A 45 años de los sucesos en la embajada del Perú, el éxodo cubano no se detiene

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"Tenía 22 años y era una de las grandes promesas de la lucha libre en Cuba. Una noche, un montón de guaguas se parquean en las afueras del Combinado y los guardias sacan al patio a numerosos reclusos, incluidos los criminales más peligrosos que estaban en celdas de castigo. Nos dijeron: recojan sus cosas que se van por el Mariel, el que no se quiera ir, se le duplica la sanción. Ya sabía que el gobierno estaba sacando a locos y presos peligrosos para enviarlos a Estados Unidos".

"Mi hermano intentó convencerme para que nos marcháramos. El problema de vivir en Cuba es que jamás serás una persona libre, me dijo. Pero decidí quedarme para criar a mi hija. Tres años después salí de la cárcel. Siempre he vivido al margen de la ley. En 2012 sufrí un derrame cerebral. Luego tuve otra isquemia. Con la llegada de la pandemia, los precios se dispararon y gasté todos mis ahorros. Cada día que pasa lamento no haberme marchado en 1980. Probablemente, mi vida fuera diferente”, confesaba Marcelo.

Adrián, 69 años, un tipo enclenque que bebe ron como un corsario, residente en la barriada de Lawton, comenta que “desde niño ha estado peleado con el destino. Cuando tengo opciones para elegir, por fatalidad o cobardía, siempre escojo la peor opción”. Y revela a DIARIO LAS AMÉRICAS que él pudo haber estado en la guagua que el 1 de abril de 1980 entró a la fuerza en la embajada del Perú, entonces situada en 5ta. Avenida entre 70 y 72, Miramar.

“Las cosas en Cuba en esa época estaban en candela. Los cubanos vivíamos aislados del mundo. Lo que decía Fidel y el periódico Granma era la única versión de la historia. El año anterior a los sucesos de la embajada del Perú, en los llamados viajes de la comunidad, un primo mío que vivía en Estados Unidos vino de visita a La Habana y pude ver que no todo era como lo contaban en el noticiero. Fue la primera vez que estuve en un hotel de lujo, tomé cerveza enlatada, vi un billete de veinte dólares y tuve 'pacotilla' de la buena: tenis de marca, pitusa Levi's y pulóver de Bruce Lee que me permitió ligar un montón de jevitas. Como no trabajaba, por envidia, el presidente del CDR y el jefe de sector de la policía me hicieron varias actas de advertencia por supuesta conducta antisocial”.

“En algún momento de 1980, pa’quitarme a los chivatos de encima, me pongo a trabajar como ayudante de mecánico en el paradero de Lawton, relativamente cerca de mi casa. Allí conocí al Títere, el apodo de un chofer de la ruta 79. Quienes hablaron con el Títere para empotrar la guagua contra la cerca de la embajada peruana fueron Radamés y Héctor, vecinos de Lawton. Mucha gente que quería emigrar se tiraba en una balsa. Pero lo de usar una guagua o un camión estaba de moda. Se había intentado en la embajada de Venezuela y en la de México. Héctor le dijo al Títere que el embajador de Perú, no sé cómo obtuvo esa información, no los iba a entregar a la Seguridad del Estado. Esa mañana, mientras merendábamos, el Títere me dijo: 'Asere, te vas por fin en la vuelta’. Le digo que sí, cuenta con eso. Pero después me apendejé y me fui pa’la casa”, rememora Adrián.

A la mañana siguiente, en la prensa estatal leyó que un ómnibus de la ruta 79 se abalanzó contra la cerca perimetral de la embajada del Perú provocando un tiroteo y debido al fuego cruzado murió Pedro Ortiz Cabrera, custodio de la policía nacional. En una crónica publicada hace cinco años en Cubanet, el periodista independiente Luis Cino contaba que Radamás resultó herido. Una bala le rozó la cabeza, y otra le entró por la espalda. Faltaron unos centímetros para que le destrozara el espinazo. A Héctor también lo hirieron, pero ya estaba en territorio peruano y según las leyes internacionales, la policía política cubana no los podía arrestar, describía Cino en su artículo.

Los tripulantes del ómnibus iban desarmados. Fidel Castro se enfureció porque los diplomáticos peruanos se negaron a entregarlos. Castro respondió ordenando retirar la custodia de la embajada. No pudo prever que en menos de 36 horas, más de diez mil personas entrarían a la embajada para pedir asilo. 1980 fue un parteaguas en el tema de la emigración. Antes de esa fecha, la mayoría de los que se marchaban, según la clasificación del régimen, eran desclasados, parientes de familias pequeñoburguesas o enemigos frontales del castrismo.

Escapar del manicomio

Antes hubo oleadas migratorias, como la de Camarioca, Matanzas, en 1965 y los Vuelos de la Libertad (1965-1973), donde el régimen utilizó de rehenes, mediante el trabajo esclavo, a los que deseaban escapar del manicomio comunista. Carlos, sociólogo, considera que “la emigración es un arma utilizada por el gobierno con dos objetivos: soltar lastre y a su vez crearle un problema logístico al gobierno de Estados Unidos, sobre todo en la Florida, con la llegada desordenada de miles de cubanos. Cuando la Operación Peter Pan (1960-62) y hasta los primeros años de la década de 1970, el régimen argüía que la emigración estaba compuesta por burgueses y exbatistianos. Castro sostenía que la clase obrera, el campesinado y la intelectualidad que se había integrado a la revolución apoyaban y defendían el socialismo en la isla.

“El éxodo del Mariel en 1980 fue un torpedo directo a la línea de flotación de esa narrativa. Obreros y campesinos comenzaron a saltar la cerca. Fidel se sorprendió con esas fugas. Nunca pensó que más de cien mil cubanos, trabajadores en su mayoría, se marcharían del supuesto paraíso del proletariado. Intentó revertir la derrota tildando de delincuentes y escorias a los que escapaban”, concluye el sociólogo.

La estampida del Mariel fue un golpe de realidad para la dictadura verde olivo. Exoficiales del Ministerio del Interior en el exilio han contado que cuando analistas de inteligencia le dijeron a Castro que el número de emigrados podría superar las cien mil personas, encolerizado les gritó que no confiaban en la revolución. El odio del régimen a los que se marchaban quedó latente en los aterradores actos de repudio, auténticos linchamientos verbales de corte fascista, donde los participantes tenían barra libre para ofender y golpear a sus víctimas.

Escritores como Reinaldo Arenas y la periodista Rosa Berre, fundadora de CubaNet en 1994, se marcharon del país por el puerto del Mariel. El afamado compositor Jorge Luis Piloto, nacido en 1955 en la ciudad de Cárdenas, Matanzas, 145 kilómetros al norte de La Habana, también se fue por el Mariel. Y nunca pudo imaginar que sus canciones alcanzarían fama internacional. Hoy es un hombre de éxito.

Jorge llegó a La Habana con 15 años, su guitarra al hombro y un proyecto de futuro. Con Beba, su madre, vivió en una habitación de un viejo edificio en Romay 67 entre Monte y Zequeira, en el barrio habanero del Pilar, Cerro. Con pinta de friqui, melena larga y amante del rock, no tenía ninguna pasión por los extensos discursos de Fidel Castro. Su refugio de franqueza eran los amigos, como el negro William (Dios lo tenga en la gloria) o su antigua novia que sospechaban que Cuba no era sitio para ellos.

Éxito

1980 fue un año tremendo para muchos cubanos, entre ellos, Piloto, quien aprovechó la ocasión y abandonó su patria, aunque tuvo que soportar humillaciones personales: antes de abordar el yate rumbo a la Florida debió firmar un acta donde se decía que era un delincuente. La dictadura castrista les debe una disculpa pública a cientos de miles de cubanos que sufrieron agravios como Jorge, que llegó a Miami una tarde lluviosa de mayo de 1980.

Sin guitarra ni dinero, trabajó duro en diversos oficios. Una mañana, su esposa le recordó si se había marchado de Cuba solo para vivir como jornalero. “Qué hay de aquel Jorge que soñaba con ser compositor”, le dijo. En el próximo cobro se compró una guitarra de cajón. Ya para 1983 le graban su primera canción, La noche, coescrita con Ricardo Eddy Martínez, interpretada por Lissette Álvarez. Fue A&R de Sony Music (1988-1996) y nueve veces nominado al Grammy Latino. Ganó el primero con la canción Yo no sé mañana, co-escrita con Jorge Villamizar y en la voz Luis Enrique. En 2010 la sociedad de autores, ASCAP, le entrega el Golden Note Award, por sus 25 años de carrera y su aporte musical al repertorio hispanoamericano. Sus baladas han sido popularizadas por cantantes del calibre de Gilberto Santa Rosa y la inigualable sonera Celia Cruz. En 2012 compuso Laura, Dama de Blanco, dedicada a Laura Pollán, líder del movimiento que en 2003 fundaron esposas, hijas y familiares de los presos políticos de la Primavera Negra, mujeres que se hicieron famosas por sus marchas en las calles de La Habana reclamando libertad para sus seres queridos.

Ya nada fue igual después del Mariel. En los últimos diez años, de la Isla se han marchado más de un millón de cubanos. Y el éxodo sigue.

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