Por Ismael Cala
01 Nov 2025, 10:30 AM EDT
En el centro de África, en la “franja media” de Nigeria, se está librando una tragedia silenciada que exige nuestra mirada, nuestra voz y nuestro compromiso. En ese país, miles de cristianos han sido asesinados, miles más desplazados, sus iglesias quemadas, sus comunidades desintegradas. La violencia ha alcanzado niveles que la sociedad global no puede seguir ignorando.
Varias ONGs estiman que más de 7.000 cristianos fueron asesinados en los primeros siete meses de 2025. Los ataques se concentran en estados del norte y del centro del país, donde grupos armados como Boko Haram han perpetrado asaltos que combinan motines por recursos con violencia religiosa. Frente a esto, la falta de respuesta eficaz del gobierno nigeriano y la impunidad de muchos perpetradores aumentan el horror.
Este es un asunto que trasciende el sufrimiento de una sola comunidad religiosa: es un grito que interpela nuestra humanidad común. Cuando aceptamos que unos sufran sin intervención, estamos aceptando que el mal se normalice. Y cuando el mal no tiene resistencia, el círculo de la violencia se perpetúa.
Pero no estamos impotentes. Como ciudadanos de a pie tenemos también herramientas para visibilizar, informar y exigir justicia. Aquí algunas acciones concretas que podemos asumir: Informar y educar a todos los que podamos, presionar políticamente (a embajadas, parlamentos locales o internacionales), apoyar a organizaciones que actúan en el terreno. En fin, transformar el dolor en compromiso duradero.
Si somos conscientes de que no es solo una cifra en los titulares, sino una familia que llora, una comunidad que teme y una vida truncada, podemos convertir nuestra indignación en puente hacia la esperanza.
Porque la justicia sin acción se vuelve compasiva, pero pasiva. Y la compasión que no se mueve no alcanza. El silencio cómplice sostiene la violencia. La voz activa interpela al poder, expone la herida y acompaña la sanación.
Hoy, mientras otros luchan por sobrevivir en Nigeria, nosotros podemos elegir no mirar al otro lado. Podemos decidir que el eco de su dolor no se pierda en la oscuridad del olvido. Y así transformar la impotencia en incidencia, la solidaridad en exigencia, el grito en legado.
La violencia no se detendrá por decreto si no se apoya, se visibiliza y se resiste. Y nuestra voz, aunque pequeña, puede sumar a millones cuando se une con la verdad, con la justicia y con la humanidad.
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hace 1 día
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