
Expertos alertan sobre las consecuencias psicológicas de la exclusión en la crianza y proponen alternativas para fortalecer el bienestar de niños y adolescentes. El silencio impuesto como castigo, conocido popularmente como la “ley del hielo”, puede dejar cicatrices profundas en la salud emocional de los menores. Así lo advierte Sylvie Pérez Lima, psicóloga y psicopedagoga, profesora en la Universitat Oberta de Catalunya, en un análisis publicado por The Conversation.
Según la experta, esta práctica, lejos de ser una herramienta educativa, se considera una forma de maltrato emocional que vulnera derechos fundamentales y afecta el desarrollo psicológico de niños y adolescentes.
En el entorno familiar, los conflictos y desacuerdos son parte de la convivencia diaria. Ante estas situaciones, algunos adultos optan por retirarse brevemente para calmarse antes de retomar el diálogo. Esta pausa consciente, explica Pérez Lima, puede ser útil para regular las emociones y prevenir respuestas impulsivas. La especialista enfatiza la importancia de distinguir entre este respiro saludable y el uso reiterado del silencio como castigo.
La “ley del hielo” se produce cuando el silencio se convierte en una respuesta prolongada y repetitiva ante el comportamiento de un hijo o hija. En estas circunstancias, el adulto deja de hablar, mirar o incluso nombrar al menor, interrumpiendo toda comunicación. Según la experta, esta exclusión no ofrece explicaciones ni vías de reparación, sino que traslada un mensaje devastador: "Ya no existes“. The Conversation informa que este patrón rompe el vínculo afectivo y puede dejar una huella permanente en la salud emocional de la infancia y la adolescencia.
El impacto va más allá del desconcierto o la inseguridad experimentados por adultos ante este tipo de exclusión. En la infancia, la exclusión deliberada activa zonas cerebrales vinculadas al dolor físico, como la corteza cingulada anterior y la ínsula anterior, especialmente sensibles a la exclusión social en las primeras etapas de la vida.

Cuando el silencio se utiliza de manera reiterada como castigo, se configura una dinámica de maltrato emocional. La experta define este tipo de maltrato como “la negación reiterada del afecto y atención del cuidador, lo que vulnera el derecho del niño a ser escuchado, expresar su opinión y entender qué ha ocurrido”. De acuerdo con el análisis publicado en The Conversation, los menores sometidos a esta práctica experimentan dolor emocional inmediato y ven bloqueada cualquier posibilidad de reconstruir el vínculo familiar.
La exposición constante al castigo con el silencio afecta la vida adulta. Los niños educados bajo este patrón aprenden a asociar el afecto con la aprobación condicional y el silencio con la amenaza o el rechazo. Según la información recogida por The Conversation, estos menores interiorizan la idea de que el cariño depende de su comportamiento y que el silencio equivale a castigo o desaprobación.
Las secuelas más frecuentes incluyen baja autoestima, la sensación de no ser suficiente y dificultades para establecer relaciones seguras y confiables. Además, pueden desarrollar miedo al conflicto, evitar la expresión de emociones o reaccionar de forma desproporcionada ante situaciones de crisis. Pérez Lima advierte sobre la posible aparición de problemas de comunicación emocional, como la incapacidad para identificar o expresar sentimientos.

Este patrón tiende a repetirse de generación en generación. Si los padres o madres recibieron este trato en su infancia, es probable que lo apliquen inconscientemente cuando gestionan conflictos con sus propios hijos. La experta recuerda que los adultos actúan como modelos y que sus reacciones influyen directamente en la manera en que los niños aprenderán a gestionar sus emociones y relaciones en el futuro. “La forma en que se abordan los conflictos familiares puede marcar la relación de los menores con su propio mundo emocional”.
Uno de los aspectos más preocupantes de la “ley del hielo” es la falta de conciencia sobre sus efectos negativos. Pérez Lima señala que esta actitud rara vez responde a una intención deliberada de dañar, sino que surge como respuesta a la frustración, el agotamiento o la ausencia de recursos educativos. Muchos padres, madres o cuidadores, desbordados por los conflictos cotidianos, recurren al silencio como intento de imponer autoridad sin abrir el diálogo.

The Conversation subraya que, aunque no exista una voluntad explícita de perjudicar, las consecuencias emocionales para los menores son igualmente graves. El silencio impuesto bloquea cualquier posibilidad de reparación y envía un mensaje de rechazo que puede resultar devastador para el desarrollo emocional infantil.
Frente a estos riesgos, la experta propone alternativas para gestionar el enfado de forma saludable y constructiva. Distinguir entre una pausa reguladora y un silencio castigador es esencial. Tomar un respiro para afrontar el conflicto puede ser útil siempre que no se utilice como una herramienta de exclusión.
Las alternativas recomendadas incluyen:
- Expresar verbalmente las emociones antes de recurrir al silencio y limitar la duración de la pausa. Ejemplo: “Estoy muy enfadada, necesito unos minutos para calmarme y después hablamos”.
- Retomar el diálogo para preservar el vínculo afectivo, sin necesidad de mantener largas conversaciones que resulten abrumadoras para el menor.
- Atender al lenguaje no verbal, ya que la exclusión puede manifestarse mediante miradas, gestos o posturas.
- Separar la conducta del niño o niña de su persona, evitando etiquetas negativas y focalizándose en el comportamiento.
- Anticipar y explicar las consecuencias de las acciones para favorecer la autorregulación y reducir la necesidad de castigos impulsivos.
- Compartir la gestión de los conflictos con otros adultos cuando el principal cuidador se sienta desbordado.
- Buscar apoyo externo o profesional si la situación lo requiere.

Estas estrategias, según la experta, favorecen un entorno de apoyo emocional continuo y contacto positivo, que actúa como amortiguador ante los efectos del maltrato emocional.
La información publicada por The Conversation concluye con un llamado a la responsabilidad de los adultos en la protección del espacio emocional de niños y adolescentes. Pérez Lima afirma: “No podemos obviar que cuando el silencio daña, es violencia emocional”. Negar la palabra, la mirada o el acompañamiento emocional no es una técnica educativa, sino una forma de violencia psicológica que genera angustia, confusión y vulnera derechos fundamentales.
La experta enfatiza que corresponde a los adultos proteger, acompañar y garantizar que los menores puedan equivocarse sin perder su espacio emocional ni sentir la ruptura del vínculo afectivo sin comprender el motivo. La crianza respetuosa y consciente exige evitar prácticas que, aunque habituales, pueden tener consecuencias profundas y duraderas en la salud emocional infantil.