
Los tiempos cambian y las industrias deben adaptarse, paso en todos los ámbitos, por eso el vino no es la excepción. Ante una coyuntura desafiante, al menos desde el punto de vista comercial, dada por la situación económica de los últimos años, los protagonistas del vino deben buscar alternativas. Por un lado, desde las bodegas, grandes, medianas y chicas, ver cómo hacer para no seguir cediendo consumo, ya que las tendencias son elocuentes; la gente está tomando cada vez menos vinos.
Claro que eso no le pasa salo al vino, sino que es algo generalizado para todas las bebidas alcohólicas. Sobre todo, a mano de las nuevas generaciones que, al parecer, están más enfocadas en el fitness que en los disfrutes alrededor de la mesa.
Sin embargo, al mismo tiempo, las bodegas se lucen con los mejores vinos de la historia, permitiendo elevar el placer de los consumidores. En definitiva, se toma menos, pero mejor, podría ser un buen resumen de la situación, aunque seguramente no sea suficiente, ya que, para la mayoría de las bodegas, el 2025 que se está terminando, fue el peor año en ventas de los últimos veintitrés. Esto, seguramente, derivará en un reacomodamiento de la oferta, que hará sufrir a varias bodegas. No obstante, no todas están pasando por lo mismo.

Porque las que vienen haciendo bien las cosas desde hace varios años, logran sortear muy bien esta situación, sin perder protagonismo. Quizás sí, dejen algo de rentabilidad en el camino. Pero lo importante en el vino es no “caerse” de la mente del consumidor. Esto explica, en gran parte, que signa surgiendo novedades alrededor del vino. Y esto se da porque la industria es dinámica y no se puede quedar de brazos cruzados esperando o mirando pasivamente qué pasa. Porque en breve (febrero), comenzará la próxima cosecha de uvas, y ya hay que hacer lugar en las bodegas, especialmente en los tanques y vasijas, para la llegada de los nuevos vinos.
Esto implica que hay que fraccionar. Y, a su vez, esto significa que hay que hacer lugar en la estiba (depósito de botellas), para poder colocar las nuevas botellas. Y, por ende, esas de la estiba, ir al mercado. Pero cuando estas no se venden al ritmo necesario, se suceden los contratiempos y es ahí donde comienzan las dificultades.
Pero el vino sigue. Y si lo hace es gracias a que la calidad mejora año tras año, más allá de la marcha climática que, como se sabe, influye mucho sobre la calidad de la uva y los vinos finales.

Sin embargo, hay algo que motiva más a la industria de cara a lo que viene, y son las experiencias que se pueden ofrecer alrededor del vino. Para muchos, ahí está la clave. Pero no solo en el enoturismo sino también en la vida cotidiana de los consumidores. Porque el vino sigue ampliando su “participación” en la vida de los argentinos, aunque esto no implique necesariamente más ventas. Porque antes, los vinos solo se disfrutaban alrededor de las mesas, ya sea en las casas o en los restaurantes. Pero hoy, hay degustaciones, ferias de vinos, eventos con DJs y el vino como protagonista, o con personajes de distintos rubros (astrología, literatura, arte, etc.) en los que se combina cada actividad lúdica con vinos.
También se han multiplicado los menús maridados en los que cada paso de la comida viene acompañado de un vino diferente y hasta se han inventado juegos con vinos para jugar en las casas. Es decir, que el vino ha logrado trascender la mesa y posicionarse, además de cómo un buen compañero de la comida, como un gran entretenimiento.
Y en esta nueva etapa del vino, mucho tuvo que ver el auge del enoturismo, porque esa allí donde surgen las actividades más entretenidas alrededor del vino. Se trata de las famosas experiencias, las cuales, después de la pandemia, se han convertido en el nuevo lujo que cada uno se puede dar, en la medida de sus posibilidades. Ya que vivir la experiencia ha adquirido un valor mucho más importante de qué tenía apenas unos años atrás.
Y, entre tanta propuesta entretenida en las bodegas, ha surgido una nueva tendencia que está causando furor entre los enófilos; la posibilidad de ser propietario de unas pocas plantas (vides), de donde provienen las uvas para elaborar un vino personalizado. Y es ese “nuevo sentido de pertenencia” que está atrayendo y entusiasmando a una gran cantidad de consumidores.

En el mundo del vino están los productores de uvas (viñateros) y las bodegas. Claro que muchas de estas poseen viñedos propios, pero son mayoría los productores de uva que están destinados a venderles su producción, por no tener un establecimiento vinícola (bodega).
Pero esta nueva tendencia no es para esos empresarios exitosos que vieron en el vino un producto elitista que le suma imagen a su portfolio, más allá del resultado del negocio. El auge de las mini parcelas se está dando, porque es la mejor manera de pertenecer al mundo del vino. De convertirse en “productor” sin llegar a serlo del todo. Pero es tan grande el significado que tiene el origen de la uva en el vino, que se ha convertido en la mejor excusa para atraer a muchos consumidores, que lo ven como una nueva oportunidad y una manera innovadora de seguir disfrutando de la noble bebida.
Estas mini parcelas de viñedos se pueden comercializar en acciones, lo cual hace más fácil su intercambio, en el caso de que alguien las quisiera vender. También hay modelos de parcelas más grandes (digamos más de 1 hectárea) en la cual ya se hace una escritura. Y si no se puede escriturar, porque no se puede subdividir el viñedo, se participa de un fideicomiso. Pero más allá de las formalidades, lo importante acá es ser “dueño de una viña”, pero no para ostentar, sino para sentirse parte.

Una mini parcela puede ser desde 36 plantas y llegar a costar alrededor de usd 15.000 e incluye más de 100 botellas de vino personalizado al año, durante veinte años. Estos valores y cantidades de plantas o superficie de viñas varían en función al lugar y al modelo de negocio propuesto. Pero lo más importante no está ahí, sino en la posibilidad que esos viñedos permitan de vivir experiencias a los propietarios. Y, para ello, la cercanía con lugares turísticos o muy concurridos, como la Ciudad de Buenos Aires, es clave, ya que garantiza el flujo de visitas.
Y hoy, gracias a los avances en vitivinicultura, hay viñedos en Campana, Mercedes, Madariaga, Chapadmalal y Balcarce, por solo nombrar los más cercanos a CABA y a la Costa Atlántica. Así, los socios o propietarios pueden ir a estos lugares y disfrutar de las instalaciones con beneficios exclusivos. Descuentos en el restaurante, una cava disponible para hacer eventos privados, eventos a medida como día de poda o cosecha en familia. Y, las propuestas más completas, cuentan con bodega propia, clave para que los propietarios puedan participar de todo el proceso productivo de sus propios vinos. Es decir, pueden degustarlos recién fermentados o durante el período de crianza en barricas, y poder interactuar “su” enólogo en todo momento.

Disfrutar un día de campo rodeado de las viñas que dan la uva para el vino propio es un placer único para muchos, y más lo es poder compartirlo con los suyos. Por eso, no se trata de cantidades y calidades, sino más bien de propuestas que transmitan la esencia del vino y el sentido de pertenencia y que, fundamentalmente, se pueda compartir fácilmente. Porque si el viñedo queda lejos del hogar del propietario, entonces el disfrute será más esporádico y compartirlo con el grupo de pertenencia se complica.
Queda claro que nadie, ni siquiera los propietarios de las bodegas más importantes del país, beben solamente sus vinos. Por lo tanto, esto no atenta contra el consumo de las bodegas, sino que al contrario lo potencia. Porque propone una nueva dimensión del disfrute del vino, del cual no solo es protagonista el propietario, sino también los que lo rodean. Y son esas experiencias las que potencian el placer del vino, fomentando así ganas de disfrutarlo más seguido.