
(Desde Jerusalén, Israel) El ataque preventivo de Israel a Irán para destruir su proyecto nuclear se transformó en una ofensiva militar que erosiona la estabilidad política del líder religioso Ali Khamenei.
El régimen chiita no pudo contener la avanzada bélica de Israel, que en 60 horas anuló la cadena de mandos de las Fuerzas Armadas, canceló a una docena de científicos vinculados a su iniciativa atómica, destruyó el sistema de defensa aérea, explotó las refinerías de petróleo y gas, bombardeó los laboratorios que enriquecen uranio, saboteó las fábricas de misiles y drones, y mantuvo despierta y aterrada a Teherán y sus barrios cercanos.
Khamenei siempre se jactó de contar con las operaciones terroristas de Hamas, Hezbollah y los Huties, pero estos grupos fundamentalistas aportaron muy poco a la réplica de Irán contra Israel.
No es que el líder religioso chiita definió un repliegue táctico en Gaza, Líbano o Yemen: sus proxies terroristas fueron diezmados por las Fuerzas de Defensa de Israel (FDI), que están apoyadas por Estados Unidos y la OTAN.

A la ausencia de soporte terrorista desde las organizaciones que ha financiado desde hace años, Khamenei se encuentra sin un respaldo explícito en Medio Oriente.
Egipto, Qatar, Arabia Saudita, Emiratos, Líbano y Siria sólo cuestionaron a Israel desde la formalidad diplomática. Pero no han ejecutado un mínimo movimiento diplomático para respaldar a Teherán o convocar a una cumbre de la Liga Árabe para debatir la crisis regional.
Y afuera de Medio Oriente, Khamenei se quedó con el sinuoso respaldo de China y la monserga autocrática de Venezuela, Cuba y Corea del Norte, Vladimir Putin, después de hablar con Donald Trump, jugará como arbitro por sus contactos en Jerusalén y Teherán.
Benjamín Netanyahu justificó el ataque preventivo a Irán para terminar con su proyecto nuclear, que tiene como principal objetivo construir bombas atómicas y condicionar al resto de los estados árabes.
La ofensiva bélica del premier israelí es apoyada por Estados Unidos -aunque no esté explicitado-, y consentida por Líbano, Irak, Siria y Jordania, que no han cuestionado que los aviones de Israel utilicen sus espacios aéreos para llegar a Irán y atacar sus blancos tácticos.
Netanyahu inició una guerra con Irán que puede cambiar el tablero geopolítico de Medio Oriente con la eventual caída de Khamenei.
Y todos los jugadores regionales más los protagonistas clave de Europa y Estados Unidos, ya aportan lo necesario para ese inesperado change game.

Hoy inicia una cumbre del G7 en Alberta, y es muy probable que en su comunicado final haya un apoyo diplomático de Estados Unidos, Canadá, Francia, Italia, Reino Unido, Alemania y Japón al ataque preventivo de Israel.
El G7 siempre osciló entre controlar y aniquilar el proyecto atómico de Irán, y Netanyahu está haciendo el trabajo que las democracias más poderosas de Occidente no han podido realizar en los últimos 10 años.

Junto al apoyo tácito de ciertos Estados árabes, la Unión Europea y Estados Unidos, Israel despliega su potencial bélico tratando de causar estragos mínimos en la sociedad civil de Irán.
Hay muertes inocentes, inevitables ante la magnitud de la operación militar, pero Netanyahu fue explícito al ordenar que los blancos asignados no pueden causar una masacre civil.
Esta es una diferencia fundamental con el plan bélico de Khamenei. Irán lanza misiles sobre la población en Tel Aviv, barrios aledaños y Jerusalén. El líder chiita intenta preservar su poder interno, y no tiene líneas rojas.
Netanyahu pretende unir el respaldo internacional con la implosión doméstica que puede causar los costos propios de una guerra que complica la vida cotidiana en Irán.
Ese es el plan del primer ministro de Israel.
Una hoja de ruta geopolítica que ya fue avalada por la Casa Blanca y tiene la aceptación tácita de las naciones petroleras más influyentes de Medio Oriente.