este grave accidente.

Anna despertó del coma diez días después. Abrió sus impactantes ojos azules, pero no entendía demasiado. Estaba tetrapléjica. No podía mover sus manos, ni sus pies. Nada. Del cuello para abajo no podía controlar un solo movimiento. Podía oír, podía entender lo que decían, podía comunicarse moviendo su mirada azul, pero tenía dañados los nervios, la médula… En el mejor de los casos sería por el frío y algo temporal.

Poco a poco empezó a poder mover su cabeza. Podía seguir indicaciones. Los médicos estallaron de felicidad. Su cerebro había salido ileso de semejante experiencia. Era el 30 de mayo de 1999.

Anna empezó a darse cuenta de la gravedad de su situación. Temía pasar el resto de su vida de espaldas, mirando el techo. Primero se enojó. Estaba furiosa con los médicos, con sus amigos, que la habían salvado de morir. Diría en un reportaje de la época sobre ese momento en el que tomó consciencia de lo que le pasaba: Estaba sumamente irritada porque me hubieran salvado. Temía una vida sin sentido, sin dignidad alguna. ¡Pero ahora estoy feliz de estar con vida y quiero disculparme!”.

Pasó 35 días conectada a un aparato que respiraba por ella. Cuando la extubaron pasó a terapia intermedia donde estaría por varios meses más. La recuperación sería lenta y requeriría de mucha ayuda.

Los riñones y el sistema digestivo de Anna Bågenholm no funcionaban correctamente. Su intestino estaba “dormido” (algo que se llama íleo paralítico postcrítico). Presentaba serias dificultades para digerir grasas y proteínas lo que le provocaba náuseas y gases.

Pasando la cuarta semana empezó a recuperar movimientos en sus brazos y en parte del tronco. A la sexta pudo sentarse sin tanta ayuda. El equipo de enfermeros y fisioterapeutas trabajaba coordinado para lograr su reeducación motora fina: querían que pudiera sostener una cuchara o cepillarse los dientes y también evitar la atrofia muscular y las trombosis.

Dos meses después fue derivada al hospital Sunnaas Sykehus HF, de Oslo, para continuar su rehabilitación motora y neurológica, donde estuvo varios meses más.

Fue pasando el tercer mes desde el accidente que la pararon y pudo dar unos pocos pasos asistidos. Y, cinco meses después, volvió a caminar sola. Le quedó entumecimiento y falta de sensibilidad en los dedos de las manos y de los pies. Seis años después volvería a esquiar.

Contra todo pronóstico Anna había sobrevivido y se había transformado en un récord: el único ser humano que había logrado volver desde los 13,7 grados de temperatura corporal y de los ochenta minutos sin respirar.

La recuperación de Anna incluyóLa recuperación de Anna incluyó meses de rehabilitación motora y neurológica tras despertar tetrapléjica del coma inducido

Anna Elisabeth Johansson Bagenholm nació en 1970 en la ciudad de Vänersborg, Suecia. Era una de entre ocho hermanos. De esa etapa de su vida nada trascendió públicamente.

En 1998 Anna comenzó su residencia como médica interna en el Hospital de Narvik en el país vecino, Noruega. Su intención era convertirse en cirujana ortopédica y se desempeñaba como asistente de cirugía de su mentor, el doctor Yngve Jones. Jones tenía planeado retirarse al año siguiente, más o menos para el mes de mayo. Curiosamente el mismo mes en que ocurrió el accidente de Anna.

Fue luego de recuperarse que Anna tuvo que cambiar su idea de ser cirujana. Sus dedos entumecidos podrían dificultar su trabajo. Decidió volcarse a la radiología.

El impacto que provocó su supervivencia atravesó décadas y fronteras: es el único caso registrado de alguien que haya pasado tanto tiempo sin respirar y que haya tenido esa bajísima temperatura corporal. Además, cambió la forma en que se practica la medicina de emergencia durante una grave crisis hipotérmica. Y llevó a cambiar los protocolos que se aplicaban hasta entonces. Antes de 1999 se sostenía que luego de un período de entre diez y quince minutos de estar detenido el corazón, el daño cerebral era inevitable y que los esfuerzos en resucitación en hipotermia severa (a menos de veinte grados) con el corazón en paro, eran inútiles.

Lo ocurrido con Anna vino a demostrar cuán equivocados estaban. Desde entonces los esfuerzos de resucitación se hacen durante horas, las que se consideren necesarias, y el bypass cardiopulmonar para recalentar el flujo sanguíneo es hoy una medida estándar para eventos similares.

El doctor Mads Gilbert del Hospital de Tromso sostuvo que “fue el amor, la ciencia y el trabajo en equipo lo que la trajo de vuelta”. También explicó que su cerebro no había sufrido daños porque “su cuerpo había tenido tiempo de enfriarse totalmente antes de que su corazón se detuviera. Su cerebro estaba tan frío cuando el corazón dejó de latir que sus células cerebrales necesitaron poquísimo oxígeno para mantenerse con vida por un período prolongado”. El metabolismo enlentecido hace que los tejidos al enfriarse precisen menos oxígeno. Gilbert contó que la hipotermia como método terapéutico, luego de lo ocurrido con Anna, había empezado a usarse en otros casos con paros circulatorios, en traumatismos craneoencefálicos severos o en recién nacidos con hipoxia neonatal. De hecho, en 2013 volvió a aplicarse esta técnica en el Hospital Universitario de Tromso con un niño de dos años que había caído al mar helado. Su sangre fue recalentada de la misma manera que la de Anna y el pequeño sobrevivió sin daño cerebral. Desde este último caso el hospital mantiene un equipo de guardia 24 horas especializado en esto que se llama: ECMO Hypothermia Response Team.

La historia de Anna inspiróLa historia de Anna inspiró cambios en la medicina y es referencia mundial en congresos y publicaciones sobre hipotermia y supervivencia extrema

Anna Bagenholm volvió al hospital para reencontrarse con los doctores y amigos que hicieron las primeras maniobras para rescatarla. Eso ocurrió el 7 de octubre de 1999. En una entrevista con el equipo inglés de voluntarios Mountain Rescue England and Wales reconoció: “Cuando sos una paciente, no pensás que te vas a morir. Pensás ¡lo voy a lograr! Pero como médica, creo que es increíble que esté viva” y, también, afirmó: “Recuerdo lo que pasó dos días antes y desde dos semanas después. Nada del accidente. Y creo que eso es realmente bueno (...) soy una persona más bien práctica, más que emocional, eso creo”.

A partir de este logro de supervivencia, Anna fue invitada a disertar y a dar su testimonio en numerosos congresos médicos. No pudo evitar que su historia la volviera un personaje central en los libros de medicina. De hecho, su caso fue discutido en el prestigioso medio británico de medicina: The Lancet.

En octubre de 2009 la CNN contó su historia en el programa sobre historias de supervivencia conducido por Sanjay Gupta: Otro día engañando a la muerte. Bagenholm tenía la esperanza de que la gente que lo viera y aprendiera más sobre la hipotermia. Por eso fue también al popular programa noruego Skavlan.

Lo cierto es que Anna no cambió demasiado su rutina luego del milagro y siguió caminando por los corredores del hospital donde le salvaron la vida. Hoy tiene 55 años y, desde poco después del accidente, está en pareja con uno de los médicos que iba con ella aquel día: el anestesiólogo y emergentólogo Torvind Næsheim. Anna y Torvind han dado varias charlas juntos. Una de las últimas fue en un congreso internacional en 2024 y el tópico de disertación fue: “Inmersión en hipotermia severa y una experiencia personal”. Ella sigue figurando como parte del departamento de radiología del Hospital de Tromso y él como anestesiólogo y emergentólogo. Una vez más hablaron para concientizar sobre la importancia de no darse nunca por vencidos. El gran tema de sus vidas hasta el día de hoy.

Volver de la muerte no es poca cosa.

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