El papa Francisco y su cruzada en favor de los migrantes

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En la frontera de MéxicoEn la frontera de México y Estados Unidos en el 2016 (AFP)

En un mundo cada vez más dividido por muros y políticas migratorias restrictivas, el papa Francisco emergió como una voz moral incansable para aquellos que abandonan sus hogares y ponen en riesgo sus vidas en duras y peligrosas travesías, con la esperanza de encontrar seguridad y dignidad en su lugar de destino. Desde el inicio de su pontificado en 2013, el líder de la Iglesia Católica puso la crisis migratoria global en el centro de su ministerio, desafiando a líderes políticos y fieles por igual a responder con compasión ante el sufrimiento humano.

El 8 de julio de 2013, apenas cuatro meses después de asumir el papado, Francisco realizó su primer viaje fuera de Roma a la pequeña isla italiana de Lampedusa, puerta de entrada para miles de migrantes y refugiados que atraviesan el Mar Mediterráneo. En esa visita histórica, arrojó una corona de flores al mar en memoria de las miles de personas que perdieron sus vidas intentando llegar a Europa y pronunció una homilía condenatoria sobre lo que llamó “la globalización de la indiferencia”. Con este gesto simbólico, el Papa estableció que la defensa de los migrantes sería una prioridad definitoria de su pontificado.

¿Quién ha llorado por la muerte de estos hermanos y hermanas?”, preguntó entonces el Papa ante los sobrevivientes y residentes locales reunidos en un campo deportivo improvisado como lugar de culto. “Hemos perdido el sentido de la responsabilidad fraterna”, lamentó, en un mensaje que reverbera con igual fuerza más de una década después, mientras las tragedias migratorias continúan desarrollándose en fronteras de todo el mundo, desde el Mediterráneo hasta América del Norte.

A nivel mundial, el fenómeno migratorio aumentó durante los 12 años de su papado: cuando Francisco asumió, había unos 231 millones de migrantes internacionales; para 2024 la cifra rondaba los 281 millones, impulsada por conflictos, inestabilidad económica y cambio climático. Asimismo, las guerras y persecuciones dispararon el número de desplazados forzosos, que en 2022 superó por primera vez los 100 millones de personas en el mundo (alrededor del 1,3% de la población global). En este contexto, el papa argentino alzó continuamente su voz en favor de quienes se ven obligados a huir de sus hogares, pidiendo respuestas basadas en la solidaridad, la justicia y la misericordia, en lugar del miedo o el rechazo.

ARCHIVO - Francisco saluda aARCHIVO - Francisco saluda a los fieles mientras avanza entre la gente durante una visita a la isla de Lampedusa, en el sur de Italia, el 8 de julio de 2013, donde denunció la "globalización de la indiferencia" que recibía a los migrantes que arriesgan sus vidas para tratar de llegar a Europa (AP Foto/Alessandra Tarantino, Archivo)

El primer viaje del papa Francisco fuera de Roma fue a Lampedusa en julio de 2013, isla símbolo de la llegada de migrantes africanos a Europa. Allí, celebró una misa en memoria de los inmigrantes muertos. Conmovido por las noticias de naufragios, explicó que sintió la necesidad de ir a Lampedusa a “despertar las conciencias” para que esas muertes no se repitieran.

Pocos meses después, en noviembre de 2014, Francisco se dirigió al Parlamento Europeo en Estrasburgo y exhortó a los líderes del continente a hacer más por los miles de migrantes que arriesgan la vida tratando de cruzar el Mediterráneo. “No se puede tolerar que el mar Mediterráneo se convierta en un gran cementerio”, advirtió el Papa, pidiendo a Europa que no mire hacia otro lado.

El pontífice subrayó el deber moral de apoyar el desarrollo en los países de origen de los migrantes y de garantizar su acogida digna, en lugar de ceder a una “mentalidad xenófoba” creciente. De hecho, su discurso resonó fuertemente en la opinión pública europea, recordando la responsabilidad compartida ante las miles de vidas perdidas en el mar (más de 22.000 muertes en el Mediterráneo entre los años 2000 y 2014, según denunciaron organismos de la Iglesia).

En 2015, ante la dramática crisis de refugiados provocada por la guerra en Siria y otras regiones, Francisco intensificó su llamado a la solidaridad. Ese año más de un millón de personas llegaron a Europa buscando asilo, y el Papa respondió pidiendo acciones concretas de acogida. En septiembre de 2015, durante un Ángelus dominical, realizó un gesto inédito: llamó a que cada parroquia, comunidad religiosa y monasterio de Europa acogiera al menos a una familia refugiada. Él mismo dio el ejemplo acogiendo refugiados en el Vaticano.

La petición llegó en un momento en que el número de personas huyendo a Europa alcanzaba niveles récord, con oleadas a través de los Balcanes y el Mediterráneo, especialmente de sirios que escapaban de la guerra civil. Francisco insistió en que toda Europa debía implicarse para dar refugio, rompiendo la indiferencia y el miedo.

A comienzos de 2016, el Papa llevó su mensaje directamente a las fronteras tanto de Europa como de América. En abril de 2016 visitó la isla griega de Lesbos, puerta de entrada de refugiados hacia Europa, junto con el Patriarca ortodoxo Bartolomé. Allí conoció de primera mano el sufrimiento de familias que huían de Siria, Afganistán y otros países. En un gesto extraordinario, Francisco llevó consigo de regreso a Roma a 12 refugiados sirios (tres familias musulmanas con niños) que se enfrentaban a la deportación, ofreciéndoles asilo en Italia.

El Papa Francisco, de visitaEl Papa Francisco, de visita en Grecia, conversa con el estudiante Aboud Gabro, de 18 años, y con su hermano Mario, ambos refugiados de Siria. Atenas, Grecia, Diciembre 6, 2021 (Foto: Thanassis Stavrakis)

El Papa describió esta acción como un gesto “puramente humanitario”. Este acto tuvo un gran impacto simbólico, subrayando la necesidad de “puentes y no muros” en la respuesta migratoria. Meses antes, en febrero de 2016, durante el Jubileo de la Misericordia, Francisco ya había celebrado una misa en la ciudad fronteriza de Ciudad Juárez (México-EEUU), donde oró junto a una valla fronteriza.

Con el paso de los años, Francisco no cedió en sus denuncias hacia Europa por su trato a los migrantes. Criticó las políticas cada vez más restrictivas y las devoluciones sumarias que algunos gobiernos implementaron, así como la criminalización de las ONG de rescate en el mar Mediterráneo. Por ejemplo, lamentó que en Italia y otros países se intentara penalizar a quienes salvan vidas en el mar, recordando que el deber cristiano es rescatar al prójimo en peligro, no levantar barreras legales en su contra.

La pandemia de COVID-19 y, más recientemente, la guerra en Ucrania añadieron nuevos desafíos migratorios en Europa. Tras la invasión rusa de Ucrania, más de 7 millones de ucranianos huyeron a países vecinos en pocos meses, la mayor oleada de refugiados en Europa desde la Segunda Guerra Mundial. Francisco elogió la generosidad de las naciones europeas que abrieron sus fronteras a las familias ucranianas, pero al mismo tiempo exhortó a no olvidar a otros pueblos desplazados fuera del foco mediático.

En repetidas ocasiones el Papa recordó que “todos tienen la misma dignidad” y merecen ser acogidos con humanidad, sin importar el origen de su éxodo. Este mensaje quedó plasmado en su encíclica Fratelli tutti (2020), donde denunció que con frecuencia los migrantes “no son considerados suficientemente dignos” y que, aunque nadie abiertamente niegue su humanidad, “en la práctica... se los considera menos valiosos, menos importantes, menos humanos”, algo “inaceptable” que contradice la fe cristiana.

Migrantes caminan en una caravanaMigrantes caminan en una caravana con destino a la frontera norte con Estados Unidos, en Huehuetán, México, el 26 de enero de 2025 (REUTERS/Damián Sánchez)

En paralelo a su labor en Europa, el papa Francisco prestó especial atención a las crisis migratorias en América. Si bien fue el primer Papa latinoamericano, su mirada hacia el fenómeno migratorio en el continente fue global e integradora, abarcando desde el éxodo centroamericano hasta el desplazamiento masivo de venezolanos y la situación en la frontera entre México y Estados Unidos.

Un momento clave fue su viaje apostólico a México en febrero de 2016, especialmente la visita a Ciudad Juárez, en la frontera norte. Allí, a escasos metros del Río Grande, Francisco presidió una misa multitudinaria dedicada al drama de los migrantes. Sus palabras resonaron a ambos lados de la frontera: “Aquí, en Ciudad Juárez se concentran miles de migrantes. Un camino cargado de terribles injusticias: esclavizados, secuestrados, extorsionados. Muchos hermanos nuestros son fruto del negocio del tráfico humano, de la trata de personas”, denunció en su homilía.

Además, reconoció la “crisis humanitaria” que supone la migración forzada de miles de personas por rutas peligrosas –“por montañas, desiertos, caminos inhóspitos”– y la definió como una “tragedia humana... un fenómeno global” que debe medirse no solo en cifras sino en nombres, historias y familias.

“La violencia y la pobreza expulsan a miles hacia el norte”, explicó, instando a mirar los rostros detrás de los números. A la comunidad internacional le pidió responsabilidad compartida para atender esta crisis, y a las sociedades receptoras, que vean en los migrantes no una amenaza sino víctimas que claman por ayuda y justicia.

En ese mismo contexto, Francisco aprovechó su presencia en la frontera para enviar un mensaje claro que contrastaba con las retóricas de mano dura migratoria. Sin mencionar nombres, sus palabras apuntaron a quienes promueven muros divisores: “Construyamos puentes, no muros, declaró el Papa ante miles de fieles en Juárez.

La gente pasa junto aLa gente pasa junto a una estatua del Papa Francisco en el lugar donde celebró una misa en 2016 cerca de la frontera entre México y Estados Unidos, en Ciudad Juárez, México, el 22 de febrero de 2025 (REUTERS/Jose Luis Gonzalez)

Era febrero de 2016 y en Estados Unidos cobraba fuerza la propuesta de ampliar el muro fronterizo; Francisco, fiel a su estilo, reiteró que levantar muros es un acto de violencia contra las poblaciones migrantes.

Durante esos años, la región vivió hechos dramáticos: caravanas de miles de centroamericanos cruzando México a pie en 2018, familias separadas en la frontera de EEUU, y millones de venezolanos saliendo de su país por la crisis socioeconómica.

En 2017, ante la posible cancelación del programa DACA en EEUU (que protegía de la deportación a jóvenes inmigrantes llegados de niños, conocidos como “dreamers”), Francisco apeló personalmente al presidente Donald Trump para que reconsiderara dicha medida.

Frente al éxodo venezolano, Francisco también mostró una atención constante. Más de 7 millones de venezolanos dejaron su patria en el período 2015-2025, dirigiéndose a países vecinos de América Latina. Aunque las tensiones políticas impidieron al Papa visitar Venezuela, sí viajó a naciones receptoras y aplaudió sus esfuerzos de acogida. En septiembre de 2017, durante su visita a Colombia, elogió la generosidad de los colombianos hacia los migrantes venezolanos que llegaban exhaustos buscando alivio.

Años después, cuando Colombia adoptó en 2021 un Estatuto de Protección Temporal para regularizar a los venezolanos (beneficiando a más de 1,7 millones de personas), Francisco lo puso como ejemplo mundial. “¡Gracias a Colombia por ayudar a los migrantes!”, exclamó en un Ángelus, destacando que un país con propios problemas tuvo “el valor de mirar a estos migrantes” y darles un estatus legal de protección.

En toda América, el Papa ha repetido que migrar es un derecho, pero también que “existe el derecho a no tener que migrar”, es decir, a vivir dignamente en la propia tierra. Por eso llamó a abordar las causas de fondo –la violencia, la corrupción, la desigualdad y la falta de desarrollo– que obligan a tantas personas a huir.

El migrante venezolano Jackson VargasEl migrante venezolano Jackson Vargas con su hija en brazos en la orilla de Necoclí, Colombia, el 14 de octubre de 2024. Vargas dijo que estaba intentando ahorrar para cruzar el Tapón del Darién (AP Foto/Matías Delacroix)

Desde su elección en 2013, el Papa Francisco ejerció un liderazgo en la defensa de migrantes y refugiados, transformando este compromiso en una marca distintiva de su pontificado.

En Asia y Medio Oriente, Francisco respondió a las crisis de Siria y Afganistán con llamados directos a la acción. En 2013, convocó una jornada de ayuno por la paz en Siria cuando millones huían de la violencia, y en 2021 instó a los gobiernos a “acoger y proteger a quienes buscan una nueva vida” tras la toma de poder talibán en Afganistán. Su histórico encuentro con refugiados rohinyás en Bangladesh en 2017, donde pronunció la entonces prohibida palabra “rohinyá”, evidenció su determinación de dar voz a los perseguidos.

En África, el pontífice elogió a Uganda por su “extraordinaria preocupación por acoger a los refugiados” durante su visita en 2015, mientras denunciaba los “horrendos campos de detención en Libia” y las tragedias en el Sahara. Su “peregrinaje de paz” a Sudán del Sur en 2023 culminó años de apoyo a un país donde millones han vivido como refugiados o desplazados.

A través de estas crisis, Francisco insistió en un mensaje central: los migrantes no son números sino personas con dignidad inherente. “Un migrante no es más ni menos humano según su lugar de origen o estatus legal,” afirmó en Marruecos en 2019, desafiando a la comunidad internacional a contrarrestar la “cultura del descarte” con una “cultura de encuentro” que reconozca en cada extranjero a un hermano.

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