
El Papa Francisco, de 88 años, estuvo al borde de la muerte durante una reciente hospitalización que duró más de cinco semanas en el hospital Agostino Gemelli. Según un reportaje de The New York Times, su equipo médico temía lo peor cuando el pontífice sufrió una grave crisis respiratoria causada por una neumonía bilateral. El episodio, marcado por una caída en la saturación de oxígeno hasta el 78% —muy por debajo del umbral de seguridad—, llevó a sus médicos a considerar medidas extremas para salvar su vida.
“Es terrible”, murmuró Francisco mientras luchaba por respirar, con la voz debilitada y la mano marcada por múltiples pinchazos de aguja. En ese momento crítico, sostuvo la mano de su médico principal, el doctor Sergio Alfieri, y rechazó la opción de intubación, lo que implicaría una sedación total. Según el propio Alfieri, citado por el diario estadounidense, el papa prefirió enfrentar la situación con plena conciencia, aun con el riesgo que ello conllevaba.
Frente a esa decisión, el equipo médico optó por administrar un tratamiento farmacológico intensivo, pese al riesgo de afectar órganos vitales. La situación fue tan grave que algunos de los colaboradores más cercanos del papa lloraron en silencio mientras los médicos solicitaban al enfermero personal de Francisco —autorizado para tomar decisiones de vida o muerte— su consentimiento para seguir adelante con la terapia agresiva. La autorización llegó y, poco a poco, el pontífice comenzó a responder favorablemente.
A pesar de la leve mejoría, pocos días después ocurrió un nuevo incidente: Francisco se atragantó tras regurgitar comida, provocando una obstrucción en las vías respiratorias. El personal médico actuó de inmediato para despejar su tráquea, pero temían que la inhalación accidental de alimentos agravara la ya delicada infección pulmonar. “Temí que todo estuviera perdido”, reconoció el doctor Alfieri.
Pero no fue así.

El domingo, 38 días después de haber sido internado, el Papa fue dado de alta. Alfieri afirmó: “Fue un milagro que saliera del hospital”. Aun así, hizo un llamado urgente a su paciente para que descansara adecuadamente, advirtiendo que no debía desaprovechar la oportunidad que se le había concedido.
Durante una breve aparición pública en un balcón del hospital, los fieles pudieron ver las secuelas de la enfermedad. Su voz apenas se escuchaba, y su respiración era dificultosa, a veces con visibles jadeos. Aunque oficialmente no está en peligro, su estado físico se ha deteriorado de forma evidente.
Según informó el diario neoyorquino, el papa aceptó un período de convalecencia de dos meses, que le permitiría recuperarse por completo. Sin embargo, algunos prelados cercanos han mostrado cautela ante esa esperanza. Consideran que la actual fragilidad de Francisco podría convertirse en una nueva condición permanente. En respuesta, han transformado esa debilidad en un mensaje: un testimonio vivo sobre la dignidad humana y las limitaciones propias de la vejez. También han asegurado que la autoridad del pontífice no depende de su energía física, aunque esta situación haya obligado a una reducción en su estilo de liderazgo más directo.
Durante este período de recuperación, se espera que Francisco esté menos visible, con intervenciones más breves y un enfoque más controlado en sus apariciones públicas. Las características que han definido su pontificado —viajes lejanos, cercanía física con la gente, gestos espontáneos y una comunicación improvisada— quedarán en pausa.
La Santa Sede informó que la participación del papa en los ritos de Pascua, en el marco de un año jubilar especial, dependerá de su evolución. Incluso se pospuso una visita del rey Carlos III, según comunicó el Palacio de Buckingham, por recomendación médica a favor de un “período prolongado de descanso y recuperación” para el pontífice.
Por ahora, la agenda papal ha sido sustituida por comunicados escritos y mensajes leídos por terceros. “Nada será tan brillante como antes”, dijo el historiador eclesiástico Alberto Melloni, director de la Fundación Juan XXIII para las Ciencias Religiosas en Bolonia.
El doctor Alfieri explicó que el papa permanecerá en su residencia del Vaticano, adaptada con oxígeno, pero sin otros equipos médicos especiales. Francisco accedió a evitar multitudes y, en particular, el contacto con niños pequeños, para minimizar el riesgo de nuevas infecciones. Durante este tiempo tomará medicamentos orales con el objetivo de eliminar la infección pulmonar por completo.
“Su voz volverá como antes”, afirmó Alfieri, a medida que se fortalezcan los músculos respiratorios. No obstante, advirtió que dada la edad y el historial médico del papa —quien sufrió problemas respiratorios desde joven, incluyendo la extirpación parcial de un pulmón—, cualquier eventualidad es posible. Aun así, el médico espera que, con el tiempo, pueda retomar progresivamente sus funciones si la salud lo permite.

A pesar del bajo perfil que ha adoptado en las últimas semanas, analistas vaticanos sostienen que Francisco sigue gobernando la Iglesia con la misma autoridad. “Puede mandar incluso desde la cama”, aseguró Sandro Magister, veterano observador del Vaticano. “Conociendo su carácter, reaccionaría con dureza ante cualquier intento de controlarlo”.
Algunos colaboradores del papa, como el arzobispo Vincenzo Paglia, presidente de la Pontificia Academia para la Vida, han interpretado la fragilidad del pontífice como una forma de encarnar sus propias enseñanzas sobre los límites humanos. En la apertura de una cumbre sobre longevidad, Paglia dijo: “La gente dice que no habla, que no habla con la boca”, y añadió que la condición del papa representa una “voz ensordecedora” que da testimonio sobre la dignidad de la vejez. “Tenemos que salir de una mentalidad excesivamente funcionalista”, concluyó.
Hace dos décadas, se hicieron observaciones similares sobre Juan Pablo II, cuando su progresivo deterioro físico se hizo visible. En esa ocasión, la postura fue la de mantenerlo en el cargo como símbolo de perseverancia. Ahora, en una sociedad donde los pontífices viven más tiempo, el tema ha cobrado relevancia, motivando incluso la cumbre vaticana sobre longevidad.
El propio Benedicto XVI, predecesor inmediato de Francisco, renunció a los 85 años debido a su edad y fragilidad, y vivió una década más tras dejar el papado.
A semanas del episodio que casi le cuesta la vida, el progreso de Francisco ha traído alivio tanto a sus médicos como a millones de católicos. Según Alfieri, cuando el tratamiento comenzó a surtir efecto, también regresó el buen humor del papa. Ordenó pizzas para todo el piso del hospital y salió a los pasillos para saludar a otros pacientes, compartiendo un momento de humanidad en medio de la vulnerabilidad.
Cuando llegó el momento de dejar el hospital, Francisco se cambió en su habitación, quitándose el pijama de paciente para volver a vestirse con la sotana blanca y el solideo. “Ver al papa vestido de paciente en pijama, y luego verlo otra vez como papa, es, para un católico, un sentimiento enorme”, dijo Alfieri.
La Iglesia y sus fieles observan con atención y esperanza la evolución de su salud, mientras se redefine el liderazgo de un pontífice que ha buscado siempre estar cerca, ahora desde la fragilidad.
*Lea el artículo completo del New York Times haciendo clic aquí