Al borde del colapso, una Venezuela unida por la fe celebró a sus dos primeros santos

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El papa canonizó a José Gregorio Hernández y Carmen Rendiles, los primeros santos de Venezuela

Pocos amaneceres han sido tan largos en la memoria reciente de Venezuela como el de este domingo, el de la canonización de José Gregorio Hernández y Carmen Rendiles. La mañana se alzó como un fulgor en la niebla de un país acosado por la crisis política, la escasez y la fractura social, desbordando las fronteras y reuniendo a miles dentro y fuera bajo las mismas banderas: azul, rojo y amarillo. En el fragor de las campanas y los fuegos artificiales, retumbó un grito antiguo: “¡Santos somos, Venezuela!”.

Como es tradición en estasComo es tradición en estas ceremonias, un tapiz que representa al nuevo santo católico José Gregorio Hernández Cisneros, de Venezuela, fue colgado en la fachada de la basílica de San Pedro (AP/Andrew Medichini)

Las calles de Caracas no durmieron. Entre la vigilia popular en la plaza de La Candelaria y los vítores que sacudían la parroquia de La Pastora, coincidían los rostros emocionados de una generación que ya no recuerda la abundancia y los veteranos que arrastran viejas esperanzas rotas. En medio de la noche, el párroco salió en procesión con las reliquias de los nuevos santos. Detrás de él desfilaban devotos enfundados en camisas estampadas, con el perfil inconfundible de José Gregorio Hernández: bigote, traje, sombrero, la mirada de quien atraviesa la historia sabiendo que carga con el sufrimiento ajeno.

Justo allí, la noticia principal se volvió grito colectivo en boca de todos: Venezuela celebraba la proclamación de sus dos primeros santos, José Gregorio Hernández y Carmen Rendiles, en plena crisis social y política generada por el chavismo, buscando en la fe respuesta y redención.

Fervor y esperanza en VenezuelaFervor y esperanza en Venezuela tras canonización de sus primeros santos (AP/Ariana Cubillos)

El temblor de la fe cruzó territorios. En Roma, la Plaza de San Pedro resplandecía repleta de banderas. Más de 55.000 fieles, muchos con acento venezolano, coreaban nombres familiares, lloraban los ausentes y agradecían a ese personaje que desde hace años se lleva en estampitas, que ya era santo antes de ser santo: el “médico de los pobres”.

La ceremonia en la PlazaLa ceremonia en la Plaza de San Pedro fue seguida en vivo desde Venezuela en distintas plazas de todo el país (AP/Ariana Cubillos)

La escena se repitió también en ciudades como Bogotá, Madrid y Miami, donde la diáspora venezolana se congregó para seguir la misa. En todos los rincones donde hay un venezolano, se encendieron velas o se escucharon rezos por un país que, en medio de la crisis, se aferraba a la fe como último refugio. Ninguna distancia parecía suficiente para menguar lo que, para muchos, era la certeza de una historia escrita desde antes en los corazones.

Aunque la canonización incluyó también a la madre Carmen Rendiles, fundadora de la congregación Siervas de Jesús, fue José Gregorio Hernández quien acaparó el fervor popular. Su historia atraviesa la identidad venezolana. Nacido en 1864 en Isnotú, estado Trujillo, Hernández fue médico, científico y profesor universitario, pero también un creyente que dedicó su vida a atender gratuitamente a los más necesitados. Murió a los 54 años, y desde entonces su figura trascendió la religión: se convirtió en símbolo de bondad, justicia y solidaridad.

La figura del médico deLa figura del médico de los pobres se convierte oficialmente en santo, generando celebraciones masivas y renovando la esperanza de millones de venezolanos que buscan consuelo ante la adversidad (REUTERS/Leonardo Fernandez Viloria)

Su imagen, convertida en tótem de santos y herejes, cruzaba clases, edades y credos. En el santuario improvisado en la esquina en la que murió, en la parroquia La Pastora de Caracas, se volvió un lugar sagrado. En barrios y hospitales, su imagen está en murales, estampas y altares improvisados. Muchos lo consideran un santo desde hace décadas, y la oficialización de su santidad no hizo más que confirmar una devoción ya consolidada.

La devoción popular por JoséLa devoción popular por José Gregorio Hernández se consolida tras décadas de veneración espontánea (REUTERS/Leonardo Fernandez Viloria)

“José Gregorio es el santo del pueblo, del que sufre, del que se queda sin medicinas, del que hace cola por un pan”, dijo Rosemary Ramírez a la AFP frente a una estatua recién inaugurada en La Candelaria. “Nos da consuelo porque fue uno de nosotros.”

“Yo no quería morirme sin ver este momento. Ya hoy se está cumpliendo”, declaró a la EFE Sugelis Linares, quien contó que atribuye al santo la salvación de su pierna, a punto de ser amputada tras una grave caída. “Yo a ese hombre lo amo, hasta el día que me muera. Él ya era santo para los venezolanos.”

Al fondo, otras voces coreaban relatos similares. Yesenia Angulo, de 63 años, agradecía la curación de un cáncer y lloraba ante la pantalla gigante donde se transmitía la misa desde Roma. En esa escena, el drama personal se fundía con la tragedia colectiva: la promesa de un milagro para el país, la idea de que, si José Gregorio sanaba cuerpos rotos, tal vez también pudiera sanar naciones heridas.

La figura del médico deLa figura del médico de los pobres se convierte oficialmente en santo, generando celebraciones masivas y renovando la esperanza de millones de venezolanos que buscan consuelo ante la adversidad (AP/Andrew Medichini)

La canonización no solo fue un acto de fe. Sirvió de espejo crítico para un pueblo en permanente resistencia. La Conferencia Episcopal Venezolana aprovechó la ocasión para exigir la liberación de los presos políticos. Los partidos de oposición, organizaciones de derechos humanos y la comunidad internacional pusieron en esa fecha un reclamo soterrado.

Fervor y esperanza en VenezuelaFervor y esperanza en Venezuela tras canonización de sus primeros santos (REUTERS/Leonardo Fernandez Viloria)

El aparato del Estado, por su parte, trató de hacer propia la figura de Hernández, presentándolo como “doctor miliciano”, referencia al bloqueo naval de 1902 y al actual despliegue militar de Estados Unidos en el Caribe. Murales, esculturas, iglesias y casas pintadas de colores vivos surgieron entre campañas oficiales y devoción genuina.

Mientras tanto, en las plazas de Caracas, Maracaibo, Isnotú y hasta en puertas de consulados en Madrid o Miami, venezolanos de la diáspora encendieron velas, contaron historias de abuelas que enseñaron a rezarle al médico y soñaron con un retorno menos doloroso.“Es un respirito de felicidad que nosotros tenemos”, dijo María Vivas, en la parroquia de La Pastora. “Entre tanta crisis, hacía falta.”

Fuegos artificiales explotaron sobre unaFuegos artificiales explotaron sobre una estatua de José Gregorio Hernández en Caracas, tras su canonización (Foto AP/Ariana Cubillos)

El papa León XIV, ante decenas de miles en el Vaticano, proclamó:“José Gregorio Hernández es un benefactor de la humanidad con un corazón encendido de devoción.”

Aquellas palabras no hicieron sino confirmar lo que muchos sentían desde hacía décadas: el médico de bigote sereno era mucho más que un modelo de fe; era también un símbolo nacional, un hilo de esperanza tejido en la trama trágica de Venezuela.

La diáspora venezolana en ciudadesLa diáspora venezolana en ciudades como Madrid, Miami y Bogotá celebran la canonización con velas y rezos por el país (AP/Andrew Medichini)

Cuando la transmisión desde Roma terminó, las campanas de La Candelaria siguieron sonando. Algunos fieles lloraban en silencio; otros cantaban el himno nacional con el rostro al cielo. En medio de la precariedad, el gesto tenía una fuerza simbólica: un pueblo celebrando algo que no le pueden quitar.

En Isnotú, al pie de la estatua del nuevo santo, una anciana encendió una vela y murmuró una frase que se repitió en plazas y templos de todo el país:“José Gregorio ya era santo. Hoy el mundo lo sabe.

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