El absoluto rechazo de Mario Vargas Llosa al autoritarismo

hace 3 días 2
Mario Vargas Llosa (EFE)Mario Vargas Llosa (EFE)

Sus modales eran impecables. Esa fue la primera impresión que Mario Vargas Llosa causó en los demás. Era cortés y cordial, y su fluida conversación se veía interrumpida por el tic de una risa nerviosa. Sin embargo, como muchos grandes racionalistas, bajo esa pulida superficie se escondía un hombre apasionado.

En su caso, era una pasión por la libertad: cultural, política y personal. De ahí surgieron los temas centrales de muchas de sus novelas: la lucha del individuo contra la dictadura y la tentación de la utopía, mortal cuando se aplicaba a la política (como tan a menudo lo era en Latinoamérica). En ese campo, no solo fue un observador agudo, sino también un participante fallido.

Descubrió la política a los 12 años, cuando el general Manuel Odría derrocó a un gobierno democrático en Perú encabezado por un primo de su abuelo materno. Esto contribuyó a su odio a los dictadores durante toda su vida. Lo mismo hizo su padre autoritario y abusivo. No fue hasta los diez años que Mario, criado por numerosos familiares maternos, se enteró de que su padre no había muerto, sino que había abandonado a su esposa e hijo.

El niño ya sabía que quería ser escritor. Su padre, a su regreso, lo envió a la academia militar de Lima, con la esperanza de que le sacara la literatura. Encaramado sobre el Pacífico en un acantilado brumoso, su claustrofobia húmeda y su sádico acoso le dieron su primera novela, titulada en inglés “El tiempo del héroe” (”La ciudad y los perros”, en español). A los 26 años, se catapultó al grupo de talentosos escritores latinoamericanos que alcanzaron la fama en las décadas de 1960 y 1970, entre ellos Gabriel García Márquez y Carlos Fuentes. Al igual que García Márquez, más tarde ganó el Premio Nobel. Pero su estrecha amistad terminó en una pelea, por mujeres, dijo mucho después. Pasión, siempre pasión.

Al salir de la escuela, trabajó como reportero novato en un tabloide limeño, cubriendo sucesos y frecuentando antros de mala muerte. Eso le proporcionó material para “Conversación en la Catedral”. Ambientada durante el gobierno de Odría, era una feroz crítica a la dictadura, en la que el poder descontrolado desataba la degradación moral y la perversión sexual. Al igual que “La ciudad y los perros”, llevaba lo que se convertiría en su sello estilístico: una narrativa que alternaba entre múltiples historias, escrita con la precisión de un artesano. Fue un tema que retomó en “La fiesta del chivo”, sobre el desgobierno, la tortura y la depravación sexual de Rafael Leónidas Trujillo, dictador de la República Dominicana. En “La guerra del fin del mundo” abordó la búsqueda de la utopía a través del prisma de una rebelión del sertón en el noreste de Brasil en la década de 1890.

Sus inspiraciones fueron Jean-Paul Sartre, William Faulkner y, sobre todo, Gustave Flaubert, de quien aprendió a ser obsesivamente cuidadoso con la forma, la escritura y la estructura. Al igual que Flaubert, consideraba la literatura una vocación seria. Y, como escritor realista, investigaba a fondo sus novelas. Aunque parecía un playboy latinoamericano, era un trabajador incansable y disciplinado. Cada mañana se levantaba temprano, salía a caminar y luego se sentaba a escribir durante varias horas. Por las tardes, corregía. Bebía poco, aunque hacia el final disfrutaba de largos almuerzos con amigos y de un buen Rioja español.

Su producción fue prodigiosa: 20 novelas, varios libros de ensayos, obras de teatro y relatos. De 1990 a 2023, escribió una columna quincenal en El País, un periódico español. También escribía con humor, en libros como “La tía Julia y el escribidor”, una farsa hilarante, o la comedia negra “La niña mala”, una sátira velada sobre lo que él consideraba la violación de Perú por parte de Alberto Fujimori, su gobernante autoritario en la década de 1990. También fue el crítico literario más perspicaz del mundo hispanohablante, publicando ensayos no solo sobre Flaubert, sino también sobre la novela y sobre los escritores indígenas peruanos.

La política nunca estuvo lejos. En su búsqueda de la libertad, primero abrazó la revolución cubana y luego la rechazó, porque sofocaba la libertad cultural. Desilusionado, emprendió un largo camino hacia el liberalismo, acelerado por vivir en Inglaterra bajo el reinado de Margaret Thatcher, a quien conoció y admiró. En Latinoamérica, donde la clase intelectual tiende a la izquierda radical, esta fue una postura valiente que le granjeó enemigos. La puso en práctica en Perú: cuando un presidente izquierdista intentó nacionalizar la banca, se lanzó a una campaña quijotesca y exitosa para detenerla. Eso lo llevó a postularse a la presidencia en 1990. Su incomodidad con la presión de la campaña era palpable. Perdió contra Fujimori.

Algunos amantes de sus novelas detestaban sus columnas políticas. Pero él creía que los fracasos de la extrema izquierda estaban presionando a Latinoamérica hacia él. Se convirtió en una especie de conciencia, para Perú y para la región. El liberalismo no solo era concomitante con la democracia progresista, sino que también implicaba aceptar que uno podía estar equivocado.

El mismo principio se aplicó a su propia vida. Quizás debido al trauma del rechazo de su padre, se casó dos veces con miembros de la familia extensa de su madre. En 2015, dejó abruptamente a Patricia, su esposa de 50 años y prima hermana, por Isabel Preysler, una anciana socialité hispano-filipina. Ella era un pilar de ¡Hola!, una revista de chismes que él había criticado duramente en un ensayo. La aventura fue un error. En sus últimos años, con la mente apagada, regresó con Patricia y a la casa que compartían (para entonces en pisos separados) con vistas al mar en el distrito limeño de Barranco.

Desde sus veinte años vivió principalmente en Europa. Fue el escritor latinoamericano más universal. Odiaba el nacionalismo tanto como el comunismo. Pero estaba profundamente apegado a su país. Perú, escribió, era para él una especie de enfermedad incurable de la que no podía librarse. Su última novela, publicada en 2023, “Le dedico mi silencio”, fue una reflexión agridulce sobre su país, dedicada a Patricia.

El protagonista del libro es un periodista fracasado que sueña con unir a su país a través de la canción criolla, un elegante estilo musical peruano. Es una utopía, pero benigna, que expresa la rica creatividad cultural del Perú. De ella, él fue el ejemplo más destacado.

© 2025, The Economist Newspaper Limited. All rights reserved.

Leer artículo completo