
“Escuché el Concierto para la mano izquierda por primera vez a los 14 años. Me dejó absolutamente impactado. Nunca había oído algo parecido”. Con estas palabras, el pianista británico Nicholas McCarthy —nacido sin la mano derecha— describió su primera experiencia con la obra de Ravel, según consignó en una entrevista con Bachtrack en marzo de 2025.
La pieza, compuesta para Paul Wittgenstein, marcó un punto de inflexión en la historia del piano: surgida a partir de una herida de guerra, se convirtió en símbolo de renovación creativa y resiliencia artística.
Paul Wittgenstein nació en 1887 en Viena, en una de las familias más influyentes del Imperio austrohúngaro. Su padre era un poderoso industrial del acero; y su hermano, Ludwig, se convertiría en uno de los filósofos más relevantes de la modernidad. En ese entorno, la música y las artes eran centrales.
Desde joven, Paul se formó con maestros de prestigio como Theodor Leschetizky y Josef Labor, y asistió a veladas musicales donde participaban Gustav Mahler, Johannes Brahms y Richard Strauss. En 1913 debutó como pianista profesional. Su carrera prometía consolidarse, pero al año siguiente estalló la guerra.
Reclutado por el ejército austrohúngaro, Wittgenstein fue herido en combate y perdió el brazo derecho. Capturado en el frente oriental, fue enviado a un campo de prisioneros en Siberia. Allí, según relató The Guardian, trazó sobre una caja las teclas de un piano y comenzó a practicar con la mano izquierda, negándose al silencio impuesto por su nueva condición.

Más tarde, logró ser trasladado a un campo donde había un piano real. Allí empezó a experimentar con una técnica adaptada, en un repertorio casi inexistente para una sola mano.
De regreso en Viena en 1915, Wittgenstein decidió convertir su limitación física en un motor artístico. Encargó nuevas obras y adaptó piezas existentes. Su maestro, Josef Labor, compuso especialmente para él, y lo mismo harían más adelante figuras como Richard Strauss, Paul Hindemith, Benjamin Britten, Erich Wolfgang Korngold, Franz Schmidt y Sergei Prokofiev.
El objetivo era ambicioso: no se trataba de piezas anecdóticas, sino de obras capaces de rivalizar en riqueza con las escritas para dos manos. Aprovechó la fuerza del pulgar izquierdo para proyectar melodías con claridad, y el pedal de resonancia para dar plenitud al sonido. El resultado era una ilusión auditiva: una sola mano que sonaba como varias.
Wittgenstein no aceptaba cualquier obra. Rechazó, por ejemplo, el Cuarto Concierto de Prokofiev, al que consideró incoherente. Incluso, modificó partituras según su criterio interpretativo, lo que generó tensiones con algunos compositores.

En este escenario, el encargo más célebre fue el Concierto para la mano izquierda en re mayor, de Maurice Ravel. Impactado por el desafío que enfrentaba Wittgenstein, el compositor francés postergó otros proyectos y dedicó nueve meses a escribir la obra.
El estreno se realizó en Viena en 1932, con Wittgenstein como solista. Ravel no asistió, pero al escuchar la interpretación, expresó su disconformidad por los cambios que el pianista había introducido en la orquestación.
Tras un intercambio tenso, Wittgenstein accedió a respetar la partitura original. En 1933 ambos coincidieron en París para una interpretación que selló la reconciliación artística. La crítica la calificó como “un triunfo de ingenio y arte”.
El ascenso del nazismo lo obligó a emigrar en 1938. Aunque su familia se había convertido al cristianismo generaciones atrás, fue clasificado como judío por las leyes raciales. Se instaló en Estados Unidos, donde continuó su labor como intérprete y docente. En 1957 publicó estudios técnicos para el desarrollo de la mano izquierda. Y, cuatro años más tarde, falleció en Nueva York en 1961.

Muchas de las obras que le fueron dedicadas no llegaron a estrenarse en vida. Su rigor y exclusividad eran conocidos: prefería guardar partituras antes que ceder el control sobre su interpretación.
Hoy existen más de 3.000 obras escritas para mano izquierda. El legado de Wittgenstein no se limita a una técnica alternativa: inauguró un campo artístico legítimo, complejo y exigente. Pianistas como Nicholas McCarthy, que continúan su camino, insisten en que su historia es clave para entender cómo la música puede expandirse desde la limitación.
Obras como el Concierto para la mano izquierda de Ravel, los Diversions de Britten o el Concertino de Bohuslav Martinů forman parte de un repertorio que antes parecía imposible. Ya no son una curiosidad, sino un espacio vivo dentro de la música clásica.
La historia de Paul Wittgenstein muestra cómo la creación puede florecer incluso desde la pérdida. Su aporte permitió que miles de músicos —con y sin discapacidad— encontraran una voz en un escenario que parecía cerrado.