Cuba: Amplia conectividad solo con dólares, la nueva jugada de ETECSA

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MIAMI Cuba es un país donde cada megabyte cuesta, no solo en dinero, sino también en derechos. Hoy, contar con una conexión estable a internet puede ser el puente hacia el mundo o, como en el caso cubano, el recordatorio constante de una desigualdad que no deja de profundizarse. La reciente decisión de ETECSA de subir las tarifas y establecer límites de consumo en moneda nacional para adquirir megas, mientras impulsa paquetes en divisas, confirma una tendencia que muchos temíamos: el acceso a las telecomunicaciones se está convirtiendo en un lujo. Y lo que es peor, podría convertirse en una herramienta más para mantener al pueblo en silencio.

El gobierno cubano, a través de los medios oficialistas y del propio primer ministro Manuel Marrero Cruz, justificó la medida señalando la urgente necesidad de captar divisas. ETECSA, la única empresa de telecomunicaciones del país, ya decidió implementar tarifas con topes en dinero cubano (CUP). Si un usuario quiere consumir más allá de ese límite, deberá pagar en MLC (moneda libremente convertible). Es decir: si no tienes dólares, simplemente no te conectas.

¿Desde cuándo el dólar es la moneda oficial de Cuba? ¿Alcanza el salario del cubano de a pie para costear este “lujo”? Yo no tengo memoria selectiva. Viví en la isla hasta hace poco más de una década, cuando las cosas estaban mejores y ni siquiera existía el internet móvil. Sostener una línea telefónica en aquel entonces ya era difícil. Hoy es casi imposible, y sin embargo, el Estado se atreve a exigir más, ofrecer menos y encima culpar al pueblo de no aportar lo suficiente.

¿Apartheid digital?

Y la gente, claro que reaccionó. El descontento popular ha sido inmediato y creciente. En redes sociales —esas mismas que cada día cuesta más mantener activas— muchos hablan de un “apartheid digital”, donde solo quienes reciben remesas o tienen acceso a cuentas en el extranjero podrán mantenerse conectados. Para la mayoría, que sobrevive entre apagones, la escasez de alimentos y transporte colapsado, en donde los hospitales ya no garantizan alivio y la atención médica se diluye entre carencias, esta subida de precios es un golpe más… y muy bajo.

Porque no se trata solo de tarifas. Se trata de aislar. Se trata de desconectar. En un país donde el poder teme a la opinión libre y donde cada protesta se responde con represión o censura, limitar el acceso a internet es también una forma de control político. Si los cubanos no pueden conectarse, no pueden informarse. Y si no pueden informarse, se les hace más fácil resignarse. Más fácil callar. Más fácil sobrevivir sin pensar y sin otra que seguir resistiendo la presión de un régimen fallido y desesperado.

Y eso es lo más peligroso: una sociedad desconectada es una sociedad que se embrutece, que se aísla de la realidad global, que queda a merced del discurso único, de la propaganda y del miedo. Y eso, lamentablemente, lo seguimos viendo cada día.

Además, ¿cómo se justifica pagar más por un servicio que sigue siendo inestable, que depende del azar de un apagón para funcionar o no? ¿Qué sentido tiene exigir dólares en un país donde conseguir leche para un niño o un anciano es una odisea? La incoherencia es tan grande como el dolor de quienes no tienen otra opción que resignarse a ver cómo su ventana al mundo se cierra un poco más. O de los que, con suerte, todavía pueden mantenerse conectados gracias al sacrificio de sus familiares y amigos en el extranjero —como yo—, que trabajamos duro y muchas veces nos privamos de cosas básicas para poder ayudar a los nuestros. Porque el amor por la familia no conoce de fronteras, pero el Estado sí conoce de límites… especialmente cuando se trata de quitarnos lo poco que tenemos.

Acceso a internet, un "privilegio"

Lejos de esa cotidianidad que consume al cubano de a pie, y como si vivieran en otro país, los dirigentes no se ven afectados. Al contrario. Viven ajenos a las colas, a los apagones, a los precios y a la desconexión. Tienen acceso privilegiado, comodidades garantizadas, internet ilimitado y la absurda seguridad de que nunca sentirán en carne propia el sacrificio que le exigen al pueblo. Desde sus oficinas con aire acondicionado diseñan políticas para una Cuba que no pisan, que no conocen y que no padecen.

En 2025, navegar por internet en Cuba no será solo cuestión de saldo. Será cuestión de privilegio. Será una nueva línea de división entre los que pueden y los que simplemente no. Y si el Estado sigue apostando por una conectividad basada en la exclusión, lo que está haciendo no es modernizar un país: es hundirlo, lentamente, en la oscuridad.

Y mientras esperamos —¿ilusos aún?— que se retracten de esta idea descabellada, los apagones siguen, la basura se acumula en cada esquina, la gente espera por un paquete de pollo más que hormonado para sobrevivir, y los sueños se van apagando como las luces. Cuba, poco a poco, se queda no solo sin luz… sino también sin voz.

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