
A las seis de la mañana, en Venezuela, el sonido habitual de una jornada electoral es el toque de diana militar con el que los grupos violentos del chavismo recorren las calles para llamar a votar. En un contexto democrático debería ser, quizá, el rumor creciente de las colas en los centros de votación. Pero este domingo, el silencio fue el gran protagonista.
Ni las cornetas, ni las brigadas del PSUV con sus trapos rojos, ni el bullicio de los comandos electorales: apenas unos pasos, unas motos solitarias, y una cinta amarilla cruzando la entrada de un centro escolar. “PELIGRO NO PASE”, advertía, como si el peligro no fuera el voto, sino el simulacro de democracia que organizó el régimen.
El paisaje no engaña. Las imágenes de las agencias de noticias que ya recorren el mundo y las captadas por ciudadanos y compartidas por el Comando con Venezuela, la coalición opositora que llamó al boicot, documentan la desolación: calles vacías bajo un cielo encapotado, mesas metálicas puestas como obstáculos improvisados, soldados sin gente a la que custodiar. Una mujer camina sola con una bolsa en la mano frente a una escuela convertida en centro electoral. La escena parece una metáfora perfecta: país en retirada, ciudadanía que no convalida.

No fue improvisado. Desde días antes, María Corina Machado, la figura más poderosa de la oposición, había sembrado el mensaje con precisión quirúrgica: “Este domingo, pa’ tu casa. No salgas, no los obedezcas. Vacía las calles, vacíalos, que se queden solos. Que quede claro quién tiene el poder: tú”.
Y se quedaron solos. Las imágenes lo prueban. Lo que el régimen intentó montar como fiesta electoral, la ciudadanía lo convirtió en un día de puertas cerradas, pasos contados y sillas vacías frente a escuelas sin filas.

En las afueras de un liceo del estado Bolívar, un par de funcionarios conversan bajo un árbol frondoso. No hay electores, apenas la sombra de lo que alguna vez fue una contienda electoral. “Complejo Educativo NAC”, dice el cartel azul y rojo que adorna la entrada. Pero no hay complejidad hoy, solo la evidencia de una abstención rotunda.

Este 25 de mayo no es cualquier jornada electoral. El régimen de Nicolás Maduro intenta recomponer su fachada institucional convocando unas elecciones regionales y parlamentarias que, según denuncias de la oposición y organizaciones internacionales, están marcadas por el fraude, el miedo y la complicidad de ciertos sectores opositores. Se renuevan 24 gobernaciones, 285 diputados y 520 legisladores regionales, en un proceso que —según la encuestadora Meganálisis— apenas el 15% del país está dispuesto a convalidar.
“Es un intento desesperado por borrar el 28 de julio del año pasado, cuando el país votó masivamente por Edmundo González y se le robó la victoria”, sentencia Julio Borges, que califica la jornada como “un fracaso anunciado”.

El contexto es brutal: en la antesala de los comicios, el régimen desató una ola de detenciones con su conocida Operación Tun Tun. Más de 70 personas fueron secuestradas, incluidos dirigentes políticos, periodistas y defensores de derechos humanos. Entre ellos, Juan Pablo Guanipa, colaborador cercano de María Corina Machado. “Los castigan por defender el derecho a la libertad”, denunció la dirigente opositora.
En un liceo del estado Táchira, dos hombres se sientan sobre el asfalto. La cinta de seguridad corta el paso como una escena de crimen. Un teléfono graba, nadie vota.

En Barinas —tierra natal de Hugo Chávez— la imagen es igual de elocuente: en la fachada de una escuela se ve un mural con el rostro del ex presidente, bajo un árbol viejo. Ni las raíces de la Revolución parecen haber resistido la indiferencia popular.

“Esto no es abstención, es resistencia”, dice Rosaura, maestra retirada en San Cristóbal. Ya votamos el 28 de julio, no vamos a volver a jugar su juego.
La abstención se ha vuelto un acto de presencia. Según los últimos sondeos, el 84,9% de los venezolanos no acudirá a las urnas, no por apatía, sino porque el voto ya no sirve en Venezuela. El régimen eliminó los códigos QR que daban transparencia a las actas, impidió la observación internacional y mantuvo el control total del Consejo Nacional Electoral. Las reglas del juego son trampas.

En la calle Libertador de Valencia, dos sillas de plástico flanquean la entrada del centro de votación. No hay fila, no hay nervios, no hay elecciones. Solo la espera. Una mujer vestida de naranja, sola, juega con su teléfono. El mural con el escudo bolivariano en la reja oxidada parece tan desencajado como la escena.
La desmovilización es, paradójicamente, lo que más moviliza al país. No hay propaganda que compense el vacío, ni operativo militar que llene los pasillos desolados. Ni siquiera la detención de disidentes o las amenazas extranjeras han logrado reactivar un proceso cuya legitimidad es inexistente. Lo que queda, es la convicción de que el 28 de julio aún sigue vivo en la conciencia colectiva.

“Estos son los últimos coletazos de una era que se cierra”, dijo Machado a Infobae en la previa a la jornada de este domingo. “No les queda nada, ya ni plata tienen. Les queda el miedo, sí. Ellos intentan sembrar el miedo, pero hoy tienen miedo. Yo duermo tranquila. Te aseguro que ellos no, porque se tienen miedo entre ellos”.
Las calles vacías de Venezuela lo confirman. En la soledad de esta jornada electoral, se escucha el eco de un país que no olvida.