La reciente decisión de Costa Rica de abstenerse en la votación anual de la Asamblea General de las Naciones Unidas exigiendo el fin del embargo de Estados Unidos contra Cuba marca un cambio importante en la postura diplomática de nuestro país. Durante más de tres décadas, Costa Rica había respaldado consistentemente esa resolución. Ahora, al abstenerse, parece enviar una señal diferente: Costa Rica no se va a prestar a ser percibido como un país que le da su respaldo a un régimen totalitario que asfixia a su población.
La situación en Cuba se deteriora día a día: la miseria y el hambre son la única certeza para quienes permanecen en la isla después de décadas de diáspora y persecución. El desastre económico del régimen comunista que ha hundido económicamente a la isla lo pone en una situación tan desesperada que hasta la energía eléctrica se ha convertido en un lujo para los cubanos.
El régimen ha construido, con relativo éxito, una narrativa de victimización, presentada como si el pueblo cubano fuera víctima de un cerco exterior, cuando en realidad padece el cerco interior impuesto por su propio gobierno. Esa puesta en escena ha funcionado durante demasiado tiempo en los organismos internacionales, donde la complacencia diplomática ha servido de escudo a una dictadura envejecida. Hoy parecerían darse las condiciones para levantar la voz sobre este sinsentido.
En ese contexto, Costa Rica podría estar asumiendo que su respaldo previo ya no puede justificarse sin poner en la balanza la realidad de ese sistema autoritario. La verdadera solidaridad exige no apoyar de forma automática discursos que encubren un régimen dictatorial, la represión política o la subordinación de la economía al aparato estatal militarizado. La abstención no significa indiferencia, sino una toma de conciencia frente a la manipulación política de la compasión internacional y, en el contexto de la postura histórica del servicio exterior de nuestro país, una evidencia de la tenacidad del Presidente Chaves por corregir esta postura.
Este cambio también podría ser parte de una decisión estratégica y pragmática: un acercamiento a Washington en torno a valores de mercado, democracia y seguridad regional. De hecho, este año, varios países de América Latina cambiaron sus votos o se abstuvieron, un importante indicador de lo que sucede en el hemisferio: el presidente Donald Trump gana adeptos y aliados, mientras la vieja coalición latinoamericana de apoyo a Cuba está resquebrajándose. Las nuevas generaciones políticas entienden que los derechos humanos no se defienden protegiendo tiranías, sino exigiendo reformas reales y apertura democrática.
El giro de Costa Rica envía una advertencia clara al régimen de La Habana: el mundo ya no acepta sin cuestionamientos la invocación permanente de “bloqueo” como coartada que lo justifica todo. Cuando la población vive sin libertades, sin oportunidades laborales dignas, sin acceso pleno al mercado internacional, la narrativa de víctima pierde credibilidad. En consecuencia, la abstención dice: exigimos que la llamada “solidaridad” tenga un contenido real: derechos, oportunidades, pluralismo. No basta con denunciar al exterior, también hay que transformar al interior.
Costa Rica parece adelantarse al clima político que se avecina: la democracia, la libertad y la prosperidad no son demandas exclusivas de una ideología política, sino los estándares mínimos que las naciones modernas deben garantizar a su población. Su postura es un llamado a mirar la verdad sin disfraces y a reconocer que la indulgencia con las dictaduras no es diplomacia: es complicidad.
hace 2 horas
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