Donald Trump: “Argentina está luchando por su vida, se están muriendo”
El presidente de la gran potencia del Norte, Donald Trump, usando un lenguaje que delata una vocación geopolítica y económica de dominio, dijo que la Argentina se está muriendo.
Parafraseando al genio español, recordemos una de sus últimas palabras: “…la muerte es una ventana hacia el vacío” (Miguel de Unamuno).
El término “vaciar” puede ser empleado en muchos sentidos: desocupar, despojar, deshabitar, sacar, descargar, etc. Trasladado al campo de las relaciones entre naciones, con un espíritu imperial y naciones más débiles, se trata de que aquellas impongan a estas últimas determinados sistemas políticos y económicos, mantengan el control sobre su territorio, exporten recursos culturales tendientes a licuar la identidad nacional de su población y, desde luego, exploten sus recursos, aún manteniendo su independencia formal. ¿Acaso la República del Congo dejó de ser una colonia de Bélgica? De qué vale que dirigentes desesperados eleven sus gritos a los poderes divinos, fuerzas celestiales o sobrenaturales, invocando aunque más no sea indirectamente el nombre de Dios en vano, excepto cuando esos actos de fe no son sino una representación teatral con propósitos inconfesables, como cuando tras haber logrado un éxito militar los soldados recibían un “timar” del sultán en el Imperio Otomano.
Cuando se trata de recursos o dinero, los prestamistas solían endeudar hasta el extremo a los tomadores de préstamos, sabiendo que no se los podrían devolver, para que, cuando de rodillas fueran exhaustos a pedir compasión, puedan ser atados y vaciados. Es decir, dejados de rodillas y sin nada. Por eso, cuando alguien se encuentra “ahorcado” por sus deudas, lo que se recomienda es tener mucha atención y desconfiar de la generosidad de los acreedores.
En un período del mundo muy complejo, digamos que no se puede perder de vista que las naciones poderosas, y otras no tanto, manifiestan pretensiones de recobrar el espíritu imperial norteamericano, chino, otomano, persa, ruso, musulmán y el nuevo imperio israelí. Una demostración de la tentativa de asesinato del Estado palestino fue la reciente destrucción de la Franja de Gaza y Cisjordania.
No es cierto que las naciones no mueren. Para darse cuenta, basta echar una mirada a un mapa de hace trescientos o cuatrocientos años y compararlo con un mapa actual. Doscientos años es un período muy corto en la historia de la humanidad: China fue fundada en 2070 a.C., Grecia en 880 a.C., Japón en 660 a.C. Mientras tanto, desaparecieron del mapa, por derrocamiento, incorporación a otras naciones o por fusión, la República de Venecia, Couto Mixto, Reino de Bohemia, Abisinia, Reino de Cerdeña, Moldavia, Reino de Ayutthaya, Reino de Merina, República de Texas, Gran Colombia, Reino de Hawái, en Europa la República Democrática Alemana y, en especial en África, muchos más.
Ante la declamada religación de nuestros mandatarios, nos parece oportuno refrescar las enseñanzas de la historia en el campo de la deuda externa. Un arma típica para destruir a un país débil es la “deuda externa”.
La deuda externa fue el motor que impulsó la Conquista de América y el nacimiento de la economía moderna (BBC News Mundo, según el estudio del antropólogo David Graeber en la serie “Promesas, promesas: una historia de la deuda”).
La deuda externa argentina fue contraída por primera vez a partir de la declaración de la independencia, en el año 1823, con la Baring Brothers, banco de Londres vinculado a la Corona de Inglaterra. Desde entonces, esa deuda que contrajo el ultraliberal Bernardino Rivadavia en 1824 terminó de pagarse en el año 1904, después de sucesivas renovaciones llevadas a cabo por gobiernos también liberales. Luego, de 1904 a 1916 (Quintana, Figueroa Alcorta, Sáenz Peña y Victorino de la Plaza) continuó el endeudamiento con la banca británica. Yrigoyen aumentó la deuda externa para cubrir el déficit fiscal, que se siguió renovando y que aumentó sustancialmente con el gobierno liberal de Roca y el acuerdo Roca-Runciman (1933), deuda que terminó de pagar íntegramente el gobierno de Juan D. Perón.
El golpe libertario de 1955 adquirió nuevos préstamos externos y los sucesivos gobiernos democráticos o cívico-militares, todos con ministros de economía liberales, mantuvieron altos niveles de deuda externa con el FMI, Banco Mundial y Club de París. El gobierno de Alfonsín heredó una deuda de 45 mil millones y denunció que, a pesar del deseo del gobierno de cumplir con sus obligaciones, “todos deberían advertir que aquí hay una suerte de culpa concurrente” (entre acreedores y gobernantes). Durante el gobierno de Carlos Menem -a pesar de la venta de muchas de las empresas del Estado- la deuda se elevó a 146.219 millones de dólares, manteniéndose en esos niveles durante el gobierno de De la Rúa y, tras el megacanje y otras medidas en los años del gobierno de Néstor Kirchner, se registró una reducción del 73% de la deuda externa respecto del PBI y se llevó a cabo el mayor desendeudamiento del mundo (BBC Mundo, 23/12/2011; El Cronista, 19/2/2013) (Historia de la deuda externa argentina, Wikipedia y amplia bibliografía citada en la web).
Es de destacar que hubo solo dos períodos sin deuda: en 1952 (cancelación de la deuda externa bajo el gobierno de Perón) y en 2006 (cancelación de la deuda con el FMI con Kirchner, aunque el país siguió, en este último caso, con una importante deuda privada). Omitimos, por tratarse de un contexto electoral presente, cómo siguieron las grandes líneas de la deuda durante los últimos veinte años, de cuya historia fueron protagonistas muchos de los actuales candidatos.
Es decir, que a pesar de nuestra fortaleza física, somos un organismo debilitado por 200 años de una grave enfermedad: “in alienum virus externum debitum”.
El investigador jesuita François Kaboré, profesor de economía y presidente de la Universidad Jesuita de Ciencias Kosyam de Ouagadougou, arroja luz sobre las consecuencias prácticas de los altos niveles de deuda externa y sintetiza las ideas del papa Francisco acerca de este tema, a través de preguntas formuladas por el cronista de Vatican News con motivo del jubileo.
Periodista: Si miramos el mapa de los países más endeudados, salvo algunas excepciones, la gran mayoría se encuentran en África. Su país, Burkina Faso, es uno de los diez más endeudados. ¿Puede explicarnos cuál es la carga de la deuda de este país?
Mons. Kaboré: Lamentablemente, cada año un país como Burkina Faso sufre un desequilibrio presupuestario. La gran mayoría de los países con esta experiencia crónica de déficit presupuestario y deuda, que se acumulan con el tiempo, se encuentran en África. Y lamentablemente, un país como Burkina Faso es uno de ellos. Su producto interno bruto será de aproximadamente 21.400 millones de dólares en 2024. Según el Banco Mundial, la deuda pública total de Burkina Faso para 2024 se estima en el 57,4% de su PIB. Se trata de una carga enorme, lo que significa que prácticamente toda la vida del país se dedicará a pagar deudas.
Periodista: ¿Qué impacto tiene la deuda en la población de un país pobre?
Mons. Kaboré: Una persona pobre es una persona que depende esencialmente del gasto social del Estado en cosas como protección social, atención sanitaria gratuita y educación gratuita. En Burkina Faso, se estima que entre el 40% y el 45% de la población vive por debajo del umbral de pobreza. En el primer trimestre de 2024, las autoridades burkinesas desembolsaron 42,6 millones de dólares para pagar la deuda externa. Estos millones de dólares podrían haberse utilizado para protección social, atención sanitaria y educación, de las que dependen las vidas de los más pobres. Hay un segundo elemento que afecta a los pobres e incluso a los menos pobres: la deuda impide invertir en el desarrollo de infraestructuras como carreteras y puentes. Cuando estas infraestructuras existen, benefician a todos.
Periodista: ¿Hay también un impacto en el medio ambiente?
Mons. Kaboré: Sí, claro. Cuanto más pobres son las personas, menos recursos y oportunidades tienen para proteger el medio ambiente. Como resultado, el ambiente se afecta, particularmente a través de la contaminación o el agotamiento de los recursos naturales porque son explotados de manera incontrolada. Todo esto contribuye al rápido deterioro de nuestra casa común. Dicho esto, uno podría tener la impresión de que sólo a través de la pobreza la deuda impacta el medio ambiente. Si tomamos el caso del cambio climático, que afecta a los pobres, la responsabilidad recae principalmente en los países ricos. Los países pobres no tienen los medios para hacer frente a lo que se ha definido como la deuda ecológica de los países ricos.
Periodista: Si se cancelara su deuda, ¿qué debería hacer un país para evitar el riesgo de endeudarse más?
Mons. Kaboré: Debería comprometerse con un cierto grado de disciplina. Tenemos la impresión de que los países pobres tienden fácilmente a gastar más allá de sus posibilidades o, a veces, lamentablemente, pueden ser alentados a gastar generosamente en operaciones que no son ni útiles ni rentables, y aún menos beneficiosas para sus poblaciones.
Periodista: ¿Es utópico pensar que se cancelarán las deudas?
Mons. Kaboré: No es del todo utópico pensar que los acreedores puedan cancelar las deudas. Hay varias razones para esto. La primera es que esto ya ha ocurrido hasta cierto punto en el pasado. Desde un punto de vista económico, a los acreedores no les interesaba dejar a algunos países en mora.
Periodista: ¿También hay razones éticas y humanas?
Mons. Kaboré: Si vuelvo al caso de Burkina Faso, que tiene que retirar más de la mitad de su riqueza para pagar su deuda, desde un punto de vista ético, no es un honor para la humanidad que la gente trabaje casi exclusivamente para pagar una deuda externa. En segundo lugar, nos damos cuenta de que la deuda no es sólo culpa de los países pobres. Los países acreedores a menudo incurren en préstamos que generan deuda y que puede llevar a los países a un proceso de pago perpetuo. Creo que se está convirtiendo en un imperativo y un deber moral tanto para los países pobres como para los acreedores trabajar codo a codo para cancelar la deuda, siempre y cuando no sea un reinicio perpetuo.
Periodista: Aparte del aspecto estrictamente financiero, ¿a qué renunciaría un país acreedor al cancelar una deuda?
Mons. Kaboré: No se debe pasar por alto el aspecto financiero. Un país que cancela una deuda renuncia a ingresos, incluso si para un país rico los pocos miles de millones adeudados tienen un impacto mínimo en el presupuesto. El acreedor tendría que renunciar al poder de imponerse o al poder de dominar al país deudor. Y creo que quizás este sea precisamente el punto fundamental. ¿Están los países acreedores dispuestos a renunciar al poder que tienen para controlar algunos países mediante el servicio de la deuda? Esta pregunta apela a nuestro sentido de la ética, las cuestiones de desigualdad y las cuestiones internacionales.
Periodista: ¿Existe una voluntad real a nivel internacional de reducir o cancelar la deuda?
Mons. Kaboré: El cardenal, reformulando una pregunta de la prensa, se interroga: “¿Está la gente a nivel internacional dispuesta a renunciar a esta posición de dominio?” y dice: “Algunos ven las relaciones internacionales como un lugar de naturaleza, una jungla. En estos casos prevalece la fuerza. Para que haya voluntad a nivel internacional, necesitamos poder avanzar lentamente hacia un mundo un poco más multipolar, un mundo más igualitario. Los acreedores saben que algunas deudas nunca podrán pagarse. Conocen el nivel de solvencia de los países endeudados. Pero también hay que decir que, incluso si la deuda de un país no se paga en su totalidad, el país acreedor obtiene un rendimiento suficiente de sus inversiones. Puede suceder, por ejemplo, que un país pobre devuelva el doble del capital inicial prestado. Esto nos devuelve a una dimensión ética, una dimensión altamente humana. Es muy importante que las autoridades morales, como el Papa, alienten a la gente a mirar más allá de las cuestiones puramente económicas, para que podamos diseñar un mundo más justo e igualitario para nuestra casa común.
Periodista: ¿Lo llamaría colonización económica?
Mons. Kaboré: Me gustaría dejar claro que la mayoría de las veces la deuda no es obligatoria. Vengo de un país pobre y el peligro para nosotros es que dediquemos nuestro tiempo a culpar a los demás, a encontrar culpables externos. Pero creo que tenemos que ser honestos. En primer lugar, el préstamo se concede con relativa libertad. Creo que es posible que los países vulnerables opten por una buena disciplina fiscal para evitar endeudarse. Esto no justifica que no exista también el deseo de mantener esta relación de dominación. Entonces, ¿deberíamos realmente hablar de colonización como tal? Quizás el término sea un poco fuerte, pero hay elementos de colonización en esta relación entre países endeudados y países acreedores.
hace 5 horas
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