Brad Pitt, una de las figuras más reconocidas de Hollywood, ha sorprendido al público al expresar abiertamente su insatisfacción con su actuación en El río de la vida, película dirigida por Robert Redford hace más de tres décadas.
A pesar de que la cinta se consolidó como un éxito tanto en taquilla como en la crítica, el propio Pitt ha calificado su interpretación como “floja” y ha admitido que “lo hizo mal”, según recoge Espinof a partir de declaraciones realizadas por el actor en diferentes medios.
En varias entrevistas citadas por Espinof, Pitt ha profundizado en los motivos de su autocrítica. El actor, que en ese entonces aún no había alcanzado el estatus de superestrella, fue seleccionado por Redford para encarnar a Paul, uno de los dos hermanos protagonistas de la historia ambientada en Montana.

La película narra la vida de Norman y Paul, hijos de un pastor protestante, cuya relación se forja en torno al río donde aprendieron a pescar durante su infancia. Redford, además de dirigir la cinta, asumió el papel de narrador, aunque no apareció en pantalla.
El reto de interpretar a Paul resultó especialmente complejo para Pitt. Según relató a Entertainment Weekly, sentía la presión de no convertirse en un simple imitador de Redford, quien años atrás habría encarnado ese mismo papel.
“No quieres que te llamen imitador”, afirmó el actor, subrayando su deseo de imprimir un estilo propio al personaje. Sin embargo, Pitt reconoció en Los Angeles Times, citado por Espinof, que no logró encontrar el enfoque adecuado.

En Missoula, Montana, en 1926, dos hermanos pasaron su infancia junto a sus padres en una pequeña casa de campo. Desde niños, ya mostraban personalidades opuestas. La distancia entre ellos aumentó cuando uno de ellos partió a la ciudad para estudiar, mientras el otro permaneció en el pueblo; esa separación avivó viejas rivalidades y sus choques se volvieron habituales.
Inspirada en la obra autobiográfica de Norman Maclean, la historia sigue un proceso de formación personal marcado por la religión y por un vínculo profundo con la naturaleza. El largometraje dirigido por Robert Redford destaca por una narrativa precisa y un diseño visual cuidadoso, aunque, según algunos críticos, deja sin desarrollar parte del potencial simbólico del relato.
Norman (Craig Sheffer) y Paul Maclean (Brad Pitt), hijos de un pastor presbiteriano, recibieron una educación estricta pero gozaron también de libertad. El primero de ellos, el mayor, se caracteriza por su carácter reflexivo y reservado; es profesor y vive enamorado. El otro, impulsivo y extrovertido, ejerce el periodismo y lleva una vida menos ordenada. Pese a sus diferencias, comparten el lazo inquebrantable del río salvaje que recorre Montana, donde aprendieron juntos el arte de la pesca.
La autocrítica de Pitt no se limita a su desempeño individual. Aunque la película recibió elogios y su trabajo fue valorado por parte de la crítica, el actor considera que esos reconocimientos no estaban justificados en su caso.

“Robert Redford hizo una película de calidad. Pero no creo que yo tuviera la suficiente habilidad. Creo que podría haberlo hecho mejor”, confesó Pitt, según Espinof. El actor atribuyó parte de su insatisfacción a la presión inherente al papel, ya que debía interpretar a una persona real y, en ocasiones, la familia del personaje estaba presente durante el rodaje.
Además, manifestó su preocupación por no decepcionar a Redford, lo que incrementó la exigencia personal en el set.
A pesar de las dudas de Pitt, El río de la vida se convirtió en un fenómeno comercial. La película recaudó 66 millones de dólares, una cifra notable considerando su presupuesto de 12 millones de dólares.

Además, la industria cinematográfica reconoció su calidad con tres nominaciones a los premios Óscar, entre ellas la de mejor fotografía, galardón que finalmente obtuvo. Espinof destaca que este éxito consolidó la reputación de Redford como director y contribuyó a impulsar la carrera de Pitt, a pesar de sus reservas sobre su propio desempeño.
Nueve años después del estreno de El río de la vida, Pitt y Redford volvieron a coincidir en la gran pantalla con Spy Game.
Esta nueva colaboración ofreció a Pitt la oportunidad de reencontrarse profesionalmente con Redford y de afrontar un nuevo reto interpretativo, aunque la película no alcanzó el mismo reconocimiento que su primer trabajo conjunto, según recuerda Espinof.