LA HABANA. – “El único culpable de que la agricultura no funcione es el gobierno. La cantidad de malanga, plátano o carne de res a producir no se puede planificar desde una oficina con aire acondicionado en La Habana”.
Así lo define Osvaldo, de 68 años, dueño de una finca localizada al suroeste de la capital cubana, mientras la lluvia rebota en el techo de zinc de un cobertizo sucio con piso de tierra, utilizado para guardar sacos de abono comprado en el mercado informal, aperos de labranza y algunos trastos que siempre molestan en una casa.
Al costado del camino vecinal, un viejo tractor de la era soviética y una yunta de bueyes que beben agua en un rústico vertedero de chapas cubierta con tierra rojiza.
Osvaldo fuma sosegado un mocho de tabaco, se rasca la cabeza con unos dedos gruesos que parecen garfios torcidos y luego de echar a andar la turbina con una planta eléctrica comprada en una agencia de paquetería en Miami, trota bajo la lluvia hasta el portal de su casa.
Antes de responder la pregunta de por qué la agricultura cubana no es capaz de suministrar suficientes alimentos al pueblo, Osvaldo se toma un buche de café, se sienta en un sillón y cruza sus pies encima de una mesita de hierro.
Medidas huecas
“No hay que darle más vueltas al tema. Ya yo perdí la cuenta de las medidas y estrategias trazadas por los que dirigen el país. Y el problema es que detrás de un buró no se puede hacer una cosecha. Cada siembra es diferente”, afirma y cita varios ejemplos.
“Llegan los funcionarios, la mayoría cebados como puercos, con las agendas debajo del sobaco y con sus muelas políticas pretendiendo que a golpe de consignas se van a multiplicar las cosechas”, dice y añade:
“Y en la agricultura no existen los milagros. Funciona con inversiones y recursos. Si desde hace cuatro años a los dueños de finca nos entregan solo el 20 por ciento del combustible que necesitamos, sin abonos, fertilizantes ni piezas para el tractor y el regadío, simplemente no puedes esperar que las producciones agrícolas crezcan”.
Las estadísticas de las cosechas agrícolas, ganaderas, porcinas, pesqueras o azucareras asustan. Ni siquiera en un país en guerra como Ucrania el descenso ha sido tan alarmante. En el último lustro las cosechas han caído entre un 60 y 80 por ciento.
La producción de carne de cerdo en 2024 fue solo del 23 por ciento en comparación con el 2018. Cada año mueren por hambre y sed más de veinte mil vacas. De seis millones de reses a principios del siglo XXI, actualmente hay dos millones y medio. Las que no mueren por enfermedad son sacrificadas por los matarifes clandestinos que luego venden la carne en el mercado informal.
Desastre total
“Es un desastre absoluto. El Estado no te da nada y te quiere exigir producciones elevadas. En vez de priorizar la agricultura y subsidiarla, como hacen los países del Primer Mundo, esta gente (la dictadura) te quiere vender los insumos y el combustible en dólares. Yo tuve que comprar dos plantas eléctricas en Miami para echar andar la turbina y la minifábrica donde elaboro puré de tomate”, explica Osvaldo.
“Esos gastos repercuten en el precio final del consumidor. El gobierno vive en Babia. Acopio te quiere comprar las cosechas a precio de cerdo enfermo, te pagan precios muy por debajo del mercado de oferta y demanda. Entonces la cuenta no da. Tengo que pagar entre 800 y 1.000 pesos diarios a cada jornalero. Antes de sembrar ya tengo la cosecha comprada por intermediarios. Aunque el gobierno no nos da nada, los finqueros privados somos los que estamos alimentando al país”, subraya Osvaldo.
Los datos corroboran sus palabras. A pesar de que el Estado es el dueño del 75 por ciento de las tierras, incluyendo las más fértiles, apenas produce el 28 por ciento de las cosechas agrícolas, ganadera y porcina.
Puesta en escena
A setenta kilómetros de la finca de Osvaldo, en el Palacio de Convenciones, ubicado en el reparto Siboney, antaño barriada aristocrática donde sus propiedades fueron confiscadas por la nueva burguesía verde olivo, el miércoles 16 de julio comenzó el quinto periodo de sesiones de la monocorde Asamblea Nacional del Poder Popular.
Año tras año, la plana mayor de la dictadura, que suele vestirse con uniformes militares y guayaberas blancas importadas de Miami o Panamá, con gesto ceñudo y una narrativa repleta de frases huecas y consignas, discuten diversos temas e intentan ofrecer soluciones a las múltiples crisis que padece la Isla.
A los participantes les brindan, gratis, dos meriendas y un almuerzo a la carta en el restaurante El Bucán del Palacio de Convenciones. Las sesiones, climatizadas, se transmiten por Radio Rebelde y el canal televisivo Cubavisión. Asuntos medulares como los maratónicos apagones que padecen los cubanos desde hace tres años, el desabastecimiento general, el déficit de agua potable, gas licuado, medicamentos y combustible, entre otras muchas carencias, se debaten de forma superficial por los 602 diputados que en teoría debieran representar al pueblo.
Pero en la práctica es una puesta en escena. El Parlamento es una herramienta de la dictadura para aparentar democracia. Los diputados son elegidos por una comisión del partido comunista. Todo muy calculado, como prefiere el castrismo.
Un porcentaje de mujeres, negros, deportistas, intelectuales, militares, profesionales y campesinos que conocen al dedillo el manual del correcto diputado. Dos son las reglas básicas: aplaudir y aprobar por unanimidad todas las propuestas del ejecutivo. Y siempre es de buen gusto mencionar y de memoria recordar, frases de Fidel Castro, fallecido el 25 de noviembre de 2016.
El bloqueo
Culpar de la crisis multisistémica al “imperialismo yanqui y su brutal bloqueo”, es una constante, a pesar de que las estadísticas indican que Estados Unidos es el sexto socio comercial del régimen de La Habana y que el envío de remesas desde EEUU es la segunda industria nacional, después de la contratación en otros países de médicos y personal de la salud, a los que el régimen les decomisa el 80 por ciento de sus salarios.
Cubanos de a pie, como Reinier, residente en el barrio pobre y duro del Romerillo, cerca del Palacio de las Convenciones, piensan que nada se va a solucionar. “Es más de lo mismo, asere. Ya está demostrado que con el actual sistema nunca saldremos del hueco. Lo único que generan es hambre y miseria. La mayoría de los cubanos no siguen esos debates. A no ser para darle chucho y burlarse de la mierda que hablan”.
Ana, ingeniera, comenta que “la ministra del trabajo, ahora tronada por Díaz-Canel, Marta Elena Feitó, se ganó al Oscar a la mentira más grande al decir que en Cuba no había mendigos, que se disfrazaban de limosneros. Es una burla a los miles de personas que duermen en las calles y que de la basura comen sobras de alimentos”.
Unanimidad siempre
Osvaldo, reconoce que la “Asamblea Nacional nunca ha tenido un voto en contra en sus cincuenta años de existencia. Esos tipos son unos mentirosos patológicos. Lo único que les importa es conservar sus privilegios. Esas reuniones son para cumplir una formalidad. Sentados detrás un buró no van a solucionar los problemas en la agricultura ni mejorar la economía”.
Dixan, estudiante universitario, sentencia que “Cuba es el país de la apariencia. La gente hace como que trabaja y el gobierno aparenta que les paga. El Parlamento, el Comité Central y el resto de los organismos burocráticos de este gobierno, es surrealismo puro. Son un todos unos oportunistas y unos corruptos disfrazados de ministros”.