
Brad Dourif, el actor que durante décadas encarnó a algunos de los personajes más inquietantes y memorables del cine y la televisión, decidió poner fin a su carrera. Conocido tanto por su papel en Atrapado sin salida como por dar voz al infame muñeco Chucky, el intérprete de 75 años reflexionó en una entrevista concedida a The Guardian desde su hogar en Nueva York sobre el peso de una vida dedicada a los personajes oscuros, la presión de la industria y la satisfacción de haber dejado una huella indeleble en la cultura popular.
La carrera de Brad Dourif comenzó con un impacto inmediato en la industria cinematográfica. Su interpretación de Billy Bibbit, un joven vulnerable con una tartamudez severa en Atrapado sin salida (1975), le valió un Globo de Oro, un BAFTA y una nominación al Óscar como mejor actor de reparto. Tenía solo veinticuatro años cuando Miloš Forman lo eligió para ese papel, tras descubrirlo en una obra de teatro en Nueva York. Prepararse para encarnar a Bibbit implicó ejercicios de tartamudez en situaciones cotidianas de estrés, lo que contribuyó a la autenticidad de su actuación.

A lo largo de los años, Dourif consolidó su reputación como actor de personajes, una categoría que, según sus propias palabras, definió los límites de su potencial en la industria. “Se hizo evidente que era un actor de personajes, y desde luego no iba a ser una estrella. Pero, bueno, iba a tener una carrera”, afirmó. Su versatilidad quedó expuesta en papeles como el excéntrico predicador Hazel Motes en El profeta del diablo (1979) y el honorable Doc Cochran en la serie Deadwood, por la que fue nominado a un Emmy.
Entre sus personajes más recordados figuran Gríma Lengua de Serpiente en El señor de los anillos: las dos torres, el Asesino Géminis en El exorcista III y el extraño Piter de Vries en Duna de David Lynch. Pero fue su trabajo como la voz de Chucky, el muñeco asesino de la saga Chucky, el que lo convirtió en un ícono del cine de terror. Durante más de treinta años, Dourif prestó su voz al personaje, participando en siete secuelas, una serie de televisión y otros proyectos relacionados.
Además de su labor en el cine, también se desempeñó como profesor de interpretación en la Universidad de Columbia, donde enseñó a directores a trabajar con actores. Esta experiencia le permitió comprender mejor las necesidades de los directores y perfeccionar su propio enfoque actoral.

El retiro de Brad Dourif fue el resultado de un proceso prolongado de desgaste emocional y profesional. El actor explicó que tras una producción teatral en 2013 junto a su hija Amanda Plummer, comenzó a cuestionarse si deseaba continuar actuando. “Llegué a un punto en el que, si alguien me ofrecía algo, solo sentía un vacío”, confesó. El entusiasmo fue reemplazado por el cansancio y la falta de motivación.
La presión de la industria y la naturaleza de los personajes que interpretaba también influyeron en su decisión. “Fue una vida llena de presión. Y la presión se acumula, incluso cuando todo marcha bien”, declaró. Aunque actualmente se encuentra en una situación económica estable, admitió que no siempre fue así y que, como actor de personajes, no percibía ingresos comparables a los de una estrella de Hollywood.
El actor reconoció que, con el tiempo, le resultaba más difícil desprenderse de los papeles oscuros. “Durante la mayor parte de mi vida, podía salirme del personaje sin pensarlo dos veces. Pero con el tiempo, lo que pasó fue que mis amortiguadores desaparecieron y las cosas persistieron”, explicó. La excepción fue Chucky, un personaje que, pese a su naturaleza siniestra, no le generaba malestar emocional.

Recordó con particular impacto su experiencia en Mississippi en llamas (1988), donde interpretó a un policía racista. El papel lo llevó a una profunda depresión que duró varios años, hasta que una película de Wim Wenders lo ayudó a recuperar el equilibrio. Finalmente, Dourif pidió a su agente que no le ofreciera más villanos: “Si es un mal tipo, no me interesa. Interpreté demasiados y no me gusta cómo me siento después”.
Durante su carrera, Brad Dourif trabajó con figuras destacadas del cine. Su relación con Miloš Forman fue crucial en sus inicios, mientras que su colaboración con David Lynch marcó otra etapa importante. Lynch lo dirigió en Duna y Terciopelo azul, y Dourif lo describió como “un genio desquiciado y una de las personas más encantadoras que podrías conocer”. Destacó su capacidad para dirigir actores como si fueran pinceladas en un lienzo, y su entusiasmo casi infantil por la creación artística.

Compartió también experiencias memorables con otros actores. Durante el rodaje de El Señor de los Anillos en Nueva Zelanda, mantuvo una conversación con Ian McKellen mientras observaban el paisaje. McKellen comentó: “Por eso tenemos suerte de ser actores”. Para Dourif, esos momentos de camaradería fueron de los más gratificantes de su carrera.
En el ámbito familiar, la actuación se convirtió en una experiencia compartida. Su hija Fiona Dourif siguió sus pasos y protagonizó con él la serie de Chucky. También tiene dos hijastras: Cleo, actriz, escritora y productora, y Kristina, maquilladora. En los últimos años, el trabajo y la familia se entrelazaron, y Dourif afirmó que solo saldría de su retiro para colaborar en proyectos con sus seres queridos.
Actualmente, Brad Dourif vive en el norte del estado de Nueva York con Claudia, su pareja desde hace más de 30 años. Dedica su tiempo a construir un espacio especial para sus gatos Honey Mustard y Snapdragon, al que llama “ciudad de gatos”. Alejado de los escenarios, disfruta de la vida doméstica y de la lectura, especialmente de novelas de fantasía.

Relató que enfrentó dificultades en su infancia y juventud. Nacido en Huntington, Virginia Occidental, creció en una familia acomodada, pero con problemas de concentración y memoria, que más tarde se identificaron como síntomas de trastorno por déficit de atención (TDA). Su relación con su padrastro, William C. Campbell, fue complicada, mientras que su madre, Joan Dourif, actriz de teatro comunitario, fue una influencia positiva que lo inspiró a dedicarse a la interpretación. Por un breve periodo consideró ser florista, pero su búsqueda de propósito lo llevó a Nueva York, donde comenzó su carrera profesional.
A pesar de las dificultades, Brad Dourif considera que su carrera fue una experiencia plenamente satisfactoria. “Tuve muchísima suerte”, afirmó. Expresó sorpresa por el aprecio que el público siente por su trabajo y reconoció que aún le cuesta creer el impacto de sus interpretaciones.
En cuanto a su legado, se mostró indiferente. “No, es una tontería. En realidad, el objetivo de una película es que vayas, te sientes y veas una historia. No se trata de la carrera de Brad ni de la de nadie más”, concluyó. Para él, el cine es ante todo una experiencia del espectador, y su satisfacción radica en haber formado parte de historias que marcaron a varias generaciones.