CARACAS.- En la Venezuela de hoy, donde la libertad se desvanece bajo el peso de un poder tiránico, el cardenal Baltazar Porras se levanta como símbolo de resistencia y, al mismo tiempo, como víctima del hostigamiento sistemático que el chavismo ha desplegado contra la Iglesia. Lo que sufre este prelado no es un hecho aislado, sino la continuación de un patrón de persecución contra quienes encarnan una fe auténtica que el régimen finge respetar mientras la degrada con cinismo.
¿Cuántas veces vimos a Hugo Chávez arrodillarse en un templo, fingiendo devoción, para luego llamar “diablos con sotanas” a los sacerdotes que se atrevían a cuestionarlo? Su sucesor, Nicolás Maduro, ha continuado esa farsa grotesca. Se presenta en el Vaticano buscando lavar con agua bendita las manos manchadas por la represión y la tortura, mientras en su país encarcela, silencia y persigue.
Recuerdo con dolor una escena que no se borra de mi memoria. Mi esposa Mitzy y yo acompañamos el cortejo fúnebre del cardenal Ignacio Velasco, un pastor noble que se ganó el cariño de su pueblo. Caminábamos en silencio cuando grupos violentos, alentados por el poder, lanzaron bolsas con excrementos contra el féretro. Aquel ultraje no solo profanó la memoria del cardenal Velasco: reveló la bajeza moral de un régimen que no respeta ni siquiera a los muertos.
Lo que hoy ocurre con el cardenal Porras es la misma historia repetida: la de un poder que teme a la verdad y odia la dignidad. Como en Cuba, en Nicaragua o en los regímenes totalitarios del siglo pasado, se intenta someter la conciencia, silenciar a los pastores y domesticar la fe. Pero la fe verdadera no se doblega.
El cardenal Porras, con su serenidad y su valentía, representa la voz de un pueblo entero que no se resigna. Su cruz es también la de Venezuela: la de quienes siguen creyendo en la justicia, en la libertad y en el poder de la verdad. Por eso su testimonio nos convoca a todos. No podemos callar ante la hipocresía de quienes se arrodillan en los templos para luego apuñalar a los que predican el Evangelio.
Hace unos días, en Móstoles, presenté mi libro Operación Guacamaya y el retorno de los desterrados. No fue solo un acto literario, sino una reafirmación de que la palabra libre sigue siendo nuestra mejor trinchera. Allí hablé de las víctimas, de los presos políticos, de los perseguidos y de los que debieron buscar refugio en embajadas para salvar la vida. También hablé de esperanza, de esa fuerza interior que ni el exilio ni el miedo pueden borrar.
Ese libro nació como una denuncia de cómo el poder en Venezuela se convirtió en un sistema criminal que vende la soberanía al mejor postor. Lo que algunos leen como ficción es, en realidad, la radiografía de un país entregado al narcotráfico y al terrorismo. Las pruebas son públicas: pasaportes otorgados a miembros de Hezbollah, vuelos Caracas–Teherán–Damasco cargados de misterio, empresas iraníes sancionadas que operan con las Fuerzas Armadas, y un Arco Minero devastado que financia tanto la corrupción como la violencia. Todo eso ocurre mientras millones de venezolanos honestos deben rogar por un simple documento de identidad.
Por eso insisto: la amenaza que representa el régimen de Maduro trasciende nuestras fronteras. Lo he dicho en foros internacionales y lo repito aquí: la seguridad del hemisferio pasa por la recuperación de la democracia en Venezuela.
Pero en medio de tanta oscuridad, hay señales de vida. El 22 de octubre de 2023 marcó el comienzo de un nuevo tiempo. Ese día, millones de venezolanos desafiaron el miedo y encendieron una llama que ni la represión ni las inhabilitaciones han podido apagar. María Corina Machado, con coherencia y valentía, encarna ese espíritu ciudadano que no se resigna. Y junto a ella, Edmundo González Urrutia representa la sensatez, la serenidad y la esperanza de una transición pacífica.
Esa jornada fue el verdadero inicio del retorno de los desterrados, no solo de quienes vivimos fuera del país, sino del espíritu nacional que parecía dormido. Lo que vimos ese día fue el renacer de la confianza en nosotros mismos, la certeza de que ninguna dictadura puede eternizarse cuando un pueblo decide ponerse de pie.
Por eso digo hoy, desde el exilio pero con el corazón en Venezuela: el alba de una nueva era ya comenzó. Y aunque la noche aún no termina, ya se ve, en el horizonte, la primera luz de la libertad.
Publicado originalmente en Venezuela Libre.
FUENTE: Publicado en Boletín Antonio Ledezma
hace 14 horas
1








English (US) ·
Spanish (ES) ·