
Durante años, el debate sobre la influencia de las emociones en la política fue extenso. Sin embargo, un reciente estudio psicológico de la Washington University in St. Louis desafió las ideas tradicionales al posicionar la ira, y no el miedo, como la emoción decisiva tras cambios en actitudes políticas ante situaciones de amenaza.
Este descubrimiento, comprobado a través de experimentos con más de 2.000 participantes, permitió comprender fenómenos como el aumento del apoyo a políticas conservadoras en Estados Unidos tras los atentados del 11 de septiembre de 2001.
La investigación, publicada en el Journal of Experimental Psychology: General y dirigida por Alan Lambert, profesor asociado de ciencias psicológicas y cerebrales en la Washington University in St. Louis, partió de un escenario histórico claro: después del 11-S, la aprobación del presidente George W. Bush subió 39 puntos, alcanzando el 90%. Además, se consolidó el respaldo hacia medidas de seguridad nacional como la Ley Patriota.

Hasta ese momento, la explicación dominante atribuyó estos cambios al miedo, bajo la creencia de que en tiempos de incertidumbre las personas buscan protección y dirigentes fuertes. No obstante, el equipo de Lambert decidió identificar con precisión qué emoción provocó estos giros en la opinión pública mediante una evaluación directa.
En esta línea, los investigadores diseñaron tres experimentos en colaboración con Fade Eadeh, de la Universidad de Seattle. En primer lugar, los participantes leyeron una noticia sobre un ataque terrorista o, en el grupo de control, un texto neutral sobre intolerancia alimentaria. Posteriormente, evaluaron a un político que defendía una respuesta militar o diplomática frente al terrorismo.

En el segundo experimento, se recordó a los participantes la amenaza terrorista mediante diferentes enfoques —justicia o seguridad—, o bien se les presentó un texto no relacionado.
A continuación, el tercer estudio solicitó a los voluntarios indicar qué elementos del terrorismo originaban ira o miedo, o redactar sobre una cuestión irrelevante. Así, en los dos últimos experimentos, los participantes también valoraron distintas políticas, tanto relacionadas como desvinculadas del terrorismo islamista, para medir la especificidad de los cambios de actitud.
Los resultados resultaron consistentes en los tres experimentos: la ira, y no el miedo, se asoció de forma directa con un desplazamiento hacia posturas políticas más conservadoras tras una amenaza. Sin embargo, ese efecto se limitó a temas identificados con la amenaza percibida.
Por ejemplo, la indignación motivada por el terrorismo incrementó el respaldo a políticas militares agresivas contra grupos islamistas, pero no alteró las opiniones sobre cuestiones como el aborto, el papel de las grandes empresas o la inmigración mexicana.

De igual modo, el análisis mostró que la ira logró generar cambios hacia posiciones liberales cuando la amenaza involucró áreas donde los liberales resultaron considerados competentes, como la sanidad o el medio ambiente. En estos casos, la emoción condujo a los participantes a respaldar iniciativas progresistas, siempre vinculadas al tema particular de la amenaza.
A este respecto, Alan Lambert afirmó a la Washington University in St. Louis que la ira representa una de las pocas emociones ligadas a la tendencia a actuar, lo que empuja a las personas a buscar represalias en vez de replegarse.
“La ira es un candidato más viable para explicar este tipo de efectos”, indicó Lambert, quien agregó: “Quieren venganza, quieren castigar a los responsables, y ese impulso se originó principalmente por la ira”.

Por su parte, Fade Eadeh señaló a la misma universidad la complejidad del fenómeno al advertir: “A veces, las opiniones políticas y las políticas públicas pueden ser la respuesta a ciertas amenazas. Pero es posible que algunas amenazas generen polarización mientras que otras no tengan un impacto político claro”.
En suma, las conclusiones del estudio de la Washington University in St. Louis abren una línea de interrogantes sobre el futuro de la polarización política. El equipo proyecta investigar si determinadas amenazas podrían reforzar aún más las creencias preexistentes, intensificando tanto las posturas liberales como las conservadoras.