
Por Ismael Cala
22 Jun 2025, 11:00 AM EDT
Otra vez los titulares arden. Irán e Israel, enfrentados en un nuevo capítulo de una historia larga, compleja y trágica. Misiles, ataques, represalias. Más vidas perdidas, más miedo sembrado, más niños creciendo entre ruinas. Y en el medio, como espectadores de una película que ya vimos demasiadas veces, el mundo entero observa cómo la violencia se alimenta de sí misma.
En esta escalada, Estados Unidos vuelve a ocupar un rol protagónico, intentando sostener equilibrios imposibles. Un aliado histórico de Israel, un actor clave en la región, un poder que intenta apagar incendios mientras camina sobre pólvora.
Pero más allá de las estrategias geopolíticas y las declaraciones diplomáticas, quiero invitarte a mirar esto desde otro lugar: el de la humanidad.
¿Qué ganamos con más fuego? ¿Cuánto tiempo más seguiremos creyendo que la guerra es una solución válida para los conflictos? ¿De verdad creemos que matar al “enemigo” traerá paz a los pueblos?
La violencia solo genera más violencia. Cada bomba deja un trauma. Cada ataque, una nueva herida abierta. Cada represalia, un nuevo motivo para continuar el ciclo.
Y no, no se trata de ingenuidad. Se trata de conciencia. De recordar que hay millones de seres humanos —niños, ancianos, mujeres, trabajadores— que no eligieron esta guerra, pero la padecen. Que no tienen misiles, pero pierden hogares. Que no tienen poder, pero pagan el precio más alto.
Hoy más que nunca, debemos alzar la voz por un cese al fuego inmediato. Y no solo en el sentido militar. Un cese al fuego emocional, político y mediático. Porque también estamos alimentando la guerra cuando justificamos el odio, cuando normalizamos la venganza, cuando celebramos la destrucción del otro como victoria propia.
La única victoria real será la diplomacia. Será el diálogo. Será mirar al otro con la dignidad que merece, más allá de su religión o su historia.
Desde este humilde rincón del mundo, hago un llamado a todos los líderes involucrados: apelen a su humanidad. A su compasión. A su visión de futuro. Y a quienes tienen influencia sobre ellos, exijan lo mismo. Porque el liderazgo verdadero no es el que impone fuerza, sino el que detiene una bala antes de que sea disparada.
Que este sea el comienzo de una paz que sí tenga fin: el fin del sufrimiento humano.
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