
El estrés crónico afecta a millones de personas en todo el mundo, pero sus raíces suelen permanecer ocultas incluso para quienes lo padecen.
Según el psicólogo clínico Stephen Sideroff, profesor adjunto en los departamentos de Psiquiatría y Ciencias del Biocomportamiento de la Universidad de California (UCLA), entrevistado por Psychology Today citado por Psychologies, existen cuatro desencadenantes principales que, de manera inconsciente, sabotean el equilibrio emocional y la salud mental.
Estos factores pueden condicionar la vida diaria y el bienestar general, muchas veces sin ser detectados. Descubrir cuáles son y cómo operan resulta esencial para gestionar el estrés de manera efectiva y sostenible.
Diversas investigaciones científicas respaldan la importancia de comprender estos factores. Un estudio publicado en la revista Nature Reviews Neuroscience confirma que el estrés crónico tiene efectos profundos y duraderos sobre la salud cerebral y física, alterando los sistemas de regulación emocional y la respuesta inmune en el cuerpo.
El primer desencadenante se origina en la biología evolutiva del ser humano. La tradicional respuesta de lucha o huida, diseñada para garantizar la supervivencia ante amenazas reales, sigue activa en el cerebro actual. Sin embargo, en el entorno moderno, dicha reacción se activa a menudo ante situaciones como una discusión laboral o una notificación urgente, que no representan un peligro físico inmediato.

En estos casos, el cerebro libera hormonas del estrés reiteradamente, impidiendo que el organismo recupere el equilibrio. Esta activación constante agota física y mentalmente, debilita la resiliencia y deja a la persona vulnerable ante los desafíos cotidianos.
Sideroff advierte que este desequilibrio se convierte en una vulnerabilidad persistente, ya que el cuerpo y la mente permanecen en alerta por estímulos injustificados.
El segundo factor se encuentra en las primeras experiencias de vida. La capacidad de gestionar la presión y las dificultades en la adultez depende, en gran medida, de la historia personal, especialmente por vivencias de inseguridad, falta de apoyo emocional o críticas en la infancia. Estas experiencias, según relata Sideroff, establecen reglas inconscientes que permanecen a lo largo del tiempo.

El psicólogo subraya: “Nuestras heridas sin sanar desencadenan respuestas desproporcionadas al estrés, reducen la tolerancia a la incertidumbre y alimentan el autosabotaje emocional”. De este modo, situaciones aparentemente menores pueden provocar reacciones intensas, dificultando la adaptación y la gestión de la tensión. El patrón arraigado en la biografía limita la capacidad de afrontar la vida adulta con equilibrio.
El tercer desencadenante tiene que ver con la asociación inconsciente entre la presión y el rendimiento. Sideroff señala que muchas personas tienden a relacionar el estrés con los logros, sobre todo en contextos de exámenes, competiciones o trabajo exigente. Cuando el éxito se asocia al malestar, se asume la presión como requisito para alcanzar metas personales o profesionales.

Sin embargo, este condicionamiento conlleva consecuencias negativas. Un nivel moderado de estrés puede mejorar el rendimiento, pero la exposición constante reduce la “zona óptima de estrés”. A largo plazo, la presión deja de ser un estímulo y se convierte en un obstáculo, generando agotamiento e insatisfacción incluso después de llegar a las metas. Sideroff advierte que esta creencia puede derivar en una espiral de desgaste emocional.
Según el estudio publicado en Nature Reviews Neuroscience por McEwen y Gianaros, la exposición repetida al estrés puede alterar la plasticidad cerebral y aumentar la vulnerabilidad a trastornos del estado de ánimo, lo que refuerza la importancia de modificar estas asociaciones aprendidas.
El cuarto factor está ligado al entorno actual. La vida cotidiana se ha vuelto un escenario saturado de estímulos: ruido, notificaciones digitales, plazos continuos y demandas múltiples. Estos elementos funcionan como señales inconscientes de tensión, aun en ausencia de amenazas reales.
El cerebro, programado para anticipar peligros, reacciona ante estos estímulos como si enfrentara una emergencia. Sideroff explica que este “estrés condicionado eventualmente se auto-mantiene”: las personas pueden angustiarse incluso ante la sola idea de estar estresadas, lo que perpetúa un círculo vicioso difícil de romper.

El entorno contemporáneo no solo genera ansiedad, sino que prolonga el estado de alerta e impide que el equilibrio emocional se recupere de manera natural.
Identificar estos cuatro factores —la respuesta biológica obsoleta, las heridas de la infancia, la asociación entre estrés y éxito, y el entorno ansiógeno— permite comprender por qué el estrés crónico resulta tan resistente y complejo.
Reconocer su influencia, en línea con la evidencia científica, es el primer paso para desarrollar estrategias más eficaces y sostenibles en la gestión del bienestar mental y emocional.