En el auditorio de la Fundación Sales, voces de la ciencia y del arte se encontraron un escenario común. La presentación del reconocido científico argentino Gabriel Rabinovich tejió un relato donde la investigación sobre el cáncer y la creación artística compartieron espacio y sentido.
El cónclave también reunió a la investigadora del Conicet experta en cáncer de mama Claudia Lanari y a la artista visual Carolina Carubin.
Durante la jornada, el auditorio ofreció un marco diferente para la divulgación científica, con participación activa de los asistentes. “La ciencia nos ayuda a pensar en soluciones posibles, pero también a compartir incertidumbres y desafíos”, planteó Rabinovich. Anteriormente, el experto logró desentrañar uno de los mecanismos más complejos del cáncer: cómo los tumores logran escapar al sistema inmune y crear nuevas vías para alimentarse y crecer.
Rabinovich destacó en el encuentro que “el intercambio con otros campos impulsa nuevas maneras de abordar problemas complejos”. Lanari aportó una visión sobre el trabajo en equipo: “Las preguntas creativas nacen muchas veces de las experiencias compartidas”.
Entre los testimonios surgió la importancia de encontrar puntos en común entre las distintas disciplinas. Carubin relató que las piezas textiles expuestas se inspiraron en relatos personales y desafíos de familias atravesadas por diagnósticos de cáncer. “El arte funciona como un eco. Traducimos emociones que existen en cada persona, sea paciente, médico o familiar”, explicó la artista a los presentes.
A partir de este clima de intercambio, los científicos y la artista coincidieron en la necesidad de entornos propicios para la experimentación y la mirada creativa.
La Organización Mundial de la Salud (OMS) estima que el cáncer figura entre las principales causas de mortalidad en el mundo. Se trata de un conjunto de enfermedades caracterizadas por el crecimiento descontrolado de células anómalas que invaden tejidos y órganos. En los últimos años, los esfuerzos de la investigación se focalizaron en desarrollar estrategias específicas y menos invasivas. Rabinovich es una referencia ineludible en este ámbito.
En ese sentido, el recorrido personal de Rabinovich refleja el camino de las vocaciones científicas en el país. Creció en Córdoba, en el ambiente de una farmacia familiar, donde observaba a sus padres atender con dedicación tanto a pacientes como a clientes. La frase de Carl Sagan regalada por su hermana —“sea cual fuere el camino que sigamos, nuestro destino está indisolublemente ligado a la ciencia, porque la posibilidad de comprender la ciencia nos da placer, posibilidades de sobrevivir y de transformar la sociedad”— quedó grabada en su memoria como motor para buscar un sentido de contribución.
Años después, con una sólida formación en la Universidad Nacional de Córdoba, Rabinovich emigró a Inglaterra tras completar su doctorado. Pero regresar a la Argentina representó la decisión de transformar ese conocimiento en avances concretos para la sociedad.
Según contó Rabinovich en el evento, el gran aporte con su equipo surgió al estudiar una proteína poco conocida: la galectina-1. Descubrieron que los tumores producen esta molécula en grandes cantidades para eliminar linfocitos T, las células especializadas en identificar y combatir amenazas anómalas en el organismo.
“Postulamos la hipótesis de que la galectina-1 eliminaba linfocitos T en condiciones normales, pero el tumor la utilizaba como un mecanismo de contraataque”, explicó el investigador. Fue un verdadero cambio de paradigma: el tumor no solo intentaba crecer sino defenderse activamente de los intentos del sistema inmune por eliminarlo.
En los laboratorios del CONICET y la UBA, los experimentos comprobaron que diferentes tipos de cáncer presentaban niveles elevados de galectina-1 a medida que se volvían más agresivos. Bloquear esa proteína permitió restaurar la capacidad de los linfocitos para atacar el tumor y a la vez privó al cáncer del acceso a nutrientes esenciales limitando la formación de vasos sanguíneos.
El siguiente desafío fue lograr que esos hallazgos llegaran a la vida cotidiana de los pacientes. Así nació Galtek, una empresa de base tecnológica armada junto a colegas y bajo la supervisión de normas GMP, para diseñar un anticuerpo monoclonal que neutralice la galectina-1. El propósito es desarrollar dos productos: uno destinado a tratar el cáncer y otro, un agonista, pensado para modular enfermedades autoinmunes.
“Nuestra idea es llegar a los primeros ensayos clínicos en pacientes en los próximos años, si las autoridades regulatorias lo permiten”, compartió Rabinovich durante el encuentro.
La travesía para conseguirlo incluyó desafíos científicos—la generación de un anticuerpo específico y eficaz—y obstáculos financieros y regulatorios, propios de toda innovación radical. “Muchas veces los obstáculos son financieros. Los grandes equipos que están en lugares como Harvard o el MIT, son costosos. Por eso las fundaciones nos ayudan a tratar de conseguirlos”, aclaró.
Durante la última década, la inmunoterapia revolucionó el abordaje de cánceres que, hasta hace poco, carecían de opciones efectivas. La aprobación de anticuerpos monoclonales que desbloquean la respuesta inmunológica, conocidos como inhibidores de puntos de control, permitió prolongar la vida de pacientes con melanoma, pulmón y otros tumores resistentes a quimioterapia tradicional.
Este enfoque, distinguido con el Premio Nobel de Medicina en 2018, demostró que el propio organismo puede recuperar su poder defensivo bajo ciertas condiciones. Si bien las tasas de respuesta todavía varían según tipo de tumor, la combinación de técnicas de inmunoterapia y terapias dirigidas, como las que explora el laboratorio de Rabinovich, amplía las perspectivas para quienes enfrentan diagnósticos adversos.
El trabajo de Rabinovich y su equipo recibió premios como el Konex de Brillante al científico más destacado de la década, el Bunge y Born, el Bernardo Houssay y la distinción como investigador sobresaliente de la Nación. Además, la Fundación Sales —que este año celebra 49 años apoyando la investigación científica— fue un actor clave para sostener a los equipos en el país. “No es que ahorrando en ciencia vamos a solucionar la pobreza o el sistema jubilatorio. La inversión en ciencia es muy pequeña en el presupuesto y logra transformar muchas realidades”, afirmó el investigador ante Infobae.
La trayectoria de Claudia Lanari ofrece un ejemplo complementario. Pionera en sugerir que la hormona progesterona podía incidir en el cáncer de mama —cuando la hipótesis dominante solo consideraba el estrógeno—, Lanari desarrolló líneas terapéuticas alternativas en colaboración con universidades internacionales.
“No me gusta la palabra ‘cura’. Lo importante es el tratamiento y la calidad de vida. Para hablar de un tratamiento exitoso, cada tipo de tumor exige criterios diferentes”, explicó la investigadora a Infobae. Remarcó, además, la importancia de la creatividad en la investigación científica y la necesidad de ambientes que permitan a los equipos descubrir y pensar de maneras no convencionales.
Testigos de la jornada, las obras de Carolina Carubin aportaron un contraste y un puente a la vez. Sus piezas textiles —llamadas “Supervivencia”, “Crías”, “Lactarium”— se inspiran en el cuerpo femenino y los cambios de la maternidad. “Las redes representan úteros o nidos que cobijan y dan lugar a seres en gestación”, relató la artista visual. El proceso creativo emerge desde la observación y la memoria, inspirado por materiales que remiten a historias personales de cuidado y vínculo.
En la última parte del encuentro, Gabriel Rabinovich reafirmó la función social y humana de la ciencia: “La ciencia nos sirve para vivir mejor, para transformar, para dar oportunidades. Lo que vivimos hoy es gracias a la ciencia y a los que investigan, crean y sueñan”.
En Argentina, donde muchos jóvenes científicos deben emigrar por falta de financiamiento y oportunidades, el esfuerzo de instituciones y donantes privados —como la Fundación Sales, que apoya a equipos de renombre internacional y colabora con Harvard y Sídney— marca la diferencia cotidiana.
La jornada unió la lógica rigurosa de los experimentos y la intuición creativa del arte. Científicos y artistas mostraron en conjunto que el deseo de comprender y transformar el mundo atraviesa distintos lenguajes, pero responde a la misma búsqueda: encontrar respuestas para quienes esperan nuevas oportunidades.
*Fotos: Gustavo Gavotti